Medio Ambiente

¿Somos realmente conscientes de nuestro impacto en el planeta?

Existe una conciencia de nuestro impacto en el planeta y del rol que deberíamos tomar ante la crisis climática, pero no somos consecuentes con los esfuerzos y cambios que tenemos que aplicar como individuos y sociedades para establecer una relación mucho más saludable con nuestro entorno.

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18
mayo
2022

Nueve de cada diez ciudadanos europeos han tomado ya alguna medida, como mínimo, para intentar frenar el cambio climático. Lo hicieron porque creen que la crisis ambiental es un problema severo. Esos son los datos que arroja la Unión Europea y que se complementan con el Global Consumer Insights 2021 de la consultora PwC, donde se recoge que más de la mitad de los consumidores encuestados a nivel global son aún más respetuosos con el medio ambiente. Somos más conscientes que nunca de la grave situación de nuestro planeta (y de la humanidad).

Tras declarar el estado de emergencia climática en 2020, el Gobierno de España decidió medir la conciencia ambiental de la población en comparación con el resto de países con el estudio La sociedad española ante el cambio climático. Percepción y comportamientos de la población». En él, se observaron conductas bastante similares a las de otras potencias occidentales, así como una ratio muy baja de negacionistas del cambio climático. A nivel de porcentajes, el 73,3% de los españoles consideraba que no se le está dando la importancia que necesita a dicha amenaza global. ¿A qué podemos atribuir esta aparente falta de conciencia?

El fenómeno principal que lo explica es la disonancia cognitiva. Ante una situación de conflicto entre dos emociones, ideas o creencias, la mente percibe la incompatibilidad de ambas y desarrolla sistemas cognitivos para poder sostenerla. Descubierto por Leon Festinger en 1957, el experto explica cómo, al producirse esta incongruencia, la persona se ve motivada a reducir la tensión hasta conseguir que encaje con una coherencia interna. Esto explicaría, por ejemplo, cómo alguien declaradamente ecologista puede comprar ropa de grandes superficies, consumir productos fabricados con plástico o optar por opciones de consumo baratas pero no sostenibles.

Así, en muchas decisiones de consumo o hábitos de nuestra vida, no existe una coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos. Algunos afirman que esto se debe a que existe un sistema de incentivos más favorable a opciones poco sostenibles y mucho más rentables, y que es por la dicotomía precio-calidad que muchas personas no pueden (o no prefieren) optar por productos sostenibles.

Si bien el 80% de la población española sabe que su contribución es imprescindible en la emergencia ambiental, solo un 24% acomete cambios radicales

Según una encuesta de la OCU, el 60% de los consumidores afirma tener una falta de información sobre los productos que adquieren. Otra razón que alegan es la falta de alternativas accesibles en cuanto a cercanía, comodidad o disponibilidad. Además, los datos del Banco Europeo de Inversiones demuestran que, si bien el 80% de la población española es consciente de que su contribución es imprescindible para atajar la emergencia climática, solo un 24% está acometiendo cambios radicales. 

En otras palabras, existe una conciencia de nuestro impacto en el planeta y del rol que deberíamos tomar ante la crisis climática, pero no somos consecuentes con los esfuerzos y cambios que tenemos que aplicar como individuos y sociedades para establecer una relación mucho más saludable con nuestro entorno. Como explica el activista Alejandro Quecedo del Val, colaborador de UNESCO y representante español en cumbres climáticas, «la batalla principal ahora mismo es cultural, y sobre todo emocional. Los seres humanos tenemos que reconectar con la naturaleza porque, ahora mismo, los datos y las cifras no nos hieren, no las sentimos, nos resbalan».

Pero aún estamos a tiempo de revertir esta tendencia y empezar a ser consecuentes. Si bien partimos de un paradigma en el que todo va en contra de la opción más ecológica, la transición verde no había tomado un impulso tan grande como en los últimos dos años tras la pandemia. Es cierto que no podemos confiarnos en ese optimismo irresponsable de que todo se va a solucionar de un modo u otro, pero sí podemos tomar como referencia algunos primeros pasos para sumar esfuerzos, entre toda la ciudadanía, y conseguir ese cambio de paradigma.

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