Un jardín para encontrar la calma
Los datos empíricos confirman los múltiples beneficios del urbanismo verde en la salud mental: mejor calidad del sueño, reducción de la tensión y fatiga y protección frente a la ansiedad y la depresión. El campo de la ecología social explica estos hallazgos y pone sobre la mesa una propuesta de mejora frente a las actuales políticas públicas.
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Cada mañana, los españoles paseamos sobre un asfalto gris que se impregna en nuestro estado de ánimo. A medida que ha avanzado el el desarrollo urbanístico, progresivamente hemos perdido los espacios verdes que caracterizaban nuestras ciudades, observando con nostalgia las fotografías de las plazas, avenidas y parques que pisaron nuestros padres y abuelos (o incluso nosotros de jóvenes) y que ahora son un mero recuerdo, un decorado que se eliminó de escena por exigencias del guion. Los niños ya no se refrescan en las fuentes, marcadas a hierro con una señal de «prohibido bañarse». Los mayores ya no se sientan a la sombra, pues no hay árboles que les protejan del sol. El verdor y la frescura de la naturaleza ha desaparecido dejando a su paso una ciudad de hormigón.
Despacio, pero sin prisa, los resultados de esta deforestación urbana se han hecho palpables en la salud física de la población. Según un estudio de la revista The Lancet, Planetary Health, la falta de exposición a espacios verdes aumenta significativamente la mortalidad asociada a causas naturales, así como el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular. Esos jardines que ahora escasean no solo aportan belleza y biodiversidad al paisaje urbano, sino que captan importantes cantidades de CO2 y retienen humedad atmosférica, mejorando tanto la sensación térmica como la calidad del aire que respiramos. Pero sus beneficios no se limitan a lo fisiológico; también atañen a una faceta central de nuestro bienestar: la salud mental.
Se puede afirmar que la presencia de espacios verdes en las ciudades amortigua el riesgo de padecer diversos trastornos psicológicos y mejora las funciones psicobiológicas básicas. Así lo demuestra una revisión sistemática publicada por la revista española Metas de Enfermería, que ahonda en 29 estudios realizados hasta la fecha con respecto a esta cuestión, de los cuales, un 90,91% apoya la función protectora de las junglas urbanas.
Numerosos estudios demuestran que los espacios verdes promueven una disminución significativa de la tensión y el cortisol, la hormona del estrés
Los hallazgos revelan una disminución significativa de la tensión y fatiga, así como niveles más bajos de cortisol, la hormona del estrés, tras pasear por espacios verdes. Asimismo se equilibra el ciclo de sueño-vigilia, siendo la prevalencia de sueño de ocho horas de duración más alta en barrios con jardines y parques. «La literatura especializada ha demostrado que los trastornos de salud mental, como ansiedad y depresión, disminuyen con la presencia de espacios verde», señalan Judit Merayo, Néstor Serrano y Pilar Marqués, sanitarios al cargo del metaanálisis. «También se ha constatado la relación entre el rendimiento escolar y el aumento de la capacidad de atención», un resultado que evidencia la influencia del contexto en el desarrollo neurológico durante la infancia y adolescencia.
Para explicar la restauración psicológica derivada de la naturaleza urbana se han propuesto diferentes teorías. La primera es meramente evolutiva y sostiene que los seres humanos experimentamos una afinidad innata hacia los entornos naturales fruto de milenios en contacto con la naturaleza, relación que se ha perdido en los últimos siglos. La hipótesis de la biofilia se ha abordado desde campos tan diversos como la neuropsicología, la filosofía –Aristóteles la denominó amor a la vida– o la arquitectura, destacando las figuras de Caperna y Serafini, firmes defensores de los diseños verdes en los entornos urbanos.
No hay lógica en recomendar socializar al aire libre cuando los escenarios urbanos fomentan la individualidad, las prisas y buscar cobijo en espacios cerrados
Otro de los planteamientos predominantes es el biologicista, que relaciona la exposición a zonas verdes con un incremento en los niveles de serotonina, dopamina y endorfinas, sustancias cerebrales responsables de la sensación subjetiva de relajación. Bajo el paraguas de la biología se encuentra también los beneficios pulmonares y cardiovasculares de la naturaleza. Sin embargo, ninguno de estos planteamientos tiene sentido si obviamos a la ecológica social, un campo que emerge en los años 60 para defender la interdependencia entre los entornos en los que nos desenvolvemos y el bienestar colectivo.
Sostiene pues que los efectos positivos de la naturaleza en nuestra salud deben ser estudiados como unidades holísticas compuestas por las personas a título individual y colectivo, los procesos socioeconómicos que las rodean y el espacio en el que la interacción tiene lugar. Bajo este paradigma, la presencia de parques, jardines públicos y áreas boscosas urbanas favorecería la cohesión interpersonal, instándonos a socializar y pausando el frenético ritmo vida de la ciudad. A su vez, promovería la realización de ejercicio, con los beneficios físicos, ansiolíticos y antidepresivos que conlleva ser más activo.
Todas las teorías confluyen en un mismo punto: la necesidad de aumentar la presencia de áreas verdes urbanas en el interior de las ciudades para mejorar la salud pública. En una sociedad en la que las demandas económicas, sociales y laborales son cada vez más intensas, se debe ofrecer una alternativa. De nada sirve instar a los ciudadanos a hacer ejercicio si las calles están plagadas de terrazas, aparcamientos y carreteras. Tampoco hay lógica en recomendar socializar al aire libre cuando los escenarios urbanos fomentan la individualidad, las prisas y el buscar cobijo en espacios cerrados. El impacto biopsicosocial de los espacios naturales ya se ha demostrado sobre el papel, y ahora es necesario pasar a la práctica y pintar de verde el futuro de las ciudades.
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