Leonard Cohen, el monje que amaba a las mujeres
El enfoque de Cohen acerca de sus relaciones le exigía una profunda comprensión de la condición humana que no encaja en el estereotipo de una celebridad rodeado de admiradoras.
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En palabras de Gideon Zelermyer, cantor de la sinagoga de Wesmount (Montreal), la tumba de Leonard Cohen (1934-2016) siempre tiene huellas que conducen hasta ella, sin importar cuan alta sea la nieve. No solo resulta evidente que su memoria y legado siguen vivos, sino que su obra como músico, poeta y novelista recibe cada vez mayor atención, tanto en forma de estudios y análisis académicos como de escritos de carácter divulgativo.
Religión y feminidad
Además de los dedicados a su creación musical y literaria, gran parte de estos análisis se centra en uno de los aspectos más señalados de Cohen: la búsqueda espiritual que llevó a cabo a lo largo de toda su vida y que ha sido definida a menudo como su faceta de «monje» (monk).
Sin renunciar jamás a las raíces culturales del judaísmo heredadas de su familia, exploró numerosas vías de crecimiento personal, siendo la más señalada el budismo zen, disciplina en la que llegó incluso a ser ordenado monje tras cinco años de retiro en el monasterio Mount Baldy (California). Hacia las últimas décadas de su vida, y como forma de completar su aprendizaje, se interesó también por algunas ramas del hinduismo, viajando asiduamente a Bombay (India).
Otro aspecto que aparece con mucha frecuencia en escritos sobre Cohen es su visión sobre la feminidad y la forma en la que ésta, tanto en abstracto como en lo que se refiere a sus relaciones personales, está claramente presente en su obra. En inglés, para definir esta faceta se utiliza el término ladies’ man. En español esta expresión se tiende a traducir como mujeriego (que correspondería a womanizer), pero dicha traducción tiene un carácter mucho más superficial e incluso despectivo que el sentido original.
Hay que tener en cuenta que el enfoque de Cohen acerca de sus relaciones le exigía una profunda comprensión de la condición humana y no encaja en el estereotipo de una celebridad rodeado de admiradoras.
Dos facetas compatibles
Más allá del hecho de que no obtuviese fama como músico folk hasta pasados los 30 años (su primer álbum de estudio, Songs of Leonard Cohen, es de 1967, cuando contaba con 33), su particular visión del mundo ya había quedado plasmada desde sus primeras obras poéticas, demostrando ser un ferviente adorador de la virtud que encarna la belleza femenina.
Cohen era capaz de proyectar sus inquietudes espirituales sobre su relación con las mujeres
De igual modo, y aunque no deje de ser hijo de su tiempo, tampoco es del todo exacto aproximarse a la figura de Leonard Cohen interpretando sus experiencias vitales como si fuesen un mero fruto del fenómeno contracultural de los 60. Las dos facetas mencionadas se tienden a considerar como contrapuestas y que generan cierto conflicto: the Monk vs. the Ladies’ Man. Sin embargo, en realidad no son incompatibles, pues Cohen era capaz de proyectar sus inquietudes espirituales sobre su relación con las mujeres. Esto se debe principalmente a su constante interés por la reconciliación de aspectos aparentemente contrarios, como la religiosidad frente a la sensualidad.
En su obra, temas como el amor y el deseo fueron un asunto tan elevado como cualquier fe religiosa. Todo su trabajo está impregnado de esta premisa, pero algunos ejemplos concretos se pueden hallar en poemas como «No tienes que amarme», de Selected Poems (1956-1968), «El colapso del zen» de El libro del anhelo (Book of Longing, 2006) o en canciones como «Joan of Arc» (Songs of Love and Hate, 1971) y «Dance Me to the End of Love» (Various Positions, 1984).
La base de esta consideración residía en su convicción de que durante los encuentros intensos entre amantes no era posible distinguir entre lo espiritual y lo profano, pues percibiendo el orgasmo como un momento de éxtasis «ya no existía separación entre el alma y la carne ni conflicto alguno».
Símbolo del corazón unificado
En su empeño por ahondar en la convergencia de este tipo de polos opuestos llegó incluso a idear un emblema que la simbolizase: el corazón unificado (unified heart). Este símbolo fue diseñado por el propio autor y empleado por primera vez para ilustrar la cubierta de su séptimo poemario, El libro de la misericordia (Book of Mercy, 1984).
Su representación es la de un hexagrama (muy vinculado a la Estrella de David judía), al que se le sustituyen los clásicos triángulos por dos corazones ensamblados. El corazón unificado, como el propio Cohen explicaría, corresponde a «una versión del yin y el yang, o cualquiera de los símbolos que incorporan las polaridades y tratan de reconciliar las diferencias».
La importancia que este símbolo adquirió en su obra no solo expone la relevancia que concedía a la convergencia de los contrarios, si no también a la coexistencia y fusión de sus dos vertientes principales (la de monk y la de ladies’ man), convirtiéndole en alguien capaz de contemplar lo profano bajo la luz de lo sagrado.
Para concluir, cabe señalar que la imagen del corazón unificado no solo llegó a ser una especie de sello o firma personal del artista que aparecería tanto de forma plástica como conceptual en todo su trabajo posterior a 1984, sino que además es el único elemento visual que fue grabado en la lápida de su tumba. Esa que siempre tiene huellas que conducen hasta ella, sin importar cuan alta sea la nieve.
Zuleyma Guillén González es doctoranda en Arte y Humanidades en la Universidad de La Laguna. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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