Derechos Humanos

Mujeres al frente

La periodista y escritora Lula Gómez ensalza en su libro el papel de las mujeres durante el proceso de paz en Colombia, el primer conflicto en aplicar una visión de género en su resolución. Reproducimos un extracto.

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24
abril
2018

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Colombia podría tener muchos récords. Muchos en violencia: en muertos, en truculentas formas de aniquilar, en desplazados y aquí —como tantas otras— urge dar una colleja al lenguaje no inclusivo, porque son ellas, las mujeres desplazadas y sus descendientes —hijos e hijas—, las que componen la triste historia de los «sin sitio» en el país de las orquídeas.

No es literatura. Son datos. Según el Registro Único de las Víctimas de Colombia, ellas constituyen el 51 por ciento de las víctimas del desplazamiento forzado, el 47 por ciento de las de homicidio y el 82 por ciento de las de violencia sexual. Además, son aproximadamente el 40 por ciento de las fuerzas de las FARC. ¿Por qué entonces esa exclusión? ¿Se podría hablar de democracia y legitimidad en un sistema que no cuenta con las mujeres? No obstante, esta esquina de América del Sur puede sacar pecho por haber hecho historia en cuanto a construcción de paz gracias, en gran parte, a ellas, que un día decidieron quitarse el miedo como si fuese un traje y no cejar en su empeño por la paz. Quizá Colombia pase a la Historia —con mayúsculas— por haber sido el primer país que contempló los aspectos de género en unas negociaciones para terminar con las balas, desde casi el inicio de las conversaciones cuando los hombres —tras cinco décadas— dejaron de verle sentido a matarse.

En Colombia, las mujeres son el 47% de las víctimas de homicidio, el 80% de las de violencia sexual y el 40% de las FARC

Porque no, en los primeros pasos de ese esperanzador proceso de paz ellas no estaban. Así lo recogía el diario El Espectador, uno de los más importantes del país sudamericano: «El 26 de agosto de 2012 el presidente Juan Manuel Santos dio un aviso histórico: seis meses atrás había iniciado conversaciones secretas con la guerrilla de las FARC para construir un acuerdo que pusiera fin al conflicto armado. La foto inaugural de la mesa, el retrato de uno de los hitos más importantes en nuestra historia reciente, está dominada por la presencia de los hombres negociadores; las mujeres brillaron por su ausencia».

Ante esa miopía, las mujeres se levantaron, llevaban años organizadas. «La paz sin mujeres no va», dijeron. Y fue así como un proceso que empezó sin ellas creó una Subcomisión de Género que debía estar presente en toda la negociación para «incluir la voz de las mujeres y la perspectiva de género en los acuerdos parciales ya adoptados, así como el eventual acuerdo que resulte de los diálogos». Habían pasado casi dos años desde el anuncio gubernamental, pero que los asuntos de género se incluyesen desde una óptica transversal era, sin duda, un éxito y una novedad histórica. «El rol crucial de las mujeres en la consecución del acuerdo, las relevantes disposiciones de género contenidas en él y la suma importancia de asegurar que las mujeres continúan participando en el escenario del post-acuerdo para garantizar la sostenibilidad del mismo. Estos elementos han sido reconocidos internacionalmente como innovadores por los y las expertas en resolución de conflictos, haciendo del proceso de paz colombiano un modelo en cuanto a incorporación de la perspectiva de género. En palabras de la directora ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka: «Puede que este sea el mejor ejemplo de una participación significativa y consistente de las mujeres en un proceso de paz», afirmaba Belén Sanz, directora de ONU Mujeres Colombia en el diario El País, en septiembre de 2016.

Porque en el proceso de paz en Colombia ha sido la primera vez que, en el marco de unas negociaciones de paz en el mundo, se hace explícita la necesidad de incluir un enfoque de género, digamos feminista; es decir, igualitario en los acuerdos logrados. «Hasta ahora nunca, en ningún proceso de negociación, fueron escuchadas las mujeres, en ninguna mesa negociadora ha habido un punto específico para hablar del impacto de la guerra en las mujeres y de las propuestas que ellas mismas hacen. La Mesa de La Habana representa un paso importante; por primera vez, las mujeres han hablado y los armados han tenido que escuchar sus historias, su visión y sus reivindicaciones. Los hombres de la Mesa de Negociación quedaron impactados, parecía que no sabían o no eran conscientes del daño que habían hecho», señala Tica Font, directora del Instituto Catalán Internacional por la Paz.

El proceso de paz colombiano ha sido pionero a la hora de incluir la visión de las mujeres en las negociaciones

¿Y qué significa aplicar esa perspectiva de género en una firma de dejación de armas? Hablar de las mujeres en la construcción de la paz quiere decir visibilizar el impacto diferenciado que tiene la guerra entre unos y otras. Las expertas en el tema lo explican mirando a la realidad: «Si entre el 51 y el 52 por ciento de los 6,5 millones de desplazados por el conflicto son mujeres, mujeres sin sus esposos —que están muertos o desaparecidos—, mujeres pobres, mujeres que tienen a sus hijos en alguno de los bandos o incluso en bandos contrarios, mujeres que viven con la carga de hijas violadas por los actores armados, mujeres que sostienen a sus familias, mujeres —y duele la reiteración— que han sufrido hasta dos y tres desplazamientos y que los lugares donde se asientan siguen sufriendo la violencia física y económica…; y no lo vemos, ¿qué país se está reconstruyendo?», se preguntan. Patricia Guerrero, una de las protagonistas de estas páginas, reflexiona por ejemplo sobre la violencia sexual, uno de los grandes horrores que han sufrido las mujeres en todas las guerras de todos los tiempos sin haber decidido ni siquiera que iban a ellas. Ella sostiene que si Colombia no reconoce esa brutalidad perpetrada contra la mitad del país, no puede haber un futuro en paz.

Y a pesar del significativo avance de rubricar la paz y de incluir a las mujeres en ella, todavía falta mucho por hacer. Quedan las reformas estructurales que lo hagan realidad. «Porque las mujeres no comen papel», recuerda Patricia Guerrero. «Porque si dices paz, paz, paz, muchas veces acabas diciendo pan, pan, pan», apunta Mayerlis Angarita. «Porque los colombianos y colombianas que no han vivido la guerra deben ser conscientes de que la indiferencia mata, y que no habrá́ paz mientras no se escuchen las voces de los más desfavorecidos: afros, mujeres, indígenas», reflexiona Luz Marina Becerra. Verdades como puños por las que ellas siguen enfrentándose al sistema.

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