La historia de Santa Tecla, mártir y asceta
Originaria de Anatolia, Santa Tecla fue una mártir venerada en la cristiandad. Según relatos apócrifos, siguió a Pablo en su periplo evangelizador y sobrevivió milagrosamente a varias condenas de muerte.
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Tecla de Iconio fue una santa de la cristiandad temprana nativa de Anatolia, hoy Turquía. Se cree que nació en el año 30 d. C, tiempo en que la nueva religión iniciaba su expansión. Anatolia fue la «tierra de los Hititas», península cuyo nombre de origen griego (anatolé) significa «oriente» o «levante». Santa Tecla es venerada tanto por la Iglesia católica como por la ortodoxa. Curiosamente, se la conoce tan solo por un texto apócrifo del siglo II d. C., Hechos de Pablo y Tecla. Su nombre, de origen griego, significa «gloria de dios» (Théo-Kleos).
Se cree que la santa fue una noble de Iconio (hoy Konya). Según el mito, abandonó a su prometido para seguir a Pablo en su periplo evangelizador, cumpliendo con un voto de castidad. Sin embargo, cuando se obligó a este a abandonar la ciudad, Tecla fue condenada a la quema. Pero cuando dicha condena estaba siendo ejecutada, Tecla fue milagrosamente salvada al estallar una tormenta que apagó el fuego que había de devorarla. Tras escapar a la muerte, pudo reunirse de nuevo con Pablo para acompañarlo hasta Antioquía. Ahí un noble llamado Alejandro trató de violarla, a lo que ella se resistió violentamente, por lo que fue de nuevo condenada a muerte, en este caso, a manos de hambrientas bestias salvajes. Sin embargo, de nuevo fue salvada, en esta ocasión, por una leona que la defendió de las agresiones de los leones. Tras su nueva redención, Tecla pudo de nuevo reunirse con Pablo en Mira, e iniciar su labor de proferir la buena nueva.
La tradición afirma que Tecla vivió durante 72 años en una cueva de Seleucia de Cilicia, cerca de los Montes Tauro. Durante ese tiempo, nunca dejó de promover y divulgar el credo cristiano. Como tantos otros santos del cristianismo temprano, Santa Tecla vivió una existencia anacorética. Su vida en una caverna nos recuerda a la de Simón el Estilita, también de Cilicia, quien sirvió de inspiración al clásico de Buñuel Simón del desierto.
Santa Tecla es venerada tanto por la Iglesia católica como por la ortodoxa
Antaño, tanto las cuevas como los desiertos eran espacios de aislamiento sensorial; estos eran, por tanto, empleados por ascetas y visionarios para generar visiones que, según creían, provenían del ámbito sagrado o celestial. En este sentido, como establece Aldous Huxley en Las puertas de la percepción, cielo e infierno, los ayunos también procurarían la proliferación de visiones y alucinaciones provocadas por la falta de azúcar en el cuerpo humano. Llevar una vida retirada del mundanal ruido, aderezada por toda una serie de ejercicios espirituales, era una manera de entrar en contacto con Dios, de acceder al ser que habita en nuestra más remota interioridad.
Aunque a día de hoy se cree que la figura de Santa Tecla y su relato están imbuidos de leyenda, se estima que pudo tratarse de una persona real. Santa Tecla era considerada una mártir, como lo establece Las actas de los mártires, textos que relatan la historia de numerosos cristianos en los tiempos en que eran minoría, cuando el cristianismo apenas comenzaba a levantar cabeza. El mártir era quien daba testimonio de su fe a pesar de ser físicamente torturado. Era un testigo de la grandeza de Dios ante los hombres, sujeto de valores irreductibles.
En España, Santa Tecla ha sido honrada con el nombre de una gran colina, el Monte Santa Tecla, ubicado en el municipio de La Guardia, en el extremo sudoccidental de Galicia; así como en las Fiestas de Santa Tecla que se celebran en Tarragona en torno al 23 de septiembre, festividad que dura unos diez días. Estas festividades hallan su origen en 1321, cuando llegó a la ciudad una reliquia que era considerada el brazo de la santa anatólica. Como es sabido, las reliquias eran una forma de generar riqueza en torno a un lugar sagrado. El hecho de que un supuesto brazo de la santa llegase a Tarragona en el siglo XIV habla del prestigio que Tecla tenía en confines alejados de su lugar de nacimiento. Además, ella misma es la patrona de la ciudad catalana, donde es muy venerada.
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