«Lo híbrido es aquello que discute las etiquetas»
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Marcados por el ‘scroll’ infinito y la dictadura de las pantallas, consumimos imágenes, las devoramos en todos los dispositivos. Sin embargo, la relación entre palabra e imagen también puede ser simbiótica: un diálogo, un lugar para ir más lento, para habitar los márgenes. A eso apunta gran parte de los llamados «libros raros», en los que la hibridez crea puntos de encuentro entre formatos y disciplinas. Hablamos al respecto con la fotógrafa y editora Laura C. Vela (Madrid, 1993), quien desde 2021 codirige la editorial Comisura junto a Carlota Visier y Jesús Cano Reyes, un proyecto que publica libros «mestizos», inclasificables, esos «que están a medio camino entre una cosa y otra».
Empecemos por lo primero: ¿cómo se ven los libros «raros»?
Ya a simple vista son diferentes a la mayoría de libros que ocupan las mesas de novedades: no hay un diseño de colección, sino que cada formato responde a las necesidades del libro. Muchas veces no aparece ni el nombre de la editorial en cubierta, porque la cubierta es una promesa de lo que encontraremos dentro y habla más del libro que del autor, autora o el sello editorial. Sus materiales son diferentes y muchas veces también carecen de un argumento claro por lo que son difíciles de definir.
Y a nivel literario, ¿qué es lo híbrido?
A nivel literario, lo híbrido es aquello que discute los géneros, los límites, la forma en que se debe o no se debe contar algo, las etiquetas. Así que escapa, también, a definiciones precisas. Y tampoco las busca. En un discurso híbrido la narrativa se puede construir con palabras pero también visualmente, a través de la secuenciación de imágenes, el tamaño, su disposición, los papeles… Aunque ahora lo usamos como una forma de presentarnos, no nos gustaría que lo híbrido acabase siendo otra etiqueta más que se sume a las muchas que ya carga el libro, y con las que cargan autores y autoras. Si bien los híbridos son espacios de libertad y ruptura, no deberían ser definidos únicamente por esa condición. En el futuro, esperamos que lo híbrido no sea una rareza, sino algo habitual en las librerías, y que trascienda los límites de su propia etiqueta y sea reconocido por lo que comunica. Hay un libro que leí hace unos años y me marcó, El pensamiento heterosexual de Monique Wittig, donde dice que «escribir un texto que tenga entre sus temas la homosexualidad es asumir el riesgo de que en cualquier momento el tema acapare todo el sentido, en contra de la intención del autor, que quiere ante todo crear una obra literaria». Entonces el libro se convierte en un símbolo, en un manifiesto. Cuando esto ocurre, el texto deja de operar a nivel literario, se le reduce a una sola dimensión y finalmente no llega donde debería llegar. Se queda en ese nicho.
«Abrirnos a lo híbrido, a lo fragmentario, significa abrirnos a otras formas de contar»
Y ¿qué serían los «lectores fronterizos»?
Son personas a las que les interesa leer propuestas diferentes y cuyas prácticas propias o formas de pensar se instalan también en el encuentro con las de los demás. Hace poco, hablando sobre este concepto, Jesús [Cano Reyes] lo describió de una manera muy clara: el lector o lectora fronteriza es aquella que se interesa por los márgenes y las orillas de los modelos más instituidos. Por aquello que normalmente el mercado ignora o margina por el hecho de provenir de otros lugares y venir «manchado» o mezclado con lo otro. Pero, por eso mismo, por estar en contacto con la otredad, fronterizo es aquello que sale al encuentro de lo diferente. En Comisura nos reconocemos leyendo así y buscamos una comunidad lectora que comparta ese mismo deseo de fijarse en lo transmedial, de prestar atención a otras formas de hacer.
En épocas de inmediatez e hiperinformación, ¿cuál es el valor de lo híbrido y lo fragmentario?
Artefactos y seres humanos se diseñan mutuamente de manera directa o indirecta. Los libros no dejan de ser otro cuerpo, una materialidad, a través de la cual nos expresamos, una extensión de nuestras manos. En un mundo cada vez más fragmentado, más rápido, más diverso y plural, y también más monstruoso, más performado y más tecnológico, creo que lo híbrido ha ido cobrando mayor protagonismo, y hoy en día es esencial porque es un reflejo más fiel de la forma en que pensamos y somos. Abrirnos a lo híbrido, a lo fragmentario, significa abrirnos a otras formas de contar y de crear mundo donde otros cuerpos y otros discursos son posibles. Lo híbrido lleva intrínseco el diálogo y el diálogo, a su vez, la apertura.
Actualmente las redes sociales son puro diálogo entre texto e imagen. ¿Lo digital favorece la hibridación?
Que vivamos en una sociedad visual no significa que sepamos leer esas imágenes. Aunque prima el sentido de la vista por encima de otros, no nos dejamos afectar por las imágenes sino que las consumimos, no nos enseñan a leerlas sino que directamente convivimos con ellas. Por eso nos gusta trabajar con fotografías, cambiarlas del soporte vertical (los teléfonos y el mundo del scroll que nos convierte en hámsters infinitamente atrapados en una rueda) a uno horizontal y material como es el libro. Ya solo esto cambia el tempo en que se lee, la forma en que una se relaciona con las imágenes. La atención es uno de nuestros bienes más valiosos y es importante hacer un esfuerzo para preservarla. Lo bueno es que, con lo digital, tenemos acceso fácilmente a vídeos, sonidos y elementos interactivos, todos fusionados en un mismo dispositivo. La cantidad de herramientas a nuestro alcance es brutal. Sin embargo, al vivir en un entorno donde la atención se fragmenta constantemente entre múltiples estímulos, el intercambio suele ser superficial. Lo digital puede tanto enriquecer como empobrecer el acto de comunicar, dependiendo de cómo se utilicen estos elementos híbridos. Mientras que en los libros tenemos un tiempo y espacio más controlado para la reflexión, el formato digital tiende a apresurarnos, a guiarnos de una pantalla a otra sin darnos tiempo para profundizar en lo que estamos viendo.
«Los superventas siguen siendo propuestas lineales, con una moraleja, fáciles de digerir y transmitir»
Hace unos meses, un agente literario me decía que para publicar novelas híbridas o fragmentarias hay que ponerse en contacto con editoriales latinoamericanas pues en España no hay mercado para ellas…
Editoriales que vayan a acoger ese tipo de proyectos existen y somos varias. En Comisura estamos especializadas en ello, pero otras como Temporal, La Uña Rota, Ediciones Anómalas, Dalpine, Cabeza de Chorlito, Niños gratis* o Caniche también han publicado algunos discursos híbridos. Ahora bien: que haya mercado ya es otra cosa… Creo que en España se hacen y se han hecho proyectos híbridos fuera de los grandes circuitos, siempre con tiradas cortas y con grandes problemas para sacarlos adelante. Como siempre, todo depende de cómo mires y adónde. Hay un gran circuito de ferias independientes donde se encuentran absolutas maravillas, muy diferentes a lo que vemos en medios o en librerías generalistas. Como siempre sucede cuando algo se está abriendo camino, hay resistencias. Es difícil catalogar estos libros en librerías o en bibliotecas, es difícil que un distribuidor los entienda, a veces incluso es difícil leerlos… Pero creo que hay deseo de hacerlo. Como dice Berta García Faet, la cuestión es «podernos entrenar (porque hay que entrenar, no es un talento innato) en la habilidad de quedarnos con algunas reglas y despojarnos de otras». Ahora mismo siento que las grandes editoriales están empezando a acoger estos discursos, con algunos casos de buenas ventas como Cristina Morales, Agustín Fernández Mallo, Joan Brossa o Paul B. Preciado. O incluso toda la obra de Chantal Maillard. Y otros ejemplos menos conocidos como Isabel de Naverán, Fina Miralles, Laia Argüelles Folch, Gonzalo Golpe…
¿Entonces cuál sería el problema?
El problema es que hacer libros con imágenes, en imprentas con máquinas más modernas y con un diseño único, encarece muchísimo su producción y por tanto su precio de venta, y muchas personas no están dispuestas a pagarlo o directamente no pueden hacerlo. Así que tenemos un trabajo por hacer: explicar el gran número de agentes implicados en hacer y distribuir un libro, por qué cuesta lo que cuesta, quién se lleva porcentaje de la venta y cuánto… y que nuestros libros sean lo suficientemente interesantes para que las personas quieran invertir su dinero y su tiempo en ellos. Y, por supuesto, el mercado también tiene la responsabilidad de abrirse a entender nuevas formas, a darles una oportunidad y no decir, de entrada, que es raro y no se va a vender. Es decir, aunque la industria a menudo margina estas propuestas, y aún no hay mercado afianzado para ellas, hemos comprobado que sí hay un interés creciente por parte de ciertos lectores y lectoras en explorar formatos que rompan con lo normativo.
«Serán precisamente este tipo de libros los que sobrevivirán al miedo frente a la IA»
¿El mercado editorial favorece la literatura lineal, las formas casi decimonónicas?
Los superventas siguen siendo propuestas lineales, con una historia clara, con una moraleja, fácil de digerir y transmitir. A veces siento que son libros sin vida, porque son muy parecidos entre sí y los personajes parecen de cartón. Son libros con los que se puede empatizar fácilmente y la mayoría de la sociedad puede verse reflejada, cayendo muchas veces en clichés. Los libros que están llenos de vida muchas veces son difíciles de encajar, de clasificar, de entender. Son para sentir. Si lo que haces es un tema incómodo, si requiere de mayor implicación por parte del lector porque no es lineal, si es más caro porque su materialidad es diferente… es normal que no sea premiado por un mercado que busca propuestas de consumo rápido para que cuanto antes las terminen y vayan a comprar otra. Eso sí: creo que serán precisamente este tipo de libros los que sobrevivirán al miedo frente a la IA, el libro electrónico o cualquier otro elemento que suponga un anuncio del fin del libro. Los discursos híbridos, los libros «más cuidados», son los que sobrevivirán porque hay un sentido en su materialidad.
A diferencia del tradicional «todos los derechos reservados», Comisura tiene un disclaimer que dice que «las palabras y sus posibles combinaciones son una propiedad colectiva, por lo que compartir este texto no constituye un delito. […] Es mejor que un libro viaje a que se quede encerrado en una caja».
Este párrafo solo está en alguno de nuestros libros, no en todos, pues cada autora ve la creación de forma diferente y lo respetamos. En este caso, la frase es de Valeria Mata, que señala que ninguna obra surge de la nada, pues la creatividad no se limita a la «creación» de algo nuevo, desde cero y sin influencias. Que escribiendo una se convierte en un enjambre de devenires múltiples. Nosotras estamos muy de acuerdo en ese desplazamiento de la autoría hacia el contenido, y de hacer colectiva la accesibilidad a la cultura. Aferrarse a la autoría, seguir pensando en que los escritores y las escritoras son genios que trabajan aislados, o cabrearse si alguien que no tiene recursos fotocopia un libro o comparte un PDF, es poner el foco en un lugar errado: el problema de la precariedad en el arte y la cultura no está ahí. Donna Haraway habla del «pensamiento compost», donde recursos y responsabilidades se entretejen para sostener la vida. El verdadero problema al que se enfrentan la creación y la cultura no es el intercambio libre de ideas o recursos, sino la precarización estructural del sector y la competencia voraz. Es la falta de políticas públicas que garanticen derechos básicos para quienes crean, que hayan reducido las ayudas a la edición o que no miren la renta de los artistas o los recursos de las editoriales a las que les dan apoyo, la mercantilización extrema del arte y del conocimiento, las limitaciones que imponen para acceder a determinadas ferias, la burocratización excesiva de algunos procesos, el pésimo trato de algunas cadenas hacia los libros devolviéndonos cientos de ejemplares completamente destruidos, o las desigualdades de acceso que limitan el disfrute de la cultura a unas pocas personas sin ofrecer ayudas a las que no pueden.
«Los lenguajes híbridos rompen con el molde impuesto por las industrias culturales»
¿Cuánto de político, de subversivo o de crítico se juega en los lenguajes híbridos?
Aunque ahora tenemos una escena editorial muy diversa, las principales casas editoriales suelen descartar o no apostar por obras que se salgan de lo normativo, es decir, de la fácil inclusión del libro dentro de un género determinado como narrativa o poesía. Es cierto que a veces te encuentras sorpresas, como cuando Cristina Morales ganó el Premio Herralde, pero parecen momentos puntuales. La realidad es que en España los discursos cada vez son más híbridos, y muchas editoriales no viven ajenas al cambio y publican todo tipo de obras, pero no hay una apuesta por consolidar la mezcla. A diferencia de lugares como Latinoamérica o Norteamérica u otros países europeos como Francia o Alemania, en España siempre nos ha costado validar textos híbridos como obras capitales. Creo que prima más la venta de libros y que la masa lectora compre una novela y sienta que está leyendo una historia, que comprar una «novela experimental» que le haga partícipe, que combine todo tipo de textos, que incluya imágenes, o que dialogue con los vacíos. Quizá nuestro principal obstáculo es que hacemos libros que requieren fijarse en los detalles. Es una pena, porque uno de nuestros objetivos es acercar la fotografía y los discursos híbridos a todo tipo de lectores y lectoras y, aunque en algunos casos lo hemos conseguido, en otros muchos es difícil vender más de 500 ejemplares. En este sentido, los lenguajes híbridos son profundamente políticos y subversivos: rompen con el molde impuesto por las industrias culturales, que priorizan productos reconocibles y comercialmente viables, y, al hacerlo, interpelan a las lectoras a adoptar una postura crítica ante las narrativas dominantes. No solo cuestionan las estructuras formales de la literatura, sino también las estructuras de poder que estas representan.
Yo diría que lo intempestivo, lo que está fuera de lugar, eso que no cabe en distinciones precisas y que juega con los límites, es el verdadero hábitat de la innovación, de la frescura…
Totalmente de acuerdo. Ya desde la etimología de la palabra que da nombre a la editorial, Comisura, que fue un hallazgo precioso de Carlota, apuntamos hacia esta idea de la unión desde el borde o el margen como algo valioso, un umbral donde las cosas se encuentran y se mezclan, se funden y se confunden. Miras el propio cuerpo y ves que lo intempestivo es algo que nos habita a todas las personas. Sin embargo, a pesar de que nos es tan natural, lo olvidamos todo el rato. Jugar con los límites o lo indefinido en cualquier contexto siempre será sinónimo de subversión o innovación. Al final esa es la historia de la humanidad, ¿no? Fijar algo como lo normativo, y que de forma orgánica surjan corrientes, movimientos, o conceptos que cuestionen o persigan cambiar o intervenir esa norma, y que de ahí surjan nuevos «mundos». A veces no como un acto de rebeldía, sino simplemente porque te dejas llevar y llegas ahí, porque es así como somos las personas: imprecisas.
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