«Hay que aprender a ofenderse para tener más libertad»
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2024
Artículo
‘Bufones. Humor, censura e ideología en los tiempos de internet‘ (Ariel), el último ensayo de Iñaki Domínguez (Barcelona, 1981), analiza la relación triangular entre censura, poder y humor y cómo este último es acaso el único instrumento para enunciar la verdad. Verdad que sí existe, a juicio del Domínguez, al contrario de lo que nos refieren determinadas corrientes de pensamiento que han llevado el relativismo al extremo. En una sociedad como la nuestra, de permanente vigilancia, políticamente correcta y dispuesta a la cancelación, la risa, como ya supo Aristóteles, resulta un camino de liberación.
Como el escritor Norman Mailer, a quien cita como frontispicio del libro, ¿considera que la corrección política es uno de los grandes males que nos asisten?
Sí, a día de hoy, en nuestra sociedad occidental en la que no hay muchos males de otro tipo, como guerras y demás, lo políticamente correcto es excesivo. Creo que cada uno debe de ser libre para decir lo que quiera, para consumir lo que quiera y al que no le guste que no lo vea, que no mire, que no se acerque, siempre y cuando en el ejercicio de esa libertad no se comentan delitos; las moralinas que interfieren en la vida cotidiana sin que medie delito me parece que atentan contra la libertad de expresión y, además, resultan ya muy pesadas.
¿En qué casos, de haberlos, conviene no sé si censurarse, pero contenerse en lo que se dice?
Acabo de ver una entrevista a Dan Brandon Bilzerian, un jugador profesional de póquer, de origen armenio. El tipo daba argumentos contra Israel, contra su política, ofrecía datos, se expresaba muy bien; puedes estar de acuerdo o no con él, pero el entrevistador, Piers Morgan, que está sacando mucho jugo a ese discurso, sabe que puede causar problemas hablar así en medios anglosajones, que da la impresión de que son pro-Israel; en su caso no le van a cancelar, porque es un multimillonario, pero hay consecuencias. Los medios tienen sus dogmas y sus principios, y si vas contra ellos puedes buscarte problemas. En España siempre hay consecuencias rápidas, como que te insulten por Twitter, que no es agradable para nadie. Este tipo de cosas hacen que la gente se autocensure. Pienso en el caso de Errejón, que está sufriendo una cancelación en toda regla. Al margen de quién sea, se le ha negado la presunción de inocencia, y en una democracia los delitos hay que demostrarlos por la vía legal.
«Las moralinas que interfieren en la vida cotidiana sin que medie delito atentan contra la libertad de expresión»
¿Cómo es posible que la influencia estadounidense tan pacata se haya extendido con tanta fuerza, y sobre todo en la izquierda, en un continente que siempre ha pensado por sí mismo, como Europa y que ha tenido manga ancha?
Estoy de acuerdo con lo que dices, creo que se debe a internet. Recuerdo, de adolescente, con mis amigos, nos reíamos de lo mojigatos que eran los estadounidenses, que se tapaban la boca cuando decíamos un taco, no hacía topless, pero compraban rifles… Es el tiempo de la transición dialéctica, que decía Hegel, cuando algo se convierte en su contrario. La izquierda se ha posicionado del lado del puritanismo y la censura, que es algo que había sigo típicamente conservador, pero ahora se ha convertido en una herramienta del poder, extendida por la globalización; la gente quiere imitar lo que ve por las redes, quiere imitar lo que viene de Estados Unidos porque es la primera potencia, porque ostenta el poder internacional, y se adoptan algunas de sus modas y se consumen sus productos. De ahí que se esté adoptando el puritanismo, típicamente estadounidense, también porque faltan referentes claros, sobre todo en la izquierda.
¿La «pureza moral de la izquierda» de la que habla en el ensayo, es tan terrible como la de la derecha?
El problema es que a la izquierda se le da mucha cancha. La moral pública de la derecha y de la ultraderecha eran absurdas, pero ahora la izquierda tiene una cosmovisión que entronca con ella en muchos sentidos, y resulta que la derecha y la ultraderecha dicen cosas muy sensatas, como esa crítica contra la dictadura woke, contra la política identitaria, etc. Estamos en un momento en el que se han impuesto valores muy conservadores, y la gente es muy partidaria de un equipo, pero hay que ser crítico.
¿Quién legitima la risa?
El público que ríe, al que le hace gracia los chistes, y cómo la risa permite decir ciertas cosas que de otro modo no se podrían decir. Para mí, el ejemplo del bufón contemporáneo es Bill Burr, un cómico de Boston, me gusta particularmente, es el ejemplo perfecto: alguien que dice verdades incómodas, un crítico social con mucha gracia, el público se ríe y piensa «cómo puede estar diciendo esto, hacer bromas sobre este tema, criticar así la hipocresía social y yo estar riéndome».
Pienso, es inevitable, en Charlie Hebdo, que le costó la vida de algunos de sus trabajadores. ¿Todo es susceptible de chanza?
Todo es susceptible de chanza, sí, aspiro a eso, para mí todo, soy muy liberal en ese sentido. Si no me gusta algo no lo veo. No veo cosas que me ofenden.
¿Qué cosas le ofenden?
Cierta estética, Operación Triunfo me ofende, determinados músicos, limitados cognitivos… hay que aprender a ofenderse, prefiero ofenderme y tener más libertad. Porque, de otro modo, se produce un discurso monotemático aburridísimo.
El bufón, el freak, el tarado, ha cumplido la función de decir la verdad, el humor se sirve de sí mismo para ello. Pero en tiempos de posverdad, de paparruchas, de sucedáneo, ¿qué permite, dónde nos conduce?
El bufón dice sus verdades, pero también la verdad, que sí existe, la idea de que no existe la verdad la promueven filosofías posmodernas, pero si no existe un referente puedo imponer el mío, mi ideología, que se promueve desde el poder. El bufón ha de decir la verdad; en muchos casos, todos sabemos cuál es la verdad, pero no se puede decir porque está mal vista.
«El bufón dice sus verdades, pero también la verdad, que sí existe»
El cómico Lenny Bruce decía que su humor atacaba a los «dioses de occidente». ¿Cuáles sería ahora los asuntos que más requieren del humor?
Hay ciertos dogmas que deberían abordarse desde el humor, el feminismo, y todo lo que sea identitario; no se puede hablar de ello, no se puede criticar, porque en seguida eres homófobo o machista. Por ejemplo, decir que el sexo biológico define, en parte, el sexo de la persona no se puede decir, hay que tener mucho arte como comediante para decir ciertas cosas. Recuerdo a Javier Marías, un tipo de izquierdas, que escribió un artículo que venía a decir que las mujeres también pueden ser malvadas. Lo tacaron de reaccionario. Y los mismos que apoyaban los antiguos dogmas respaldan los nuevos, porque hay personas que siempre se arriman al sol que más calienta. El nazismo es el ejemplo más claro, no es que los alemanes se convirtieran de pronto al nazismo, es que se apuntaron a la moda, al poder.
Pienso en muchos artistas que deambulan por estas páginas, desde Jim Morrison a Franz Zappa. El artista, ¿es más manso ahora que antes, menos tocapelotas?
Sin duda, se echa mucho de menos una actitud más punk, como la Franz Zappa, un músico que a mí me gusta mucho en algunos discos, en otros, no tanto. Él era un contrario a lo woke, a la mojigatería, estaba en contra de esos distintivos que se colocaban en ciertos discos para advertir que podrían ser ofensivos.
El cinismo estructural del moralismo contemporáneo, ¿qué peligros entraña?
Coarta tu libertad, la escritura de tu libro, la composición de tu canción, la realización de tu película, coarta tu humor y, por supuesto, puede interferir con la ciencia, porque si la ciencia llega a conclusiones que no son políticamente correctas también puede padecer. Se puede generar un totalitarismo ideológico muy peligroso, más en esta especie de panóptico en el que vivimos, con esta cultura de internet; vivir una vida transparente, con tantos dispositivos de vigilancia nos coloca en un mundo distópico, en una era globalista totalitaria. Que lo político es personal es un eslogan sumamente fascista. En el nazismo se decía que el único espacio privado eran los sueños de la persona, pero lo privado es privado, no es ni político ni público, de otro modo entramos en un totalitarismo, en el que el espacio de lo social invade lo privado y está sometido a la vigilancia del Estado y de los poderosos. Esto es muy preocupante, hay que poner algún tipo de cortapisa.
COMENTARIOS