Pensamiento

Sobre la vocación

La vocación es un llamado a transitar un camino que puede ser difícil y escabroso, una vía cuyo pasaje y superación habrá de transformar al sujeto que lo sobrepasa y trasciende.

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18
noviembre
2024

Según la Real Academia de la Lengua, la palabra vocación es la «inclinación a un estado, una profesión o una carrera». La definición al uso del término es la que acabamos de transcribir; la empleada a pie de calle por la mayoría de personas. No obstante, y a pesar de su proliferación, se trata de una descripción extremadamente superficial, sin verdadera sustancia. Aunque muchos no lo sepan, este uso anodino del término vocación halla sus raíces en un concepto religioso que es importante recuperar.

La palabra vocación proviene etimológicamente del latín vocatio, que hace referencia a la voz, al llamar o, más bien, al ser llamado. Aquel que obedece a una vocación es necesariamente comandado, casi obligado. Por otro lado, para cumplir con su cometido, aquel que ha sido llamado ha de saber escuchar la sutil apelación. Por supuesto, nunca es el sujeto quien llama, quien decide la tarea a realizar. En el caso de la verdadera vocación, uno ha de ser, de algún modo, convocado por fuerzas que dan la impresión de ser ajenas. En estos casos, la voluntad consciente no es la que decide la misión encomendada, sino, quizás, un estrato más profundo de nuestra psique. A menudo son, incluso, las propias circunstancias de la realidad las que invitan o determinan la acción exigida.

Si el contexto externo o una cierta marea objetiva no favorecen en ninguna medida el desempeño del que estamos hablando, esto supone que la persona en cuestión no está atendiendo adecuadamente a la llamada y ha confundido su destino o vocación con algo que no lo es (algo que, generalmente, es motivo de gran frustración). Cuando es uno mismo quien «fuerza la máquina» de modo antinatural para abrirse paso en el mundo elegido por el ego, por su conciencia, la llamada no es auténtica. En ese caso, la persona habrá «errado la vocación», que es lo que suele ocurrir a la mayoría; una mayoría que, por lo general, ni escucha, ni sabe escuchar, ni lo pretende.

En el caso de la verdadera vocación, uno ha de ser, de algún modo, convocado por fuerzas que dan la impresión de ser ajenas

En este sentido, el sabio chino Lao-Tse hablaba en el siglo V a. C. de la «no acción» (wu-wei). En este sentido, el filósofo orientalista Alan Watts entiende que el maestro no se refería a una pasividad hueca. Wei viene a significar «compulsión, entrometimiento y artificio», también hace referencia a «tratar de actuar contra la corriente de li». Wu-wei consistiría, pues, en «no forzar». Naturalmente, se trata de ese no forzar de lo que venimos hablando. De nuevo en palabras de Lao-Tse: «[Aun] la mejor voluntad del mundo, cuando es forzada, no logra nada».

Esto refiere de nuevo a la idea que contiene el concepto chino wu-wei, que estribaría en saber seguir la corriente del Tao (palabra que significa literalmente «camino»), una especie de orden natural de la existencia. Por lo tanto, saber regirse por él implicaría obedecer a la vocación tal y como la entiende la tradición occidental. Nos dice de nuevo Alan Watts que el Tao «debe ser entendido principalmente como una forma de inteligencia, o sea, como una forma de conocer los principios, estructuras y tendencias de las cuestiones humanas y naturales tan bien que uno utiliza la menor cantidad de energía para ocuparse de ellas. Pero esta inteligencia no es […] sencillamente intelectual; es también la inteligencia «inconsciente» de todo el organismo y, en particular, la sabiduría innata del sistema nervioso». Cabalgar el Tao, pues, radicaría, también, en aprender a escuchar; a escuchar aquello que subyace a las ideas, que está emparentado con la biología; en aprender a escuchar al mundo y a uno mismo.

De acuerdo con esta forma de sabiduría oriental, nuestra misión estribaría en seguir «el camino de la menor resistencia». Es necesario, pues, saber cuándo trabajar en una dirección o en otra, saber cuándo la realidad fluye con nosotros en una misma orientación. Si obedecemos a esa llamada y seguimos el curso recóndito de nuestro ser, obtendremos frutos. No hablamos de la corriente preponderante que establece la sociedad, sino de los acontecimientos que nos tocan y acompañan íntimamente. Si atendemos a su llamada nos veremos favorecidos y hallaremos un suelo fértil que será nuestro hogar.

Para atender a la llamada verdadera hay que saber escuchar. La vocación no consiste en decirse a uno mismo: «Quiero ser un artista o una estrella del rock, pasármelo en grande y que todo el mundo me adore». No. La vocación real es una llamada a transitar por un camino que puede llegar a ser particularmente difícil y escabroso, una vía cuyo pasaje y superación habrá de transformar al sujeto que lo sobrepasa y trasciende. En el caso de Moisés, cuya vida representa probablemente el más paradigmático ejemplo de vocación, este es llamado por Dios para llevar a cabo la ardua misión de liberar a su pueblo, por entonces preso en Egipto. O, como dijo Stefan Zweig del poeta Hölderlin en su libro La lucha contra el demonio: «La poesía no es […] una libertad feliz, un equilibrio, sino un deber amargo, una esclavitud».

La tarea vocacional es siempre transformadora. Es por ello que Dios dota de un nuevo nombre a cada uno de los personajes bíblicos a quienes encomienda una misión vocacional. En el caso de Jacob, tras luchar exitosamente con un ángel (o con Dios mismo), Jehová le otorgó el nombre de Israel (que heredarán sus descendientes, conocidos como el pueblo de Israel). Hablando en términos alquímicos, uno ha de verse destilado, purificado por el fuego, de muchas debilidades y defectos. Y huelga decir que el fuego quema, hace daño, aunque también nos permite mutar y puede servir para fortalecernos. Toda aventura vocacional es transformadora, pero entraña grandes peligros.

La llamada no invita al héroe a enfrentar un camino de rosas, precisamente, la verdadera vocación es un asunto complicado. Como suele decirse: «Ten cuidado con lo que sueñas, porque puede hacerse realidad».

 

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