En la capital de la antigua Roma, las inundaciones representaban una amenaza constante debido a la ubicación estratégica de la ciudad, donde convergían varias corrientes de agua.
Es cierto que esta situación brindaba ventajas significativas, como facilitar el comercio, impulsar el desarrollo industrial y asegurar el control de las rutas económicas. Sin embargo, también la hacía vulnerable a desastres naturales (inundaciones, incendios y terremotos).
No es nuestro objetivo analizar todas y cada una de las inundaciones acaecidas y los efectos de las mismas, pero sí ofrecer una visión general de cómo los romanos afrontaron este tipo de eventos catastróficos y qué se hizo para mitigar los efectos.
Aunque los romanos contaban con conocimientos avanzados en hidrología y construcción, no destacaron precisamente por la adopción de medidas preventivas. Inicialmente, esto se debió a la creencia religiosa de que las inundaciones eran respuestas divinas. No obstante, tanto el emperador Augusto (63 a. e. c.-14) como Tiberio (42 a. e. c.-37) comenzaron a alejarse de dichas concepciones tradicionales apostando por ofrecer soluciones técnicas y prácticas que sirvieran para proteger la ciudad ante un problema de gestión de las aguas.
Augusto marca el paso
Para prevenir los efectos de las inundaciones, el emperador Augusto ensanchó, limpió y encauzó el cauce del Tíber, que se había llenado de escombros con el tiempo y se había reducido. Una de las razones era que, cuando había derrumbes en la ciudad, muchas veces los restos se abandonaban en las calles o se tiraban a los ríos. Se decía que el Tíber era «un vertedero» romano, ya que no sólo se arrojaban escombros, sino también restos orgánicos, cadáveres tanto de animales como de personas, restos de industrias cárnicas, conservas o pieles, etc.
Para prevenir los efectos de las inundaciones, el emperador Augusto ensanchó, limpió y encauzó el cauce del Tíber
Como se realizaban construcciones en las orillas, también fue necesario delimitar las riberas y prohibir la construcción en ellas. Asimismo, Augusto ordenó la limitación de la altura de los edificios hasta un máximo de 21 metros para evitar los derrumbes espontáneos o motivados por las crecidas. Igualmente, estableció sanciones para aquellos que realizaran actividades que perjudicaran la gestión de las inundaciones, como la destrucción de los diques de contención de los ríos o la tala de árboles ubicados en las orillas, condenando a los autores a trabajos forzados o a las minas.
Por su parte, Tiberio propuso la creación de una comisión que se encargara de la vigilancia y control del cauce del río y la protección de la ciudad. Esta propuesta incluía tres intervenciones: desviar el río, realizar obras de canalización y ocluir el lago Velino. En aquel momento, fue rechazada por el Senado alegando motivos religiosos.
Otros emperadores, como Claudio (10 a. e. c.-54) y Trajano (53-117), dieron continuidad a las iniciativas, planteando la construcción de puertos, canales, acueductos y cloacas. Precisamente estas últimas fueron muy relevantes porque favorecieron la extracción de las aguas acumuladas, la canalización de las provenientes de las lluvias y el drenaje de las tierras pantanosas alrededor de la ciudad.
Vigilar el río
De entre todas las medidas adoptadas, destaca la creación de una comisión, heredada de la propuesta de Tiberio y compuesta por cinco miembros de rango senatorial, encargada de la supervisión y vigilancia del río Tíber. Para el desarrollo de sus funciones, contaron con el apoyo de personal técnico y la colaboración y cooperación de funcionarios públicos y profesionales especializados con los que celebraban contratos de prestación de servicios.
Las fuentes epigráficas, arqueológicas, literarias e históricas evidencian las actividades encomendadas a los cuidadores del río. Así, lo vigilaban y controlaban y se encargaban de delimitar las orillas, prohibiendo a los propietarios de los fundos ribereños la realización de obras, edificaciones o cualquier acción que pudiera dificultar el acceso al río, la navegabilidad, el uso o su obstrucción. En esos casos, los responsables podían ordenar derribos con la interposición de los correspondientes interdictos, como describe el jurista romano Ulpiano.
Asimismo, procuraban protección a los particulares que realizaban labores de limpieza frente a la perturbación de terceros y resolvían los conflictos relativos a los límites fluviales. También asumieron el mantenimiento constante y la limpieza de los cauces y las orillas, ya fuera por la acumulación de sedimentos, el abandono consciente de residuos o por el crecimiento espontáneo de la vegetación, con el objetivo de favorecer el uso público y el tránsito de las naves.
Realizaban todas estas intervenciones empleando a su propio personal, utilizando a esclavos y condenados o mediante la contratación de profesionales como los urinatores. Estos se encargaban de remover y extraer periódicamente la acumulación de residuos en los puertos derivados de la actividad comercial, doméstica o constructiva, así como los sedimentos, escombros y residuos depositados en las orillas o en los cauces por los incrementos fluviales o por las cloacas. Utilizaban para ello ruedas de madera a las que se acoplaban una especie de palas para limpiar el fondo del puerto.
Como encargados de la vigilancia y la seguridad de las aguas, los curadores del río asumieron el deber de asegurar el funcionamiento, mantenimiento y conservación de cloacas. Para ello, también limpiaban y mantenían las cloacas privadas que se conectaban a la red de saneamiento pública.
Ayer y hoy
Sin caer en el presentismo, podemos observar que los romanos se enfrentaron al problema de las inundaciones con un enfoque que combinaba medidas correctivas, normas urbanísticas y avances técnicos, reconociendo su vulnerabilidad ante las crecidas.
Si bien su respuesta no fue sistemática ni plenamente preventiva, las medidas que llevaron a cabo evidencian una comprensión técnica y estratégica de los riesgos fluviales. Sus acciones no solo buscaban paliar los efectos inmediatos, sino también mitigar sus consecuencias en el funcionamiento de la ciudad.
En la actualidad, la gestión de inundaciones se ha convertido en un tema prioritario con objetivos más integrales y preventivos. Los marcos legales europeos reflejan un compromiso por proteger la vida humana, el medio ambiente y la infraestructura urbana de manera proactiva, promoviendo la adaptación al cambio climático y la resiliencia social.
Aunque el enfoque actual es más amplio y apunta a prevenir desastres en lugar de únicamente mitigarlos, las medidas implementadas en la antigua Roma fueron un precedente en el desarrollo de estrategias de control de inundaciones.
Para evitar desastres como los acaecidos en el Levante español en estos últimos días, las confederaciones hidrográficas deberían realizar actuaciones más allá de la conservación de los cauces. Es decir, invertir en infraestructuras de protección y realizar una mayor limpieza de cauces, barrancos y cloacas, entre otras.
Tewise Yurena Ortega González es profesora ayudante y doctora en Derecho Romano, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y José Luis Zamora Manzano es catedrático de Derecho romano, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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