«Tuve que aprender a quejarme»
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COLABORA2024
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La activista Luda Merino nos habla sobre su libro No lo entenderías: mi historia de adopción (Aguilar, 2024), en el que narra cómo el trauma puede hacer que se pierda la capacidad de sentir dolor.
El dolor es propio de los seres humanos y también de los animales. Se nace con dolor y se deja el mundo con dolor. Es necesario para aprender, hace de escudo protector, alerta de un mal funcionamiento del cuerpo y otras veces convivir con un gran dolor resta calidad de vida. Podría decirse que una de las metas de la humanidad es vivir sin dolencias y amainar el sufrimiento. Acompañan a esa misión la medicina y la psicología, la espiritualidad y el contacto humano, o la cultura como pilares fundamentales. A pesar de que todavía ninguna ha encontrado la fórmula para la inmortalidad, avanzan para hacer de la experiencia de la vida un lugar mejor.
Sin embargo, en muy contadas ocasiones el dolor abandona el cuerpo y deja de sentir los golpes y ciertas emociones. Esto es lo que le ocurrió a Luda Merino tras su adopción internacional en Rusia, una experiencia que recoge en su libro No lo entenderías: mi historia de adopción (Aguilar, 2024).
La mayoría de los libros sobre adopción que se encuentran en las librerías son guías para padres que dejan paradójicamente la vida del adoptado fuera de la ecuación. Es precisamente esto lo que motivó a Luda a escribir su historia. Quiere que su mirada ocupe el mismo espacio que las anécdotas de los padres adoptivos o que los libros de terapia. Ambas corrientes tienden a edulcorar las experiencias de adopción. Faltaban voces de personas adoptadas contando su vivencia de una forma clara y sin rodeos, expresando sus miedos y también su capacidad de superación.
Se dio a conocer en redes sociales como Twitter/X, donde compartía hilos sobre adopción y contaba cómo buena parte de su vida la vivió sin experimentar dolor. Esto atrajo a miles de curiosos interesados por la adopción para escuchar su testimonio.
Luda nació en Rusia. Allí pasó por un hospital; luego fue llevada a un orfanato que la marcó de por vida y finalmente llegó a España tras una adopción internacional. El orfanato de la ciudad de Kuybisev lleva en pie desde 1890. Antes fue dispensario médico, también cárcel provisional de mujeres, y más tarde orfanato. Este orfanato no fue ni idílico ni una pesadilla. «Hasta donde sé tenía bastante categoría, no me tocó lo peor. Porque hay otros orfanatos donde los chavales beben alcohol, hay maltratos físicos de los cuidadores. Siguen existiendo orfanatos como los que se veían en Rumanía en los años noventa o en el famoso documental Las habitaciones de la muerte en China. Tuve mucha suerte, no me lo creo», explica la propia Luda.
Luda aclara que su problema médico no fue un problema genético sino psicológico, y que este pudo aparecer y agravarse en el hospital donde permaneció varios meses desde que nació. El trauma del abandono, su paso por el hospital y la institucionalización en un orfanato fueron la fórmula perfecta para conseguir que su cerebro desconectara de su cuerpo.
«La disociación del dolor se produce cuando algunos bebés adoptados lloran y ven que no sirve para nada. Muchos niños en los orfanatos no lloran por eso, porque no hay nadie», explica la autora. «Si te duele algo y nadie viene en tu ayuda al final deja de doler, que es lo que me ha pasado a mí. Tuve muchos problemas médicos encadenados y nadie me ayudó».
«La disociación del dolor se produce cuando algunos bebés adoptados lloran y ven que no sirve para nada»
A raíz de esto le dejaron de doler los golpes, las heridas, la fatiga desapareció y también se bloquearon emociones como la pena o la rabia. Luda reconoce que el último resquicio que le queda hoy en día de la disociación del dolor es su capacidad para bloquear las emociones: «Eso lo hago a voluntad. Me suele pasar con la tristeza, puedo cortarla y se acabó, y sé que no es bueno. También puedo parar el llanto».
Pero el dolor regresó de forma paulatina entre los diez y los quince años. «Empecé a darme un golpe y a los cinco segundos dejaba de sentirlo, como si hubiera un retardo entre el golpe y la reacción. Es que tuve que aprender a quejarme. Porque durante mucho tiempo aprendí a no hacerlo». En España, Luda ya tenía familia y amigos. Si ella gritaba o lloraba, venían en su rescate, nada que ver con su experiencia en un orfanato.
Hay una parte de No lo entenderías dedicada a los mitos sobre la adopción, tanto los mitos que tienen una carga positiva como aquellos que hunden emocionalmente a la persona adoptada. «Mi favorito es el de que puedes devolver al niño como en Amazon», indica Luda con ironía. Según ella hay ciertas preguntas fruto de prejuicios que dañan a las personas adoptadas y a sus familias, como «“¿dónde están tus padres de verdad?”, como si mis padres fueran de mentira, o “¿de dónde eres?”, cuando en realidad no preguntan eso, sino dónde has nacido, porque el nombre ni la cara les encaja».
Las preguntas no suelen tener mala intención, pero chocan con el mar de sentimientos encerrados que tiene una persona adoptada y que no son fáciles de gestionar emocionalmente, entre ellos el abandono, la emigración, la percepción de falta de familia propia o las identidades complejas. Estos mitos derivan también en situaciones agravadas de racismo hacia los adoptados provenientes de otros países donde los rasgos fenotípicos son diferentes a los de la mayoría del país de adopción. Estas situaciones a veces peligrosas se dan sobre todo en las aulas.
Por este motivo, Luda escribe pensando en el público más joven, ayudando a despejar las incógnitas sobre la adopción para los que nunca han oído hablar sobre ella. Pero Luda también asegura que «el libro está hecho para que otros adoptados se identifiquen en mi historia. Yo no soy psicóloga, cuento mi experiencia y de ahí que cada uno extraiga sus conclusiones. Cuento mi historia, y si esto ayuda a otros adoptados, el libro cumple su objetivo».
«Cuento mi historia, y si esto ayuda a otros adoptados, el libro cumple su objetivo»
Una de las partes más singulares del libro es la dedicada a la búsqueda de orígenes. Luda, aprovechando unas vacaciones, se centró casi a jornada completa y casi sin dormir en buscar a su familia biológica en Rusia. Empezó investigando su orfanato junto a un amigo, siguió tirando del hilo por las redes sociales y terminó por añadir a su árbol familiar a unas doscientas personas. Y también encontró a su familia más directa. «Cuando conocí a mi padre él me aseguró que pensaba que yo había muerto», explica Luda cuando cuenta los duros encuentros con su padre biológico, al que solo ha visto a través de una pantalla.
La vida de su familia biológica no fue fácil, y Luda muestra esa crudeza en el libro para que los lectores entiendan esa complejidad: «A mi abuela la mató un borracho, mi abuelo se suicidó o lo mataron, mi madre bebe, mi hermano está en la cárcel, mi tía estuvo presa y murió y finalmente mi bisabuelo fue deportado por Stalin a Siberia. Es un culebrón que me lo tomo a chiste, no me queda otra». Luda encuentra en la fórmula del humor un camino reparador para hablar de su vida sin dolor, de su búsqueda y de su familia biológica.
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