Internacional
Niñas veneradas como diosas
En Nepal, la tradición de las Kumari ha puesto sobre la mesa la necesaria conjunción entre la preservación cultural y los derechos humanos.
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Parece que lo único que se dice de Nepal es que es la tierra de los grandes picos del mundo. Las causas geológicas en el país de los Himalayas suelen opacar las etnológicas y etnográficas; sin embargo, igualmente grandiosa es la mezcla de creencias, rituales, culturas y poblaciones. En Nepal se deifica la naturaleza y los elementos. Se funden el hinduismo y el budismo: sacerdotes que guían ofrendas, estatuas de Buda pintadas de rojo sangre; superstición, sacrificios de animales y diosas que descienden a la Tierra encarnadas en cuerpos de niñas: las Kumari.
Cuenta la leyenda que Taleju –también conocida como Durga, Bhawani, Kali o Vajradevi para los budistas–, la diosa más importante del hinduismo y madre divina, solía jugar a los dados con el rey Jayaprakash Malla. Un día, la diosa se enfadó con el rey y desapareció. Sin embargo, al ver su arrepentimiento, decidió volver y le anunció que regresaría encarnada en una niña prepuberal y pura, una Kumari. Le ordenó que instaurara su culto y a cambio ella protegería su reino.
«La tradición de la Kumari es una de las más singulares del mundo. Desde una perspectiva optimista, se trata de una niña que es respetada y adorada como una diosa», dice Pun Devi Maharjan, activista y abogada de derechos de la mujer que ha sido la responsable de llevar esta tradición a los tribunales.
La Kumari de Katmandú
En 2017, con solo 3 años de edad, Trishna Shakya se convirtió en la nueva Kumari real de Katmandú. «La energía de Taleju se manifiesta en una niña del clan budista Shakya y de la comunidad Newar», explica Udhav Man Karmacharya, sacerdote principal de la Casa Kumari de la capital nepalí. Se dice que los integrantes del clan son descendientes del buda shakyamuni, Siddhartha Gautama, a pesar de que la mayoría de los Newar sean hinduistas.
Cuenta la leyenda que la diosa Taleju anunció que regresaría encarnada en una niña prepuberal y pura
En el pasado se comparaba la carta astral de la niña con la del rey para asegurar su compatibilidad, y tradicionalmente no asistían a la escuela porque, ¿qué más se le puede enseñar a una diosa? Tampoco podía pisar el suelo ni interactuar con personas fuera de su círculo de cuidadores.
«Aunque técnicamente no hay restricciones que les impidan casarse, en la sociedad persiste la superstición de que un hombre podría sufrir daño si se casará con una mujer que ha sido Kumari. Debido a este mito, las exKumaris pueden tener dificultades para ejercer su derecho al matrimonio», explica Maharjan.
En Nepal, hay tres Kumaris a tiempo completo, una en cada uno de los antiguos reinos: Katmandú, Lalitpur y Bhaktapur. Además, existen alrededor de once Kumaris que representan a la diosa en festivales y eventos especiales, llevando una vida normal el resto del tiempo.
«La Kumari de Katmandú es la figura más importante de esta tradición. Históricamente, los reyes de Nepal acudían a ella para recibir la tika, una marca roja de bendición hacia su mandato», explica el sacerdote. La tradición, probablemente iniciada en tiempos del rey Malla Jaya Prakash, continuó durante la dinastía Shah (1768-2008) e, incluso después de la rebelión maoísta, cada jefe de Estado ha mantenido hasta hoy el rito de legitimación.
Ser y dejar de ser diosa
Una Kumari es elegida cuando tiene entre 2 y 5 años de edad, y debe cumplir estrictos requisitos. No debe haber sufrido ninguna enfermedad ni tener cicatrices, además de cumplir con las 32 características físicas de la perfección. Estas incluyen: tener la piel perfecta, un cuerpo semejante al árbol Banyan, cejas como las de una vaca, cabello negro liso, dientes blancos sin huecos y una lengua pequeña y húmeda.
La vida de una Kumari, dada la naturaleza del culto, está llena de restricciones. «Algunos derechos que se veían vulnerados eran el derecho a la libertad de movimiento, derecho a la salud (se creía que la Kumari no podía enfermarse y, si lo hacía, no era llevada al hospital), derecho a la educación y derecho a vivir con su familia», señala Pun Devi Maharjan.
Una Kumari es elegida cuando tiene entre 2 y 5 años de edad y pierde su estatus divino cuando derrama una gota de sangre
La exKumari de Lalitpur Chanira Bajracharya comentó en una entrevista con The New York Times en 2022 que el momento más difícil fue adaptarse a la vida como una «mortal» después de ser una diosa. Las Kumari pierden su estatus divino cuando derraman una gota de sangre o les llega la menstruación, momento en el que se considera que su cuerpo se vuelve impuro y la diosa lo abandona.
Aunque hoy en día las Kumari sí reciben educación en su palacio, todavía enfrentan restricciones. «Matina Shakya, Kumari hasta 2008, ahora tiene 18 años y está en su primer año de universidad, estudiando Administración de Empresas», sostiene el sacerdote. No obstante, la abogada advierte: «Es muy diferente recibir clases en el Kumari Ghar y que sus compañeros la visiten allí, que asistir a la escuela. Esto podría afectar su desarrollo social y psicológico. Aunque es un avance positivo, aún no es suficiente».
Las Kumari solo salen de su palacio en festividades importantes, como el Kumari Jatra, parte del festival Indra Jatra, el más grande del valle de Katmandú. Esta celebración fue creada para mostrar públicamente la estrecha relación entre la diosa y el rey.
Los familiares de las Kumari siempre han expresado su satisfacción con el cargo de sus hijas, considerándolo un gran honor. Las exKumari también defienden la tradición, afirmando que fue la mejor etapa de sus vidas. No obstante, la falta de autonomía de las niñas en cuanto a su situación ha suscitado inquietud entre varios observadores, tanto en el extranjero como dentro del país.
Movimientos de una diosa en un Estado secular
En octubre de 2008, el ministro de Finanzas Baburam Bhattarai anunció que el Gobierno dejaría de subvencionar festivales religiosos como Dashain e Indra Jatra debido a su elevado coste. Esto provocó cuatro días de disturbios en Katmandú, y Bhattarai dio marcha atrás. Ese mismo año, se nombró una nueva Kumari en Katmandú sin la intervención del sacerdote real, ya que este había perdido su estatus. Un comité de sacerdotes del templo de Taleju y la Casa Kumari eligió a la nueva sucesora.
«En el contexto de Nepal, estas prácticas culturales son muy importantes no solo desde una perspectiva religiosa y cultural, sino también para la industria turística y la economía nacional», dice el sacerdote.
Tradición a juicio
En 2005, Maharjan presentó una demanda de interés público en la Corte Suprema de Nepal con el objetivo de reformar la tradición; pero surgieron malentendidos que hicieron que la comunidad Newar la viera como «una amenaza a sus derechos culturales», lo que provocó fuertes reacciones en su contra y amenazas de destierro.
Para aclarar la situación, Maharjan se reunió con líderes comunitarios y periodistas, logrando que la comunidad entendiera que su propósito era preservar la tradición y garantizar los derechos de las niñas: «Considero que mantener el papel tradicional de las Kumari mientras se protegen los derechos de las niñas es algo positivo. Los derechos culturales son un prerrequisito para la paz y la armonía en la sociedad».
El fallo de la Corte definió las actividades de la Kumari como devoción tradicional aceptable
El fallo concluyó que no había pruebas suficientes para considerar que se vulneraban los derechos humanos, y definió las actividades de la Kumari como devoción tradicional aceptable, no como trabajo infantil. Se destacó la importancia del papel de las Kumari en las actividades religiosas de Katmandú, Lalitpur y Bhaktapur.
La Corte ordenó la formación de un comité para investigar las posibles vulneraciones de derechos. Con base en el informe presentado por dicho comité, el tribunal dispuso que el Gobierno garantizara el respeto a los derechos relacionados con la salud, la libertad de movimiento, la educación y el derecho de las niñas a vivir con sus familias.
Y es que el camino hacia la modernización de la tradición no implica negar su divinidad, sino adaptar la práctica a los estándares contemporáneos y a los derechos humanos. «Llegar a un equilibrio entre el reconocimiento de los derechos humanos de las niñas y la preservación de su papel religioso es fundamental. Con el tiempo, la sociedad impulsará un cambio aún mayor», señala la abogada.
Por un lado, la sentencia reconoce la dimensión humana de las Kumari, quienes merecen derechos y cuidados. Por el otro, se valora la religión como un aspecto importante del Estado, concluyendo que las tradiciones religiosas deben modificarse para poder preservarse. En última instancia, fue el reconocimiento de la continuidad entre lo divino y lo humano –en lugar de una distinción tajante entre ambos– lo que ahora brinda una oportunidad para un acuerdo consensuado.
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