Pensamiento
Espiritualidad, fe y salud mental
Religión y salud mental están más relacionadas de lo que parecen, ya que la espiritualidad dota de un sentido de trascendencia y pertenencia que mejora el bienestar emocional.
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Encontrar el sentido de la vida es algo central durante la existencia. Nietzsche decía que aquel que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo. El sufrimiento, la falta de esperanza, los problemas de salud o las pérdidas pueden crear una fuerte sensación de vacío. La religión y el cultivo de la espiritualidad dan propuestas para encontrar un significado a los malos momentos.
Un estudio de la Fundación Ferrer i Guardia señala que cuatro de cada diez españoles se consideran agnósticos, ateos o no creyentes, mientras aumentan las creencias en nuevas espiritualidades. Aunque parezca que vivamos en un mundo secular y posmoderno en nuestra burbuja occidental, lo cierto es que la mayor parte de la humanidad sigue teniendo algún tipo de creencia religiosa. Hay estudios que indican que más del 90% de la humanidad sigue creyendo en Dios. Los que tienen fe religiosa alegan varias razones por las que consideran que es tan importante para ellos. Por una parte, les ofrece una dirección en la vida. Les proporciona esperanza y resiliencia en tiempos difíciles, al facilitarles un sentimiento de comunidad y conexión con otros favoreciendo la pertenencia a un grupo. Lo definen como algo que les guía en sus decisiones morales y éticas. Refieren que les ayuda a darle un sentido ante la muerte y les aporta cierta trascendencia y paz interior. Los que no creen ni tienen un fuerte sentimiento religioso afirman que la religión les ha decepcionado, que no comulgan con los rituales ni las estructuras religiosas, que les parece algo alejado de la realidad, que les indigna las injusticias del mundo y que les irrita la superioridad moral de las personas con sentimientos firmes religiosos. A su vez, confiesan que se encuentran con más dificultades a la hora de procesar los momentos malos de vida o las crisis vitales y que, aunque desearían creer en algo porque les parece vivir de manera más cómoda, es algo que no pueden forzar.
El número de estudios que relacionan la espiritualidad, religiosidad y la salud mental ha aumentado en las últimas décadas. En ellos, se ha utilizado el término «espiritualidad» para abarcar no solo la práctica religiosa tradicional en entornos comunitarios, sino también actividades individuales como la oración o la meditación, que acercan a las personas a un ser superior. En general, los estudios encuentran que hay una relación positiva entre religiosidad, espiritualidad y mayor bienestar emocional y tasas más bajas de ansiedad y depresión entre los creyentes.
Algunos estudios demuestran que hay mayor bienestar emocional y tasas más bajas de ansiedad y depresión entre los creyentes
Pero los mecanismos por los cuales la espiritualidad o la religiosidad afectan a la salud mental aún no están del todo claros. Parece que las razones tienen que ver con que quienes asisten a misa o a reuniones similares desarrollan un sentido de pertenencia, una conexión con la comunidad y la sensación de pertenecer a algo más grande. Esta necesidad de pertenencia es señalada por Roy Baumeister como motivación básica humana. También el mayor bienestar mental se puede relacionar con la importancia de los rituales. Al ser humano le asusta la incertidumbre, y los rituales religiosos o espirituales dan cierta ilusión de control y seguridad que ayuda a controlar lo incontrolable
Otros autores relevantes han profundizado en estas ideas. Martin Seligman definió la espiritualidad como una de las veinticuatro fortalezas del carácter. Para él, significa que posees una creencia sólida y firme en un propósito superior que puede ayudar a que uno se sienta bien. Boris Cyrulnik, neurólogo, psiquiatra y psicoanalista habla de la salud espiritual como una dimensión fundamental de la salud y el bienestar general de las personas. Los seres humanos tienen, según él, de manera inevitable un sentimiento de espiritualidad trascendencia al que la cultura va dando forma. En el libro Psicoterapia de Dios se pregunta cómo es posible que la mayoría de la humanidad siga creyendo en la existencia de un ser superior, al cual se acercan con rituales tan diferentes. Su teoría es que se ama a Dios como se ama a la propia madre. Sería algo así como una declaración de amor que nace como resultado de la interacción entre las primeras figuras de apego en la primera infancia y la transmisión del sentimiento religioso. Por eso, cuando esos niños son adultos y se encuentran ante las adversidades de la vida, ese sentimiento religioso resulta ser un factor importante de resiliencia. En su práctica clínica, ha observado cómo seres humanos sometidos a situaciones de estrés transforman el sufrimiento en algo más adaptativo cuando empiezan a creer.
Chesterton decía que cuando el hombre dejaba de creer en Dios pasaba a creer en cualquier cosa. El experto en psicología evolutiva Pablo Malo opina que el ser humano no se va a librar nunca de la religión. En su opinión, al haberse dejado de creer en Dios en parte de la cultura occidental, estamos convirtiendo todo en una religión: el fútbol, la ideología política… Da igual el motivo: lo importante es que sea algo que te puede dar un sentido de pertenencia y la posibilidad de formar parte de algo más grande que uno mismo. En palabras de Jorge Wagensberg, «un individuo puede vivir perfectamente sin religión. Sin embargo, es mucho más difícil que un colectivo humano sobreviva sin ella».
La búsqueda del sentido de la vida es una necesidad evolutiva que todos los seres humanos tienen, ya que permite imaginar un futuro con sentido y esperanza
La búsqueda del sentido de la vida es una necesidad evolutiva que todos los seres humanos tienen, ya que permite imaginar un futuro con sentido y esperanza. Los que tienen fe o unas creencias espirituales pareciera que lo tuvieran más fácil para este propósito. La religión y la espiritualidad aparecen como factores de protección para una buena salud mental según los estudios y ayudan a aumentar el bienestar emocional, debido a que fomenta el sentimiento de pertenencia y ayuda a evitar la soledad y el aislamiento, que son factores de riesgo negativos para la salud mental.
El desafío, tanto para los que tienen fe como para los que no lo tienen, consiste en cómo dirigir esas necesidades evolutivas básicas (el deseo de pertenencia a algo más grande que uno mismo, el deseo de trascendencia, el deseo de dotar de sentido a las pérdidas y al sufrimiento inherente a la vida) hacia una causa que les dé sentido y que sea compatible con respetar al otro, sin deshumanizarlo ni verlo como a un enemigo.
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