Cultura

«El mal siempre tiene un componente ridículo»

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31
octubre
2024

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En 1996, la editorial Valdemar publicó Las máscaras del héroe, una novela coral, lisérgica, hipnótica, vertiginosamente alucinada, entre el esperpento y la astracanada trágica. Articulada en la dialéctica de dos personajes, Fernando Navales (el único ficticio) y Pedro Luis de Gálvez, mostraba, en cuatro círculos dantescos, una crónica de la bohemia madrileña de principios del XX. Casi treinta años después, su autor, Juan Manuel de Prada (Baracaldo, Vizcaya, 1970), rescata a Navales para convocar una ringlera de artistas españoles exiliados en París durante la II Guerra Mundial, en una historia de nuevo coral en la que se ponen en juego la dignidad, el hambre, los ideales y, sobre todo, el resentimiento. El resultado, Mil ojos esconde la noche (Espasa, 2024), ochocientas páginas originalmente escritas a mano en las que su autor despliega un fiero talento para descender al chiscón más sombrío del alma humana.


¿Qué ven esos mil ojos que esconde la noche que pasan por alto de día?

De noche se dice que todos los gatos son pardos; la noche, la nocturnidad da ese clima de ambigüedad, de sordidez y clandestinidad que le venía muy bien a mi novela. Es una novela, no ya porque esté ambientada en el París de la II Guerra Mundial, con restricciones eléctricas y toques de queda, que bucea en los aspectos más oscuros de la naturaleza humana, es muy nocturna en ese sentido, habla de cosas que daría vergüenza hacer a la luz del día.

¿El rencor, el resentimiento, que cruza esta historia, es una tara o un aliciente?

El resentimiento es una pasión muy maligna, Unamuno decía que era el octavo pecado capital, porque es peor que todos y los abarca a todos; creo que es cierto, el resentimiento es algo muy odioso. Marañón, al que Navales cita constantemente en la novela, lo dice, el resentimiento no se dirige a nadie en concreto ni está originado por causa alguna concreta, el resentido es alguien que recibe alguna injusticia en su vida y, como no ha podido resarcirse, la convierte en un resentimiento ecuménico, oceánico, universal. Es una pasión maligna, el resentimiento. Que sea fructífero en el sentido de que sea inspirador, es algo de lo que se ha hablado bastante… hay creadores muy resentidos, sin duda, pero que sea inspirador me parece más dudoso, en todo caso daría una inspiración oscura. Otra cosa es que el resentido sea muy creativo a la hora de hacer daño, pero es una creatividad muy destructiva, esa.

Ahora que menciona a Marañón, ¿cuándo conviene, si es que procede en algún caso, dejar de lado los principios éticos y asumir los ajenos?

Marañón nunca tuvo conciencia de traicionar ni de traicionarse; es uno de los promotores de la República, pero la República que vino no es la que él quería. Él era un hombre moderado y quería lo que hubiéramos querido todos, una República serena, tranquila, plural. Lo mismo les sucede a los otros dos promotores, Ortega y Pérez de Ayala. Sin embargo, los tres vuelven a España y terminan en brazos de Franco, de una u otra manera, salvo Ortega. Marañón era el más convencido. Ya durante la Guerra Civil escribe artículos defendiendo al bando franquista y se arrepiente de lo que los liberales han hecho apoyando a las izquierdas. En líneas generales, podemos decir que Marañón, aunque tuvo una evolución en su pensamiento, no fue radical. Había defendido cosas que se volvieron indefendibles, como la eugenesia, algo muy de moda a principios del siglo XX, sobre todo en Estados Unidos e Inglaterra, como ahora lo trans; entonces se defendía con normalidad y, después de la II Guerra Mundial, cuando se descubrieron los planes eugenésicos de Hitler, se convirtió en una monstruosidad de la que hay que abominar. Pero no se puede hablar de un cambio drástico en su pensamiento. Marañón encontró su sitio en el régimen franquista, fue un intelectual estelar en la República y con Franco, no tuvo conciencia de ser un traidor. Marañón me parece un hombre digno con muchas ansias de ser reconocido, de forma legítima, era consciente de su valía; desde que llega a Francia se obsesiona con volver a España, hace lo necesario para ser rehabilitado en su cátedra y que le quiten los cargos que pesan sobre él. Es un personaje que encarna ciertas contradicciones propias de la época, pero no un traidor a sus ideales. Narro en la novela esa escena en la que imparte una conferencia en el Día de la Raza, y en ella denota valentía moral; más allá de que fuera cambiando de bando, mantuvo una dignidad moral.

De entre los artistas sublimes (Junger, Picasso), los ambivalentes (González Ruano), luminosos (Ana María Sagi o María Casares) y los más francamente malignos (el propio protagonista, Navales, Perico Urraca, Velilla, Lequerica). ¿Cuál de estos personajes, durante la fase de documentación, le dejó prendado?

No sabría decirte… todos tienen mucho interés… quizás me interesó mucho, porque no la conocía, Ana de Pombo, la bailarina y modista, un personaje muy interesante, con toques locoides o estrafalarios pero interesante, una mujer cuyo arte nace del dolor. Se hace bailarina a raíz de la muerte de su hijo durante la Guerra Civil, un falangista al que torturan y asesinan. También me interesó mucho Mateo Hernández, el escultor, tan olvidado. La historiografía del arte y el canon artístico me parecen un disparate: las vanguardias ocupan un lugar que no les corresponden en el estudio del arte, se han beneficiado de una visión progresista del arte, de manera que invalidaron lo anterior, como si las corrientes renovadoras fueran mejores que las precedentes, y eso es disparatado. Es como decir que la literatura española del siglo XVIII es mejor que la del XVI o XVII, pero esto se ha impuesto en el arte, y se da por sentado que las vanguardias son una superación del arte clásico y tradicional. Una idea nefasta que ha conducido al arte a un callejón sin salida, porque a la vanguardia le sigue la vanguardia de la vanguardia, y a esta, la vanguardia de la vanguardia de la vanguardia… lo que lleva prácticamente a su disolución. Otro personaje que me ha interesado mucho, aunque lo conocía, dramáticamente olvidado, es Beltrán Massés, o Pedro Flores, el pintor murciano… son pintores descatalogados por ser más bien figurativos, aunque Massés era decadentista, un equivalente en pintura a Hoyos y Vinent en la literatura.

«El canon artístico me parece un disparate»

Encontrar, como apunta Flores, el fracaso «cómodo y voluptuoso», ¿es síntoma de lucidez?

Es un síntoma de tomar una serie de decisiones y acatar sus consecuencias. Todo el mundo anhela y busca el éxito, pero llega un momento en que te das cuenta de que te exige unas consideraciones altas, y hay quien tiene el valor de no aceptarlas. No todo el mundo renuncia a aquello en lo que cree o a las formas de vida que se corresponden con su visión del mundo, y eso te lleva al fracaso, que a su vez te conduce al resentimiento o a aceptarlo con naturalidad. Hay que aceptar las consecuencias de las decisiones, pero esto es algo muy anticuado, ya que el moderno se distingue por no aceptar las consecuencias de sus actos o de su vida. Esa es la clave de la subversión del hombre contemporáneo, se ve en cuestiones como el aborto o lo trans: no estás a gusto con lo que tienes porque lo consideras una injusticia, a pesar de que es fruto de tus decisiones, en muchos casos. Estos personajes que aceptan su fracaso me han resultado siempre muy atractivos.

«El moderno se distingue por no aceptar las consecuencias de sus actos o de su vida»

La corte de artistas contemporáneos que se arriman a la lumbre del poder, ¿dista mucho de estos que deambulan en la novela?

Estos artistas se arriman al poder para sobrevivir. Durante la promoción de la novela, en el mundo de la izquierda ha provocado mucha consternación descubrir que todos estos artistas exiliados colaboraron con Falange, y provoca consternación porque se han construido relatos absolutamente ficticios que nos presentan como arquetipos humanos grotescos, sin conexión con la realidad, que pretende que los exiliados era personas con una moral intachable, que no hacían concesiones, que se mantenían fieles a su ideología y a su pensamiento. Mentiras burdas que niegan la naturaleza humana. Me atrevería a decir de estos artistas que se vendieron en unas condiciones muy difíciles, mientras que hoy en día se venden por un plato de lentejas.

¿Se puede pensar el mal, adentrarse en él, y salir indemnes?

En el mal químicamente puro, no, sales poseído, pero el mal, tal y como lo retrato en la novela, es un mal burlesco, con infiltraciones de lo liviano. El mal siempre tiene un componente ridículo, la tentación diabólica de «seréis como dioses», la que tentó a nuestros primeros padres. Es ridícula: ser como dioses es algo ridículo, porque sabemos que seguiremos siendo de barro, con enfermedades, limitaciones… en los pecados estrictamente demoníacos, que son los espirituales, porque los pecados carnales son burlas del demonio hacia la debilidad humana, hay ese componente ridículo. Son pecados propios del que no acepta sus limitaciones y quiere ser como dios, un dios oscuro. En el ser humano, por mucha intención que haya de ser malo, por más que se atrinchere y blinde para ser malo, se infiltra el bien. En el caso de Navales lo vemos, quiere ser malo, pero una roja bollera como Ana María Sagi le provoca compasión y ternura. Del mismo modo que la santidad plena es muy difícil de alcanzar, el diabolismo puro, sin macha, sin mezcla, es muy difícil.

«En el ser humano, por mucha intención que haya de ser malo, por más que se atrinchere y blinde para ser malo, se infiltra el bien»

¿Hay belleza en el mal?

Sin duda, ahí están Las flores del mal, de Baudelaire, por eso el mal resulta atractivo, si fuera feo no lo sería. Atrae. Es una belleza venenosa, que te destruye y corrompe, que envenena. Baudelaire lo retrata muy bien, su fascinación y sus consecuencias. Se piensa a veces que un autor creyente, como Baudelaire, ha de ocultar el mal, y esto me parece más grave que sucumbir a él. Ocultar el mal, como si no existiera, es absurdo e indecente, intelectualmente. El problema es identificarlo y ver sus consecuencias. Presentar el mal como bien es un error moral y estético.

¿Cómo se reconoce a un raro de un excéntrico o, peor, de un sucedáneo, un impostor?

El raro es aquel que no se allana ante los paradigmas culturales de su tiempo, eso es ser maldito, aquella persona que tiene una reprobación social. Hoy, el raro, el maldito, se identifica con el estrafalario, con la persona de vida disoluta o con cosas puramente cosméticas, que nada tiene que ver con ser maldito. Es evidente que hoy se considera malditas a personas sistémicas que acatan las ideas circulantes y establecidas. Se ha convertido en un reclamo comercial. Maldito sería hoy lo contrario, alguien con una vida ordenada, tranquila, padre de familia…

«Hoy se considera malditas a personas sistémicas que acatan las ideas circulantes y establecidas»

¿Por qué una segunda parte de una novela que escribió hace más de veinte años?

Cuando estaba escribiendo la biografía de Ana María Martínez Sagi me encontré con expedientes judiciales muy jugosos, y empecé a pedir otros; ahí había un material muy sabroso, y una historia. Después, se me ocurrió retomar a Navales, porque esta también es una novela coral, que transcurre en el ambiente bohemio, sobre historias que no se han contado nunca, pero que responden a hechos reales en su mayoría. Las máscaras del héroe la escribí con 28 años y apenas cuatro lecturas; esta novela tiene poco de invención y mucho, muchísimo trabajo de archivo. Esto ha supuesto una cesura en mi vida, el descubrimiento de los archivos, un gran acontecimiento creativo, aunque puede parecer paradójico; los informes policiales contienen un material sorprendente. Bajo la prosa rígida y fría, cuentan cosas tremendas.

 

 

 

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