Innovación
El ser humano en el centro
Ni la degradación de las condiciones para la vida en el planeta, ni la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, ni el desarrollo tecnológico son fenómenos nuevos en la historia. Pero es indudable que la agudización de cada una de esas tendencias amenaza con situar el mundo en una nueva encrucijada a la que debemos prestar atención.
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Ni la degradación de las condiciones para la vida en el planeta, ni la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, ni el desarrollo tecnológico son fenómenos nuevos en la historia. Pero es indudable que la agudización de cada una de esas tendencias amenaza con situar el mundo en una nueva encrucijada a la que debemos prestar atención.
Es en los albores del siglo XIX cuando surge por primera vez la preocupación por los efectos que el progreso tiene en el medio ambiente, pero no es hasta finales del siglo XX cuando comienza a emerger la preocupación por el que es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo: el calentamiento global y sus consecuencias en las condiciones de vida en el planeta, con las migraciones climáticas como manifestación más relevante.
La segunda de las calamidades globales, la desigualdad social, es tan antigua como nuestra especie, pero hay un cierto consenso en que la brecha se ha agrandado de manera significativa tras la crisis económica de principios de este siglo. Según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, la capitalización en bolsa de cada una de las tres mayores empresas tecnológicas del mundo superó el Producto Interior Bruto del 90% de los países del mundo durante 2021.
Por último, de los riesgos del desarrollo tecnológico nos alertó hace ya más de dos siglos el ludismo, un movimiento liderado por los artesanos ingleses que, en plena Revolución Industrial, veían peligrar su supervivencia por la irrupción de maquinaria de producción automatizada, como los telares industriales. Los luditas intentaron detener esta forma de progreso –sin mucha fortuna– mediante la destrucción de los modernos medios de trabajo.
La palabra ludismo vuelve a pronunciarse ahora (por supuesto, con una carga más simbólica que hace doscientos años) a resultas del salto tecnológico que conlleva la irrupción de los nuevos modelos de Inteligencia Artificial (IA) generativa, en paralelo a otros avances disruptivos en el ámbito de la robótica o de la supercomputación.
La alarma por la evolución descontrolada de una IA que está en manos de operadores privados con un eminente interés comercial y con una dudosa preocupación por las implicaciones éticas de sus productos ha generado un movimiento, aún por definir, que trata de influir, desde el humanismo, en la acción de los gobiernos y los legisladores.
¿Hasta qué punto estamos haciendo una dejación colectiva de nuestros derechos y deberes intelectuales en favor de un sistema gobernado por algoritmos?
Hay quien advierte contra el uso de la expresión «humanismo tecnológico» alegando que no procede contraponer de esta forma los dos conceptos, ya que el segundo tiene también un componente humano, siendo la tecnología una capacidad impulsada por nuestra propia especie. Pero los partidarios de usar esa etiqueta advierten del riesgo de un desarrollo tecnológico que escape en mayor o menor medida del control de las personas, por lo que sería pertinente hablar de una corriente del pensamiento que, desde el humanismo y la ética, trata evitar ese efecto indeseado.
¿Hasta qué punto estamos haciendo una dejación colectiva de nuestros derechos y deberes intelectuales en favor de un sistema gobernado por algoritmos? ¿En qué momento decidimos delegar nuestra capacidad de crear? ¿Puede ser consciente un sistema de Inteligencia Artificial? ¿Hace falta habilitar a profesionales de la tecnología para enseñar a hacer las preguntas apropiadas a un chat, o bastaría con fomentar la lectura y el espíritu crítico a lo largo de las diferentes etapas educativas? ¿Puede una ley defendernos de los excesos de la IA? ¿Puede una ley aprobada por una Europa que carece grandes empresas tecnológicas defendernos de los excesos de la IA?
Miquel Molina es director adjunto de La Vanguardia y escritor.
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