Sociedad

El ‘efecto halo’ y el ‘efecto horn’

Estos sesgos cognitivos atribuyen a las personas cualidades (o defectos) que no responden necesariamente a la realidad.

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19
septiembre
2024

¿Tienen las personas guapas más privilegios que las que son menos agraciadas? ¿Es más fácil que te asciendan en el trabajo si eres alto o si eres hombre? ¿Influye la clase social en los juicios criminales? Todas estas preguntas incómodas tienen su respuesta en sesgos cognitivos que se bautizaron el siglo pasado como «efecto halo» y «efecto horn», y que coinciden con la simbología del ángel y el demonio. La denominación «halo» hace referencia al halo luminoso con el cual se representa a las divinidades y los santos, mientras que «horn» –del inglés, cuerno– es una alusión a los cuernos que tradicionalmente tienen las figuras demoníacas.

El concepto del efecto halo fue introducido por el psicólogo y pedagogo estadounidense Edward Thorndike en 1920. Su estudio A Constant Error in Psychological Ratings, publicado en la revista Journal of Applied Psychology, detallaba los resultados de investigaciones con militares: las calificaciones de los oficiales sobre sus subordinados tendían a estar correlacionadas de modo que la impresión general sobre una característica personal influía en la evaluación de otras cualidades. A la persona percibida con una cualidad positiva determinada, se le atribuían por extensión otra serie de cualidades, como la inteligencia, por ejemplo, generándose así el «efecto halo».

Numerosas investigaciones posteriores han demostrado la importancia del atractivo físico como el factor más determinante, de modo que las personas atractivas cuentan con una serie de ventajas iniciales. Dion, Berscheid y Walster publicaron en 1972 un estudio titulado What is beautiful is good, donde exponían cómo la belleza física influye en otorgar cualidades positivas de la personalidad, como la amabilidad o la bondad. La psicóloga Linda A. Jackson también abordó esta línea de investigación basada en el atractivo físico y cómo influye en entornos sociales en el libro Phisical appearance an gender: sociobilogical and sociocultural perspectives, donde analiza cómo es percibida la competencia de las personas en función de variables que a priori no determinan la valía profesional ni su inteligencia. Su trabajo ayudó a entender cómo el «efecto halo» opera en contextos sociales y evolutivos.

Estudios demuestran que los individuos atractivos usualmente reciben penas más favorables en los juicios

La estatura también juega una baza importante en el salario y los cargos de responsabilidad debido a un sesgo de estatus por el que las personas más altas son percibidas como más competentes, confiables y capaces, atributos comúnmente asociados con el liderazgo. Un estudio publicado en 2004 por Timothy A. Judge y Daniel M. Cable demostraba que el sueldo guarda una relación proporcional a la altura.

No solo el aspecto físico determina el acceso a trabajos mejor valorados, sino que también influye en la política y los juicios por delitos criminales. Existen casos famosos, como el de Ted Bundy (1946-1989), un carismático y atractivo asesino en serie. Al descubrirse su involucración en decenas de asesinatos a mujeres jóvenes, consiguió, gracias a su encanto personal, retrasar su condena y posterior ejecución. El investigador canadiense Michael G. Efran, quien publicó diversos estudios sobre la relación entre el aspecto físico y los comportamientos agonísticos, demostró a través de fotografías que los individuos atractivos recibían penas más favorables en los juicios, incluso cuestionando su culpabilidad. Si a estos rasgos añadimos el pertenecer a determinada clase social, la percepción de la culpabilidad puede llegar a diluirse.

En el extremo opuesto tenemos a quienes tienen características percibidas como inferiores o poco deseables. Factores como la extracción social, el género, la complexión o incluso la edad pueden añadir una serie de calificativos que poco o nada tienen que ver con la personalidad real, lastrando oportunidades o generando juicios desfavorables. Es el «efecto horn» o «efecto cuerno».

Una de las primeras investigaciones al respecto fue el Estudio de Goldberg (1968) sobre el sesgo en la evaluación de trabajos académicos, en el que se mostraba que se obtenían valoraciones más bajas cuando la autoría se atribuía supuestamente a una mujer. Las minorías raciales también se ven penalizadas por este efecto: existen numerosos estudios sobre fallos judiciales, como los realizados por la psicóloga social Jeniffer Eberdhardt, investigadora de los mecanismos y efectos de los prejuicios raciales en la justicia penal. En estos, publicados en el Journal of Personality and Social Psychology (2006), Eberdhardt demostró que los acusados blancos son percibidos de manera más favorable que los pertenecientes a minorías étnicas. Por el contrario, una piel más oscura o facciones más pronunciadas aumentaban la probabilidad de recibir penas más severas. E incluso cuando es la víctima quien presenta determinados rasgos, puede ser injustamente cuestionada.

Pero no solo cuestiones como el físico o el género son penalizadas, sino que también en nuestros días nos enfrentamos al edadismo, en el que se penaliza a profesionales senior y puede influir negativamente en determinados diagnósticos o servicios, atribuyendo características seniles a personas que se encuentran en plenas facultades físicas e intelectuales.

Es difícil reconocer nuestros sesgos negativos inconscientes así que, para detectarlos, los investigadores Anthony Greenwald, Debbie McGhee y Jordan Schwartz crearon el Test de Asociación Implícita (IAT). Este, que se puede realizar en línea, muestra cómo los sesgos implícitos basados en la raza y el género influyen en las decisiones de forma sutil pero poderosa.

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