«El estoicismo me atrapó de inmediato por su aplicabilidad práctica»
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Pepe García (Manzanares, 1987) es conocido por su proyecto ‘El Estoico’, que a través de sus cursos, conferencias y podcast ha cautivado a más de diez millones de personas. Acaba de publicar ‘Manual para la serenidad’ (Plataforma Editorial). Conversamos con él sobre su obra, su práctica del estoicismo en el siglo XXI y, por supuesto, cómo esta milenaria doctrina aporta herramientas para afrontar los retos vitales de nuestro tiempo.
¿Cómo llegaste al estoicismo? ¿Qué experiencia vital te condujo a adoptar la práctica de esta sabiduría milenaria?
Llegué al estoicismo después de unos años de búsqueda interior en el budismo y la meditación. Fue una especie de serendipia, porque yo no estaba buscando nada en concreto. De manera inesperada, encontré un video titulado El sistema operativo mental para afrontar las dificultades, lo cual captó inmediatamente mi atención. Ahí fue donde descubrí el estoicismo, o más bien, donde recordé las figuras de Séneca o Marco Aurelio, que ya había visto en el instituto en mis formaciones en latín y griego. En aquel entonces, atravesaba un período vital de gran incertidumbre: había abandonado mi carrera como abogado, me enfrentaba a desafíos personales significativos, incluyendo problemas de sobrepeso, y carecía de una dirección clara tanto en lo profesional como en lo personal. El estoicismo me atrapó de inmediato, por su aplicabilidad práctica y su resonancia cultural y lingüística, que facilitaban una conexión más profunda que la que había logrado con el budismo, dada su lejanía cultural y terminológica.
En tus conferencias, pero también en tus libros, insistes en que el estoicismo es, antes que una doctrina, una disciplina. De hecho, el autocontrol y la disciplina son virtudes claves a desarrollar por un buen estoico. ¿Te consideras un continuador de la escuela de Zenón de Citio o únicamente un practicante que comparte su saber y experiencia con otras personas?
Mi relación con el estoicismo es la de un practicante y un aprendiz perpetuo. Mi enfoque está en incorporar los principios estoicos a mi vida diaria, entendiendo esta filosofía como una guía para navegar mis desafíos personales y profesionales. No me veo, ni mucho menos, como un continuador de la escuela de Zenón de Citio. Son palabras mayores. Sin embargo, sí aspiro a compartir los principios del estoicismo de una manera accesible y práctica. Empecé compartiendo mis experiencias y conocimientos en redes sociales como una forma de profundizar mi propio entendimiento, siguiendo el principio clásico de que «cuando uno enseña, dos aprenden». Pronto descubrí que muchas personas resonaban con el enfoque práctico y no dogmático que propongo. Siempre he enfatizado que cada persona debe adaptar los ejercicios y principios estoicos a su propia vida, sin imponer un camino universal de forma dogmática.
«La práctica del estoicismo en nuestra época es muy relevante dada la naturaleza volátil e incierta de nuestro tiempo»
¿Por qué es tan importante la práctica del estoicismo en nuestro milenio? ¿Qué virtudes –o beneficios– puede ofrecer la práctica a la persona entregada a la doctrina?
La práctica del estoicismo en nuestra época es muy relevante, especialmente dada la naturaleza volátil e incierta de nuestro tiempo. El mundo actual, con el rapidísimo avance de la tecnología, la inteligencia artificial, crisis económicas recurrentes, conflictos geopolíticos, refleja en muchos aspectos los desafíos que enfrentaba la sociedad durante el surgimiento de las filosofías helenísticas, entre las que destaca el estoicismo. A pesar de los cambios en nuestro entorno, la naturaleza fundamental del ser humano permanece constante. Nuestros miedos, deseos de aceptación y aspiraciones no son muy distintos de los que tenían los antiguos romanos y griegos. Así, si reunimos la complejidad del mundo exterior con la delicadeza del mundo interior el estoicismo emerge como una filosofía de vida extremadamente útil para relacionarse de la mejor manera posible con ambos mundos. La práctica del estoicismo aporta serenidad, ecuanimidad, coraje, fortaleza, templanza, bondad y justicia. Pero, sobre todo, diría que proporciona al individuo la comprensión de que pertenece a una sociedad que es más grande que él mismo y que su papel es actuar en ella de forma virtuosa y responsable.
Esto me lleva a preguntarte en qué aspectos es diferente la práctica estoica en nuestro tiempo respecto de la de la antigüedad. ¿Qué preocupaciones observas en tus alumnos para los que la doctrina estoica puede serles especialmente útil?
En esencia, la práctica interior del estoicismo no ha cambiado significativamente desde la antigüedad. No existe gran diferencia en la parte psicológica de esta filosofía, que hace especial hincapié en que prestemos atención a cómo percibimos los eventos exteriores y qué nos decimos sobre ellos, porque tiene una influencia directa en cómo actuamos. Sin embargo, el contexto en el que aplicamos estas enseñanzas ha cambiado drásticamente. Como mencionaba antes, la omnipresencia de la tecnología en nuestras vidas es lo que hace que la práctica del estoicismo adquiera especial relevancia en cuanto a lo que se refiere, por ejemplo, la relación con la tecnología, la interacción con otras personas en el espacio virtual, la adicción a los móviles y pantallas de todo tipo, o la gestión emocional que puede derivarse de un mal uso de estos avances tecnológicos. Los principales desafíos que suelo encontrar en las personas con las que trabajo van en esas dos direcciones: por un lado, en la gestión emocional de su día a día, las relaciones con los demás, la presión laboral, el estrés del mundo moderno; y, por otro, las distracciones tecnológicas que impactan en su productividad y les dificultan encontrar momentos para la reflexión y el autoconocimiento.
«Emociones como la ira, el miedo o la envidia son profundamente humanas, pero es igualmente humano aprender a gestionarlas»
En el libro ofreces diversos métodos y consejos para atender emociones muy humanas y frecuentes, como la ira, el miedo o la envidia, entre otras. ¿Por qué crees que los seres humanos somos incapaces de desprendernos de nuestra dimensión emotiva? ¿Es posible una racionalización de la vida en la medida en que el estoicismo antiguo deseaba alcanzar?
Los seres humanos somos incapaces de desprendernos de nuestra dimensión emocional, sencillamente, porque es intrínseca a nuestra naturaleza. Las emociones no son algo que podamos simplemente extirpar, están arraigadas en nuestro cerebro y son esenciales para nuestra experiencia humana. Por lo tanto, en mi experiencia, lo que más sentido tiene es aceptarnos así y aprender a relacionarnos con ello de una manera saludable. Emociones como la ira, el miedo o la envidia son profundamente humanas, pero es igualmente humano aprender a gestionarlas. Sin embargo, en la actualidad se ha dado tanta importancia a la naturalidad de las emociones que de alguna manera se ha dejado de lado cómo gestionarlas. Y ahí es donde entra la razón, que parece una completa extraña en la psicología moderna. Pero es precisamente lo que nos diferencia de los animales, como bien decían los estoicos. Virtudes como el autocontrol o la disciplina antes se entendían como expresiones máximas del ser humano y ahora se interpretan como dañinas. Ni una cosa, ni la otra. Como virtudes que son debemos encontrar su justo medio, que diría Aristóteles.
Destacas tres estados clave que todos y cada uno de nosotros experimentamos con frecuencia: el apego, la ansiedad y el deseo. Pero de ellos ¿no es acaso el deseo el que produce los otros dos?
Como bien dices, el deseo suele ser el origen de otros estados emocionales como la ansiedad y el apego. La ansiedad surge por la incertidumbre de si alcanzaremos lo deseado, y el apego porque no queremos perderlo si lo hemos conseguido. Sí: en primer lugar, hay que trabajar el deseo, pero también la ansiedad y el apego que se derivan de él. En Occidente, hemos estructurado nuestra sociedad alrededor del consumo y los juegos de estatus creando un ciclo en el que el éxito se mide por la cantidad y el valor de lo que poseemos. Si logramos mostrar que lo que poseemos es muy caro, es señal de que tenemos éxito. Lo mismo ocurre al contrario. Si a esta dinámica añadimos que, evolutivamente, somos seres que quieren prosperar y ascender en la jerarquía social, el cóctel es increíblemente difícil de gestionar. Los estoicos nos ofrecen una perspectiva muy interesante en cuanto al deseo. Plantean que necesidades básicas como el hambre o el frío tienen un límite claro: cuando comemos, saciamos el hambre; nos abrigamos y dejamos de tener frío. Pero la ambición, la riqueza, el lujo, ¿cuándo se satisfacen? ¿Tienen un límite?
¿Y cómo se puede aplacar ese deseo proyectado en el infinito?
La manera más eficaz la ofrece el estoicismo. Consiste en desvincular mi felicidad de factores externos que escapan a mi control y que son, en esencia, temporales. Los estoicos pensaban que todo lo que tenemos es un préstamo de la fortuna que se nos arrebatará en cualquier momento y sin previo aviso. Por lo tanto, anclar nuestras esperanzas y anhelos en lo externo es un camino seguro hacia la desilusión. Personalmente, he encontrado que cuando experimento sufrimiento o turbación emocional suele deberse a que deseo algo fuera de mi control, como la aprobación de otros, resultados específicos o acciones de terceros. Este patrón suele repetirse. Por eso yo animo a que cada vez que nos encontremos sintiendo una emoción difícil nos preguntemos: ¿qué estoy deseando que no puedo controlar?
«Animo a que cada vez que sintamos una emoción difícil nos preguntemos: ¿qué estoy deseando que no puedo controlar?»
Sobre la gestión del tiempo hablas de «Las tres P del estrés»: productividad, prisa y procrastinación. ¿Mediante qué recetas estoicas sería posible combinar el ritmo frenético de nuestra época con la ociosidad que exige la educación (atendiendo a la etimología de «escuela»), el cultivo de la reflexión, ese constante «juicio a nosotros mismos» que nombró Séneca?
Es el propio Séneca quien nos da la respuesta. En la primera carta a su amigo Lucilio aborda esta cuestión directamente al señalar que, aunque tenemos mucho tiempo, a menudo lo desperdiciamos en trivialidades por descuido y por no valorarlo adecuadamente. Al final de esa carta le proporciona un ejercicio sumamente práctico que consiste en realizar un inventario de en qué perdemos nuestras horas, de la misma manera que una persona próspera hace un seguimiento de en qué gasta y en qué invierte su dinero. Simplemente haciendo este ejercicio ya nos daremos cuenta de que, en realidad, como bien dice Séneca en su tratado Sobre la brevedad de la vida, no es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho. Séneca no estaba en contra de la ociosidad, pero sí de la ira que el ser humano acumula por decir «sí» a todo, sin pararse a reflexionar sobre lo que hoy conocemos como «coste de oportunidad». Critica la procrastinación y el hábito de postergar lo importante, particularmente evidente en aquellos que dejan sus aspiraciones para la jubilación, sin garantía de que llegarán a ese momento.
La inevitable senectud, si se vive el tiempo suficiente, y la promesa de la muerte son dos cuestiones eternas del ser humano. ¿Cómo se ha de enfrentar el estoico del siglo XXI a la vejez y a la muerte?
Efectivamente, la vejez y la muerte son aspectos inevitables de la condición humana. Aún así, parecen ser realidades que muchos prefieren ignorar, como evidencian las numerosas tendencias centradas en la longevidad y los tratamientos rejuvenecedores que proliferan hoy en día. Este fenómeno tampoco es nuevo. Cicerón ya abordaba estos temas en su tratado sobre la vejez, a través de un diálogo entre Catón, Escipión y Lelio, donde discuten cómo enfrentar la senectud. Estos le preguntan cómo hace para mantenerse tan joven. Y las respuestas que da Cicerón, en boca de Catón, son de sorprendente actualidad: aceptar la vejez y la muerte, mantenernos intelectual y físicamente activos, y perpetuar el aprendizaje constante. Son los mismos consejos que nos dan los psicólogos, los nutricionistas y los médicos de la actualidad. Un estoico del siglo XXI debería abrazar estos aspectos de la vida como fenómenos naturales y concentrarse en lo que sí puede controlar: cómo vive cada día, cómo cultiva sus relaciones y cómo sigue creciendo personal y espiritualmente.
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