El año en que las Olimpiadas se celebraron en la Alemania nazi
La Alemania de Adolfo Hitler celebró los Juegos Olímpicos en 1936, a pesar de la repulsa de gran parte de la comunidad internacional.
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Si las Olimpiadas cuentan con un ritual masivamente reconocido, este es, sin duda, el del viaje de la llama olímpica. Encendido en la ciudad griega de Olimpia, donde nacieron los Juegos Olímpicos antiguos, el fuego se traslada en una antorcha sostenida por corredores que se van relevando hasta llegar al lugar de celebración oficial. Se trata de un ritual que se inauguró en las Olimpiadas de 1936, en la Alemania nazi.
El origen de la llama olímpica se remonta a los tiempos de la antigua Grecia, donde durante las competiciones se mantenía ardiendo allí donde estas se desarrollaban. Aquella flama simbolizaba el robo del fuego sagrado a los dioses por parte de Prometeo para entregárselo a la humanidad. Unos Juegos Olímpicos antiguos, celebrados por vez primera en el 776 a.C., que vieron arder aquel fuego hasta el 385. Poco después, en 426, otro tipo de llamas pusieron fin a las celebraciones. Los mandatarios de los imperios romanos de occidente y oriente, Teodosio II y Honorio, ordenaron la quema de todos los templos y lugares de culto pagano en la ciudad de Olimpia.
Los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna se celebraron en Atenas en 1896. Pero el encendido de la llama no llegaría hasta 1928, en la ciudad de Ámsterdam. Y fue el régimen nazi el encargado de estrenar el ritual del viaje de la antorcha olímpica.
La elección de Berlín como sede de las Olimpiadas de 1936 la realizó el Comité Olímpico Internacional (COI) cinco años antes. Así, admitía el regreso de Alemania a la comunidad internacional, de la que se encontraba aislada desde el fin de la Primera Guerra Mundial. En ese entonces, los miembros del COI ignoraban que Adolfo Hitler, líder del partido nacionalsocialista, tomaría las riendas del país para transformar su frágil democracia en una dictadura unipartidista y abiertamente racista –en 1933, las organizaciones deportivas alemanas comenzaron a expulsar a todos sus miembros no arios, siguiendo directrices gubernamentales–.
Además de los llamados al boicot, se propuso una «Olimpiada Popular» que simbolizaría la lucha antifascista
Previamente a la celebración de aquellas Olimpiadas, surgieron en distintas democracias occidentales movimientos que propugnaban su boicoteo. Incluso, se propuso una «Olimpiada Popular» que simbolizaría la lucha antifascista y que debería haberse desarrollado en Barcelona. Pero, con miles de atletas ya alojados en la ciudad, quedó truncada por el estallido de la Guerra Civil. Así, el boicot al régimen nazi no llegó a materializarse.
Hitler, mientras tanto, se empleó a fondo en encubrir el sesgo militarista y racista de su gobierno, llegando a retirar de las calles de Berlín los numerosos letreros antisemitas. Aquellos Juegos suponían una oportunidad para mostrar al mundo una Alemania tolerante, y Hitler no la desaprovechó. Incluso, para calmar la indignación occidental, permitió que la esgrimista judía Helene Mayer representara a Alemania. El golpe de efecto se intensificó cuando aquella se hizo con la medalla de plata y realizó el saludo nazi desde el podio.
Hitler inauguró las Olimpiadas de Berlín el 1 de agosto, en una grandilocuente ceremonia en que la música de Strauss acompañaba el desfile marcial de cientos de atletas en uniforme de gala. Una inauguración que culminó cuando el atleta Fritz Schilgen entró en el Berliner Olympiastadium portando en su mano la primera llama olímpica que venía viajando desde Olimpia.
Alemania logró el reconocimiento global a su capacidad organizativa. Hitler, para evitar la indignación que le provocaron los cuatro récords mundiales logrados por el afroamericano Jesse Owens, optó por no aplaudir a ninguno de los que subieron al podio en su compañía, detalle que fue visto como un signo de aquiescencia con cualquier tipo de vencedor. Los medios de comunicación occidentales se deshicieron en elogios, y el régimen nazi encargó la realización de un documental a la cineasta Leni Riefenstahl. Olympia, estrenado dos años después, se convirtió en una nueva herramienta de propaganda. En 1939, Hitler invadió Polonia, desató la Segunda Guerra Mundial y aquellos Juegos Olímpicos quedaron en la memoria como un espejismo.
La llama olímpica se apagó por más de doce años debido al conflicto más dramático vivido por la humanidad, y no volvería a encenderse hasta las Olimpiadas de Londres, en 1948. En aquella ocasión, el recorrido fue denominado «relevo de la paz», y el primer corredor, el griego Corporal Dimitris, se quitó el uniforme militar antes de tomar la antorcha.
Londres, justamente, ostentaba el récord de haber sido sede olímpica en tres ocasiones. Pero este año la celebración de los Juegos de la XXXIII Olimpaada en la ciudad de París otorgará también a la capital francesa este honor. Y la llama olímpica volverá a arder como símbolo de la paz y la armonía entre los pueblos en su recorrido desde Olimpia.
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