Internacional

¿Qué nos está pasando?

‘Lo que nos está pasando’ (Penguin Random House, 2024), reúne algunas de las columnas que Moisés Naím ha publicado en prensa desde el año 2016 con el objetivo de recoger su mirada sobre los diferentes problemas que aquejan al mundo.

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06
mayo
2024

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Mientras respiramos aliviados por haber sobrevivido a una pandemia, nos hundimos en otra: la de la salud mental. Una cuarta parte de los adultos del planeta sufre algún trastorno, y solo uno de cada tres recibe los tratamientos debidos. Una persona se suicida cada cuarenta segundos. Trescientos millones hoy padecen trastornos de ansiedad. Y esta ansiedad globalizada se ha convertido en una sigilosa pandemia.

Una de las fuerzas que la nutre es la percepción de que vienen grandes cambios, que esos cambios nos afectarán a todos, y que no sabemos cómo, dónde ni cuándo viviremos las consecuencias de las nuevas realidades que se nos avecinan. Sabemos que serán importantes, y que se van a manifestar en todas partes y en todos los ámbitos sociales. Algunos de ellos serán bienvenidos y otros maldecidos.

Ya comenzamos a tener los primeros indicios de algunos de los más serios: la crisis climática, la feroz polarización reflejada en el aumento de la conflictividad social, los enfrentamientos entre las superpotencias, la corrupción que ha penetrado en muchas sociedades y la revolución digital y, concretamente, la inteligencia artificial y su amplio menú de impactos sobre la forma en que hemos vivido hasta ahora.

La lista de amenazas que dificultará mantener nuestra vida es variada y se manifiesta de diferentes maneras en distintas partes del mundo. Pero en todas partes se traduce en un boom de la ansiedad que no respeta fronteras y que afecta a nuestras conductas, aspiraciones, trabajo, educación y comunidad; en fin, a cada uno de nosotros.

¿De dónde viene tanta ansiedad? De no saber bien qué es lo que nos está pasando.

En los años 30 del siglo pasado, el respetado pensador español José Ortega y Gasset, preocupado por la situación de conflictividad que se vivía en Europa, escribió en uno de sus libros: «No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa, el hecho de no saber lo que nos pasa… Esa es siempre la sensación vital que asedia al hombre en periodos de crisis históricas».

No hay duda de que muchos de los elementos que detectó Ortega y Gasset en el siglo pasado se encuentran hoy con nosotros, y están cargados de amenazas. Es por lo tanto urgente entender qué es lo que nos está pasando, y qué hacer al respecto.

Esta no pretende ser mi propuesta de soluciones a los grandes problemas de estos tiempos. Mi meta es menos ambiciosa: identificar los elementos soterrados que crean las amenazas a las que nos enfrentamos, nombrarlos y arrojar luz sobre ellos. No es más que un primer intento de descifrar los cambios que se avecinan y sus posibles consecuencias.

[…]

¿Por qué no lo logran?

Esa es la pregunta que me animó a escribir El fin del poder’. Empresas que se hunden, militares derrotados, papas que renuncian y gobiernos impotentes: cómo el poder ya no es lo que era. El mensaje central de ese libro es que el debilitamiento del poder es un fenómeno mundial y generalizado, y lo encontramos tanto en el Pentágono como en el Vaticano, así como en gobiernos, empresas, sindicatos, en el mundo de la educación, la ciencia y la cultura, en bancos de inversión y organizaciones no gubernamentales, entre tantas otras esferas. En todas ellas, el poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder.

Pero ese debilitamiento no ha sido unidireccional. Quienes aspiran a ejercer el poder sin límites se han adaptado a las nuevas condiciones del siglo XII. Así como existen fuerzas centrífugas que dispersan el poder, hay otras centrípetas que lo concentran. Estas se manifiestan en nuevas tácticas y estrategias que han sido explotadas por los autócratas y quienes aspiran a serlo. Por eso, en La revancha de los poderosos’ explico cómo el populismo, la polarización y la posverdad —las 3P— se han convertido en las herramientas preferidas de una nueva camada de autócratas que amenazan a la democracia en el mundo. Imitan a los demócratas, pero son autócratas en sus actuaciones.

El populismo, la polarización y la posverdad se han convertido en las herramientas preferidas de una nueva camada de autócratas

En cada uno de estos libros he querido revelar nuevas tendencias y realidades que cambiarán al mundo. Pero procuro no olvidar nunca la célebre frase de Rose Bertin, modista de María Antonieta y pionera de la alta costura francesa del siglo XVIII: «De nuevo no hay sino lo que hemos olvidado». Sé, como Bertin, que el mundo está lleno de lo que parece nuevo mas no lo es, así como de cosas olvidadas por viejas que de un momento a otro recobran vida y sacuden a la sociedad.

Sortear ese juego de espejismos entre lo nuevo, lo viejo, lo olvidado y lo mal recordado es la esencia del quehacer del columnista.

¿Por qué? Porque todos los días aparecen noticias e interpretaciones sobre eventos que, según se nos dice, cambiarán la trayectoria de la humanidad. Pocas veces resulta cierto. Tal como decía el renombrado cantante de salsa Héctor Lavoe en su canción «Periódico de ayer», la trayectoria natural de la noticia pasa de ser:  «Sensacional cuando salió en la madrugada, a mediodía ya noticia confirmada y en la tarde materia olvidada».

También es verdad que algunas veces —pocas— aparecen noticias que tocan temas que lucen transitorios, pero en pocos años terminan provocando cambios profundos e inusitados. El trabajo remoto o la educación a distancia son buenos ejemplos de actividades humanas fundamentales cuyos cambios parecían transitorios pero que —ahora lo sabemos— son mucho más permanentes de lo que suponíamos. Y lo curioso es que esos datos pasan casi desapercibidos. Nos llegan enterrados en las páginas interiores, a menudo colocados hacia el final de un artículo que muy pocos leerán.

Basta pensar en la declaración que emitieron los jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN al concluir una lejanísima cumbre en Bucarest, Rumanía, en los primeros días de abril de 2008. Un lector hubiese tenido que llegar al párrafo veintitrés de aquel texto denso y burocrático firmado por George W. Bush, Nicolas Sarkozy, Angela Merkel y José Luis Rodríguez Zapatero, entre otros, para enterarse del detalle que acabaría llevando a Europa a su peor guerra en ocho décadas: la declaración oficial que abría las negociaciones con Ucrania para que se uniera a la alianza. Pocos medios se detuvieron en ese hecho en su momento, y ninguno lo interpretó correctamente. Al contrario: una nota de Reuters sobre la cumbre llevaba como título, sencillamente, «Putin a la OTAN: Seamos amigos».

Lo nuevo en aquel momento era lo olvidado: que desde hacía más de mil años los rusos consideraban a Ucrania una pieza fundamental de su imperio y, por ende, aquel recóndito párrafo veintitrés habría de convulsionar la historia.

Siempre recuerdo esto cuando reflexiono sobre lo que debo escribir en la columna del próximo domingo. Tengo la convicción de que en alguna parte del mundo se produce un párrafo veintitrés de algún tipo casi todos los días. El reto es identificarlo.

Los cambios telúricos no son fáciles de avistar: en eso precisamente consiste que sean telúricos

Lamentablemente, en el mundo de los medios de comunicación sociales es común redundar sobre lo ya sabido. Mientras la esfera pública se dedica a cubrir unos pocos hechos vistosos, las fuerzas reales de la historia siguen adelante su camino sin que nadie repare mucho en ellas. Es así como cada sociedad se va formando sus puntos ciegos, que la dejan luego indefensa ante los vaivenes del mundo.

[…]

A veces, los detalles pueden parecer banales. Por ejemplo, la escasez mundial de bicicletas que se manifestó unos meses después de declarada la pandemia de covid-19 luce como un dato aislado y sin importancia. El daño cognitivo que sufrieron los italianos que crecieron viendo los programas de televisión chatarra producidos por Mediaset —la empresa de medios de Silvio Berlusconi— puede ser interpretado como un problema meramente italiano. La creciente disposición de los dictadores a organizar simulacros de elecciones es tratada como una práctica común.

No lo son. Si estos son los datos y las circunstancias a los que regresa una y otra vez mi análisis es porque intuyo que llevan dentro el germen de grandes transformaciones. Demuestran, en un momento incipiente, las temáticas que dominarán nuestro futuro: nuevas tecnologías —desde la inteligencia artificial hasta la manipulación de genes—, el conflicto dentro de una sociedad o entre países, el deterioro de la esfera pública y el auge de nuevas formas de autoritarismo disimulado.

Por supuesto, los cambios telúricos no son fáciles de avistar: en eso precisamente consiste que sean telúricos. La corteza terrestre se desplaza solo una vez que las fuerzas soterradas que la impulsan llegan a un nivel crítico, suficiente para vencer la resistencia que genera la inercia. Pero las fuerzas que la ponen en movimiento están ahí en todo momento, acumulándose sigilosamente hasta que un día una catástrofe las revela en toda su potencia. Son fuerzas que pasan de invisibles a inocultables en un instante. Por ello, no es sorprendente que los geólogos se obsesionen con la búsqueda del menor indicio que las delate antes de que causen un terremoto.

Lo mismo me pasa a mí. Ando siempre a la búsqueda —con cuánto éxito, deberá juzgarlo usted— de la señal leve que apenas se percibe, del detalle que lleva a lo olvidado a convertirse en lo nuevo. Y los busco porque creo que son la llave que abre el cerrojo de lo que nos está pasando.

No es poca cosa. Entender qué es lo que nos está pasando es una labor vital, el primer paso en un plan profiláctico contra la ansiedad paralizante que define a nuestra era.


Este texto es un fragmento de ‘Lo que nos está pasando’ (Penguin Random House, 2024), de Moisés Naím. 

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