¿De qué nos reímos?
El humor es importante para una vida más saludable y feliz. Pero la broma también tiene límites, que varían según las culturas o las generaciones.
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El humor es una herramienta para gestionar las emociones. Como explica Naomi Bagdonas, de la Stanford Graduate School of Business, la levedad es «buscar razones para estar contento en lugar de decepcionado con el mundo con el que te rodea». Por eso el sentido del humor y la risa son tan importantes, nos ayudan a afrontar el día a día de una manera mucho más saludable.
Posiblemente, el primer punto para lograrlo está en saber reírse de uno mismo. No tomarse tan en serio importa —y mucho— para vivir mejor. Este humor que relativiza a la propia persona ayuda a mejorar la salud mental. Quizá sea porque ayuda a poner en perspectiva los propios problemas, quizá porque permite afrontarlos mejor, o porque crea un contexto más propicio para una vida más feliz.
Como explica un análisis del Foro Económico Mundial, el humor es como un sistema inmune para la mente. Ayuda a prevenir la depresión, a fortalecer la autoestima y a mejorar las interacciones sociales. Incluso, logra beneficios en los entornos laborales, porque se trabaja mejor en un entorno más agradable.
Un análisis del Foro Económico Mundial indica que el humor es como un sistema inmune para la mente
Igualmente, el humor puede ser una vía para afrontar de forma colectiva los problemas y las tensiones, además de dar resiliencia y ayudar a sobrellevar una experiencia traumática.
Los límites del humor
Pero, a pesar de las bondades del humor, ha existido siempre el debate sobre hasta dónde puede llegar. Aunque se repite últimamente que comprender los límites de la broma se ha vuelto más complicado, en realidad no lo es tanto. En realidad, podría decirse que es casi instintivo.
La protagonista de Fallout, una serie apocalíptica que recientemente ha llegado al streaming —la adaptación de un videojuego que acaba de estrenar Amazon Prime—, invoca en no pocas ocasiones esa regla de oro. En un mundo desastroso, en el que nadie parece preocuparse por los demás, Lucy tiene que explicar por qué es mejor hacer el bien: básicamente, haz por los demás lo que te gustaría que hiciesen por ti y no hagas a otros lo que no querrías vivir. La ética de Lucy también podría servir para hablar del humor, sus límites y dónde debería estar el final de la broma.
A todo esto hay que sumar un punto muy importante: el humor es cultural y en esa afirmación caben multitudes. Aunque humor y comedia los hay en todas partes, como recuerda el análisis del Foro Económico Mundial, se podría decir que los matices cambian. El humor es un código y en él impactan cuestiones muy variadas. Lo que en una cultura puede resultar gracioso o divertido, o ser incluso el modo por defecto en el que se expresa el humor, fuera de ese entorno puede resultar poco comprensible o poco gracioso. Bien lo saben quienes se han socializado en lugares en los que el humor pasa por la ironía y por la sorna y se han encontrado con que sus interlocutores no acaban de pillarlo.
Y, a veces, no hay que cambiar ni de cultura: el humor cambia por generaciones. Lo que a los millennials o a la Generación Z les parece descacharrante posiblemente a sus padres y abuelos les resulte mucho menos gracioso. Y viceversa. Se cambia el tipo de humor que se hace y el modo en el que se recibe. Por ejemplo, un estudio de Ipsos señala que para los millennials o la Generación Z el humor negro es el favorito, mientras que los baby boomers prefieren la comedia política.
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