Sociedad

Personas Altamente Sensibles, con Altas Capacidades y otros narcisismos

La lluvia de diagnósticos, profesionales y propios, despiertan cada vez más escepticismo. Cabría preguntarse si estos son reales o si serían, ante todo, una forma de justificarnos.

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11
abril
2024

El asunto reviste seriedad: sirve para explicarse «por qué a menudo uno siente que el mundo está lleno de alfileres que hacen daño». Lo asegura la coach Karina Zegers de Beijl en su libro Personas Altamente Sensibles, larga y positivamente valorado en Amazon. El título no es inocente. Las tres palabras se corresponden con una etiqueta cada vez más usada, a veces recogida bajo el acrónimo PAS. Se trata de un rasgo de la personalidad que, aparentemente, estaría presente hasta en el 20% de la población. Aunque las evidencias científicas son escasas y muchos psicólogos se oponen al propio concepto: la amplitud del test que, se supone, certifica tu alta sensibilidad, se acerca a la naturaleza ambigua del horóscopo. Y si en las estrellas no se oculta la respuesta, ¿por qué no mirar dentro de uno mismo? La ligereza de estos diagnósticos, sin embargo, es profundamente perjudicial, especialmente en la edad infantil.

«Imagina unos padres que ven que su hijo suspende en la escuela o que no tiene amigos. Los psicólogos le dan explicaciones que no entienden: le hablan de problemas y alteraciones, de defectos de neurodesarrollo… Y de golpe unos psicólogos les dicen que el niño tiene problemas porque es más listo que los demás, más sensible, más original y que el resto de los niños no están a su altura. ¿Qué pensarán esos padres? Estarán encantados con alguien que los comprende y que sabe que su hijo es especial y valioso. La angustia de los padres alimenta esta especie de autoengaño que explica los problemas», explica Jordi Fernández Castro, catedrático de Psicología en la Universitat Autònoma de Barcelona. Y añade: «Ser ‘víctima de tus cualidades es muy cool’».

Según afirma la psicóloga norteamericana Elaine Aron, hay cuatro pilares que distinguen a la Persona Altamente Sensible: reflexionar de manera profunda sobre la información recibida; contar con una tendencia a sobreestimularse; tener una fuerte emocionalidad ligada a una gran capacidad empática y una elevada sensibilidad sensorial. Estas son las razones por las que una Persona Altamente Sensible, asegura, suele sentirse afectada por «luces brillantes, olores fuertes y ruido en general», «abrumada por un exceso de trabajo y masas de gente», «dolida por el sufrimiento ajeno» o «conmovida por las artes y la naturaleza». No solo eso: se enamoran, recalca, con mucha facilidad.

Etiquetas como PAS o AACC no solo dan orden a emociones desconocidas sino que además pueden constituir un alivio

Los rasgos y las consecuencias son lo suficientemente vagos para que uno pueda reflejarse en ellos con facilidad. Es uno de los motivos por los que muchos se autodiagnostican: «Internet está disponible de manera inmediata y sin espera, mientras que los médicos de la sanidad pública son poco accesibles y muchas veces, cuando se habla con el médico, este puede decir cosas que no gustan. La realidad, a veces, no se acepta», señala Castro. Y aunque «los problemas son generalmente sociales», lo cierto es que «las personas pueden ser vulnerables psicológicamente ante estos problemas». Etiquetas como estas, aunque solo subrayen aspectos connaturales a la existencia humana, suponen no solo otorgar un orden a emociones desconocidas: también constituyen un alivio.

Ser una Persona Altamente Sensible supone, además, un elemento esencial de la identidad y, como tal, justifica comportamientos y actos que de otro modo no tendrían lugar. Cabe explicar algunas cuestiones, así, desde una posición de superioridad, ya que se trata de un término cubierto de connotaciones positivas: uno es, al fin y al cabo, más sensible —más especial— que los demás, razón por la que es incapaz de adaptarse y, por tanto, de participar del colectivo como un igual. ¿No sería igualarse a los demás, en este sentido, rebajarse? Al fin y al cabo, ¿cómo rechazar una perceptividad y una sensibilidad de estándares excelsos? Este mismo hecho revela sus flaquezas: «Un diagnóstico es una condición médica o clínica pero no la base para la identidad social», explica el catedrático catalán.

Algo similar ocurre con los diagnósticos de Altas Capacidades (AACC), que dependiendo de los criterios usados y los autores consultados, pueden incluir a menos de un 3% de la población o a un 20% de la misma, un baile de cifras que parece restarle credibilidad. Según Talentum, «centro especializado en la identificación y enriquecimiento a estudiantes con altas capacidades intelectuales y alto rendimiento académico», los niños con AACC tienen en común el hecho de que son perfeccionistas, hipersensibles y enérgicos. Además, comparten una preocupación por «temas abstractos, profundos y trascendentales», así como una «baja tolerancia a la frustración ante la inactividad, falta de progreso o los errores». Una etiqueta que, de nuevo, parece servir para justificar actos y comportamientos erigidos desde la superioridad: si uno falla es, al fin y al cabo, porque ha volado demasiado cerca del Sol; es siempre, en definitiva, demasiado brillante.

Tal y como señala Castro, no obstante, «no se es demasiado listo, ni demasiado equilibrado, ni demasiado sociable. Los rasgos psicológicos adaptativos no son un fin en sí mismo, son instrumentos para poder vivir en sociedad de una forma autónoma. Si un rasgo —como la sensibilidad o el razonamiento abstracto— produce inadaptaciones, es un problema que se debe tratar». Para el profesor, «se necesitan estudios poblacionales sólidos: el problema es que los datos que se obtienen en muchos estudios proviene de los propios pacientes del psicólogo o de personas que se prestan voluntariamente, pero no proceden de muestras representativas».

Cabe sospechar, así, de los diagnósticos precedidos por un deseo. ¿Podría rechazar alguien la certificación oficial de que es demasiado listo o demasiado sensible para poder vivir en común? En algunos casos, estos no son sino un reflejo de la privatización del sufrimiento; de la idea, en definitiva, de que los problemas surgen naturalmente en nosotros, como un árbol sin raíz, y de que hemos de encargarnos de ellos por nuestra cuenta. La naturaleza individualista de nuestra relación con el otro parece revelarse aquí de forma indiscutible: como si fueran siempre las propias estructuras, así como la alteridad, las que hubieran de adaptarse a nosotros.

 

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