Cultura

El fusilamiento de Torrijos: una mirada sobre el terror

Inmortalizado en el famoso lienzo de la mano del pintor realista Antonio Gisbert, el fusilamiento del general Torrijos junto con sus camaradas refleja el retrato tétrico de uno de los periodos más oscuros de la historia de España. Además, nos convida a recordar, como hizo antes con sus obras Francisco de Goya, el rostro universal del terror conforme aparece.

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15
abril
2024
‘Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga’. Gisbert Pérez, Antonio. © Museo Nacional del Prado.

Lucharon por Fernando VII. Tomaron las armas y entregaron su vida –eso pensaban– por España, por la libertad y en defensa de uno de los grandes triunfos políticos del país, la Constitución de Cádiz, promulgada bajo asedio francés y la mayor parte de la península ibérica ocupada por las tropas napoleónicas. Pero cuando la guerra llegó a su fin y el rey Fernando regresó al trono, el monarca se negó a acatar la Carta Magna y reinstauró el absolutismo.

Desde 1814 a 1833, España experimentó uno de los periodos más sangrientos, terribles y desproporcionados de su historia. Fernando VII y los realistas absolutistas no dudaron en responder a las asonadas militares con una brutalidad represiva que no se había visto en siglos. En 1888, en plena vigencia de la corriente realista en las artes, el pintor Antonio Gisbert plasmó uno de estos terribles episodios en la obra Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, lienzo que en la actualidad forma parte de la colección permanente del Museo del Prado. ¿Cuál fue la historia de Torrijos y de sus camaradas, del verdadero rostro del horror durante aquellos años?

Torrijos, la tragedia de un liberal

Imponente en sus más de seis metros de longitud y casi cuatro de altura, ejecutado con un trazo fino y claro, Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga consigue transmitir la angustia, la desesperación y la aceptación de la tragedia que el Ministerio de Fomento encargó en 1886 al pintor alcoyano Antonio Gisbert. Casi en el centro de la composición, arropando al destino, el general Torrijos se apoya en una despedida tan digna como silenciosa al apretar las manos de dos de sus compañeros. Otros se abrazan, lloran, aguardan con quietud la inevitable muerte. La fuente de luz ilumina a los conjurados dejando a los numerosos soldados que habrán de fusilarlos en un segundo plano grisáceo y difuminado.

La ejecución del general José María de Torrijos y la de sus compañeros fue la representación de la indolencia humana, aquella que seguimos padeciendo en uno u otro rincón del planeta en nuestros días. Buena parte de los militares españoles que continuaron los frenéticos combates contra los ejércitos napoleónicos desde 1808 terminaron siendo encarcelados, fusilados o desterrados por el mismo rey por el que combatieron, Fernando VII El Deseado.

Torrijos destacó en el campo de batalla y en su defensa a ultranza de las ideas liberales, incluida la Constitución de Cádiz de 1812

Cosas del destino, Torrijos se libró de ser fusilado por los franceses gracias a la intervención de un ayudante de campo del mariscal Joaquín Murat, cuando el español era tan solo un capitán de apenas diecisiete años. Durante la guerra contra el Imperio francés, Torrijos destacó en el campo de batalla y en su defensa a ultranza de las ideas liberales, incluido su apoyo a la Constitución de Cádiz de 1812.

Sin embargo, una vez que la guerra finalizó en 1814, Fernando VII restituyó el absolutismo. Torrijos, que había sido condecorado con la Gran Cruz de San Fernando, siguió conspirando con otros militares e intelectuales liberales. Después de ser encarcelado tras participar en un primer pronunciamiento fallido y ser liberado tras el éxito de Rafael de Riego en 1820, Torrijos pronto se adscribió al bando de los «liberales exaltados», llegando a formar parte de una sociedad secreta: La Comunería. Combatió contra los alzamientos realistas y se aferró con tenacidad a la defensa de su causa resistiendo en Cádiz contra la invasión del contingente francés de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviados por la Santa Alianza y el apoyo del propio monarca español, que estaba deseoso de reinstaurar el absolutismo. Torrijos protegió las vidas y el salario de sus hombres en su rendición ante el ejército francés y junto con su esposa, la también intelectual liberal Luisa Carlota Sáenz. Junto a ella, quien fue su apoyo y defensora ante cada circunstancia adversa, partió al exilio, primero a Francia y, por último, a Gran Bretaña.

Exilio, regreso y fusilamiento

En Francia, Torrijos conoció al Marqués de Lafayette, quien había combatido en la guerra de independencia de los Estados Unidos y con quien entabló gran amistad. Ya en Londres, en un ambiente menos hostil que el que respiraba en la Francia de Luis XVIII, el matrimonio fue apoyado por numerosas personalidades británicas, como el Duque de Wellington. Sin embargo, Torrijos fue entregándose a la conjura subversiva junto con otros liberales españoles exiliados. Su pretensión era liberar a España de la crueldad de Fernando VII y su camarilla. Las purgas y la brutalidad azotaban igualmente a la población civil y al ejército.

Sin juicio previo y sin honores, Torrijos y sus hombres fueron fusilados en la playa de San Andrés de Málaga

Torrijos, al frente de un plan de insurrección en el país, desembarcó con sus afines en Gibraltar. A lo largo de un año, el general Torrijos coordinó diversas insurrecciones en diversos rincones de España, reprimidas sangrientamente. Desde el gobierno absolutista no eran inconscientes de la presencia subversiva de Torrijos en la península, por lo que idearon un ardid para que desembarcase en Málaga. En diciembre de 1831, Torrijos y sus hombres cayeron en la trampa. Después de que los conjurados y las tropas absolutistas se persiguieran durante horas y entablasen combate en una finca en la que se atrincheraron, los liberales acabaron por entregarse.

El día 11 de diciembre, sin juicio previo y sin honores, Torrijos y sus hombres, incluyendo un niño que había navegado con ellos como grumete, fueron fusilados en la playa de San Andrés de Málaga. Dos años después, la muerte visitó a Fernando VII. Su hija, la futura Isabel II, fue coronada con apenas tres años de edad, quien reinó junto con los liberales y combatió a sus opositores, los carlistas. Tanta sangre derramada para que la vida, de nuevo, se abra paso eternamente, en un ciclo sin fin de existencia participada, indolente a la petulante voluntad humana.

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