Sociedad
El deseo o la falta de deseo, el resto son matices
La sociedad capitalista es una maquinaria que lucha denodadamente por generar deseos, que quiere dar rienda suelta a nuestros deseos.
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«Todo se reduce al deseo o a la falta de deseo, el resto son matices». Desconozco el origen de esta sentencia, pero no la importancia y verdad que en ella podemos hallar. El deseo es, según la Real Academia de la Lengua, un «movimiento afectivo hacia algo que se apetece». La palabra inglesa desire haría referencia exclusivamente al interés sexual por algo, pero el deseo en castellano contaría con un rango mucho más amplio de intereses. Dicho esto, el origen de la palabra «deseo» viene del latín tardío desidium que significa lujuria, ociosidad. De ahí que esté emparentada con la desidia, cuyo contrario es el «neg-ocio», la negación del ocio.
En la filosofía de Arthur Schopenhauer, la voluntad representa la cosa en sí de la existencia, la fuerza que gobierna el mundo. Podríamos afirmar que el deseo es la voluntad de tener algo o de poder gozar de algo. El deseo, como hemos visto, está vinculado al ocio, a aquello que nos proporciona placer, y, es por eso, que la sociedad capitalista es una maquinaria que lucha denodadamente por generar deseos; que quiere dar rienda suelta a nuestros deseos.
Si antaño la cosa iba de descubrir y tratar de satisfacer nuestros deseos a cambio de dinero, hoy la referida maquinaria trata de generarlos de la nada. En este sentido, hoy nos vemos rodeados, inmersos e invadidos por artefactos de todo tipo que aspiran a despertar nuestro deseo, a hipnotizarnos para que deseemos aquello que, en el fondo, ni siquiera nos interesa verdaderamente.
Si en Schopenhauer es la voluntad la esencia del mundo, en la sociedad occidental actual es el deseo
Una manera clásica de despertar este deseo consiste en lograr que una mayoría de personas tenga algo, lo que hace que otros también aspiren a tenerlo, aunque en ningún momento ese interés surgiese previamente de modo autónomo. El anhelo de algo –ya sea espontanea o artificialmente generado– es, sin duda, una fuerza poderosa capaz de gobernar las vidas de las personas. Por ello, la manipulación de nuestros deseos es un objetivo primordial para corporaciones y grandes empresas. El instrumento a través del cual estas crean los referidos anhelos sería el marketing, que goza ya de una larga vida.
«¡Cuántas cosas hay que yo no necesito!», dijo en su momento Sócrates mientras se paseaba por el mercado. Y hablamos de un mercado de Atenas del siglo V a. C. Si hoy levantara la cabeza y visitase un gran shopping mall estadounidense, se toparía con muchísimas más cosas de las cuales podría prescindir. Nuestra sociedad, sin embargo, necesita del deseo indiscriminado para poder subsistir.
Hay quienes, como Sócrates, podrían y pueden vivir sanamente sin ser presa de este deseo alienante, pero si cada uno de nosotros viviese sin desear de esta manera, la economía entera colapsaría. En el seno de nuestro modelo e infraestructura vital hacen siempre falta enormes ejércitos de sujetos deseantes, cuya actividad y voraz apetito (artificialmente generados) sirvan de sustento, base o pilar a las sociedades en las que vivimos. Si en Schopenhauer es la voluntad la esencia del mundo, en la sociedad occidental actual es el deseo (una de las formas de la voluntad) el que ejerce esa misma función.
Desear y ser deseado representan dos objetivos primordiales entre la propia ciudadanía
Otro ámbito en el que el deseo resulta esencial es en el ámbito sexual. El sexo sin deseo es un sexo disfuncional. El deseo es el motor del sexo. Y es por ello que también el sexo cobra un extraordinario protagonismo en las sociedades capitalistas. Desear y ser deseado representan dos objetivos primordiales entre la propia ciudadanía, adjudicándose uno u otro rol (el de sujeto que desea y el de objeto que es deseado) al hombre y mujer respectivamente, al menos en lo que refiere a la tradición y al aspecto más sexualizado de lo que entendemos por deseo. Desde los años sesenta del siglo pasado fue cuando esta adjudicación de roles comenzó a resquebrajarse, y los hombres comenzaron a pretender ser, también, objetos de deseo sexual, cultivando la belleza física con mayor ahínco; surgiendo así el germen del llamado metrosexual. De este modo, podemos afirmar que el deseo de desear y de ser deseado son dos apetitos fundamentales en lo que respecta a la maquinaria social de la que venimos hablando.
En el ámbito del psicoanálisis es el deseo otro pilar determinante en la estructura psíquica humana. La neurosis surgiría cuando deseamos algo que no deberíamos desear, o que no se ajuste a los patrones, valores y convenciones sociales, cuando deseamos algo prohibido por la cultura. De hecho, como todos saben, la prohibición suele generar deseo, un deseo a menudo irresistible, o al que pocos están dispuestos a resistirse.
Somos animales deseantes y, si de modo natural, «todo se reduce al deseo o a la falta de deseo» y «el resto son matices», hoy ese deseo se ha visto exacerbado por la maquinaria capitalista por motivo de un deseo último: el deseo de lucro; un lucro que serviría de panacea o fuente de satisfacción de todos los deseos.
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