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Cuando tenía 11 años, Andrea Wulf estaba enamorada de los herbarios. Tenía cuadernos de sobres transparentes entre los que metía una hoja en blanco donde pegaba una planta seca y escribía el nombre común; además, ponía pequeños letreros sobre hojas cuadriculadas donde registraba el nombre científico, la fecha y el lugar en que la encontró. Su último libro es‘Magníficos rebeldes: los primeros románticos y la invención del yo’. La historia la encontró mientras investigaba para el libro de Humboldt, cuando se dio cuenta de que los poetas, escritores, naturalistas y editores más importantes de Alemania del siglo XVIII habían coincidido en una pequeña ciudad en el estado de Turingia llamada Jena, y allí compartieron la vida y el pensamiento y coincidieron en que el «yo» era la idea revolucionaria que los humanos necesitábamos para vivir mejor y en libertad. Algunos los reconocen como el primer romanticismo alemán, pero Wulf los nombra en el libro como el círculo de Jena.
Sus primeros libros son sobre jardines, ¿cómo aterrizó en este tema?
Estudié Historia del Diseño en el Royal College of Art en Londres, que es en síntesis la historia de las cosas materiales, o sea que estudiamos mucho la arquitectura. De allí me interesaron los jardines del siglo XVIII porque, de nuevo, se convirtieron en una ventana desde donde podía verse la política, la ciencia, el
arte, la cultura y la relación entre ellas. Investigando sobre los jardines estudié la historia de la agricultura y la ciencia, y me llevaron a Humboldt.
En ‘Founding Gardeners’ hace un paralelo entre la forma como se crea y concibe políticamente Estados Unidos, y los jardines de distintos políticos; este es su único libro sobre este país, ¿cómo se le ocurrió esta idea?
A veces ayuda tener una mirada externa porque te da un panorama más amplio de un lugar justo por no estar siempre en él. Fui a Monticello de Thomas Jefferson y el Monte Vernon de George Washington y vi que ponían mucho esfuerzo en los jardines, que no es algo que se aprende en el colegio. Sus jardines resultaron ser una declaración política, como una declaración de independencia en forma de agricultura. En el verano de 1776, cuando Estados Unidos acababa de declarar la independencia y Washington era el comandante en jefe, uno pensaría que estaba muy ocupado con su operación militar porque los británicos están navegando el río Hudson, pero escribe una carta a su administrador estatal pidiendo que desplante todo su jardín y haga uno nuevo con solo con plantas americanas. Usaron la naturaleza como un símbolo de libertad.
En ‘La invención de la naturaleza’ usted estuvo tanto en archivos y en bibliotecas como en varios lugares de Latinoamérica observando los paisajes que Humboldt vio, ¿cómo fue esa experiencia de pasar del interior al exterior?
Sí, fue un trabajo de interior y exterior. Como cualquier historiador fui a bibliotecas, archivos… Pero yo nunca había ido a Latinoamérica y sabía que tenía que ver todos estos paisajes para poder describirlos y entender así un poco de lo que él entendió. Entonces escogí algunos lugares que consideré más importantes, como el Orinoco o los Andes, y fui con copias de sus diarios y paraba donde él también paró a escribir. Esto me llevó a comprender más lo que pensaba Humboldt y lo que sentía; por ejemplo, en sus diarios él escribía mucho sobre los mosquitos en el Orinoco, y yo pensaba que era algo exagerado, pero cuando vas te das cuenta de que él estaba constantemente atacado por mosquitos, como lo estás tú, entonces sabes que tiene que ir en el libro.
¿Disfruta esos viajes?
Me gusta mucho estar en la naturaleza. Lo necesito para ser humana. Creo que la mayoría lo necesita, solo que algunos no tuvieron el privilegio de aprender sobre la fortuna de estar rodeada de vida. Y no tiene que ser un viaje de aventura, solo ir a un parque o a un bosque cercano es suficiente para sentirnos más humanos.
¿Cómo llegó a Magníficos rebeldes?
Lo pensé por primera vez al inicio de la investigación sobre Humboldt, y el tema surgía de vez en cuando en conferencias en las que las personas preguntaban por la relación de Humboldt con estos otros personajes; pero supe que había un libro cuando me encontré con la correspondencia de Caroline Böhmer-
Schlegel-Schelling, la mujer que une al círculo de Jena.
«Hay personas sobre las que me encantaría escribir, pero si no hay cartas y diarios no puedo hacer el tipo de libro que quiero»
Usted escribe la historia de Caroline con igual detalle que la de sus amigos, ¿fue más difícil recopilar la información sobre ella? Le pregunto porque el legado, los libros y las cartas de las mujeres podrían estar más enterrados y olvidados.
En el caso de Caroline no fue tan difícil, porque hace parte de este grupo de hombres increíblemente famosos, entonces su correspondencia sí había sido preservada porque iba dirigida a estos personajes.
Hay muchas cartas en sus libros. ‘Magníficos rebeldes’ es una narración epistolar constante, ¿cree que es la fuente principal para lograr su escritura siempre llena de detalles?
Sí, absolutamente. No escribo sobre alguien que no tenga una gran correspondencia. Hay personas sobre las que me encantaría escribir, pero si no hay cartas y diarios no puedo hacer el tipo de libro que quiero. Mientras más y más personales, mejor. Con los filósofos, por ejemplo, uno lee los libros y a veces no lo entiende bien, y luego lee las cartas donde se explican entre ellos sus ideas y es mucho más fácil de entender; además, puedes saber lo que comen, a quién aman, los chismes.
¿Sobre quién le hubiera gustado escribir, pero no encontró material?
Hay una botánica, Jeanne Baret, que fue a la segunda navegación por el mundo del explorador francés Louis Antoine de Bougainville vestida como hombre. En ese viaje fue asistente de botánica y logró esconder su género en un bote de 150 navegantes durante más de un año. Tenía una gran fijación por la botánica y quería ver plantas tropicales y paisajes, pero cuando los hombres del barco la descubren, la violan y la dejan en algún lugar desde el que tiene que regresar sola a Francia. Pero no hay una sola palabra escrita por ella o para ella.
«Creo que ese es el gran problema de este tiempo, separar completamente las artes y las ciencias»
En ‘Magníficos rebeldes’ usted se centró mucho en las ideas del círculo que decían que la ciencia y el arte forman parte del mismo juego. Algunas personas siguen creyendo que son un complemento, pero en algún punto entre el método científico y hoy se perdió esa sinergia.
Creo que ese es el gran problema de este tiempo, separar completamente las artes y las ciencias. Cuando veo los debates sobre medio ambiente y crisis climática pienso que porque separamos las artes y las ciencias llegamos a este punto muerto donde los científicos intentan movilizar a las personas para que cambien su comportamiento, pero lo hacen a punta de números, estadísticas y predicciones y eso no les habla a nuestros corazones. Creo que en ese caso necesitamos artistas y cineastas y poetas que nos ayuden a cambiar nuestro comportamiento, porque a veces un gran documental o una obra de arte nos habla directo a la emocionalidad y transforma nuestra cotidianidad más que las estadísticas y los números.
Sus libros parten de la idea de los humanos como una forma de vida no muy diferente de otras como plantas u hongos; ¿dónde cree que olvidamos que somos parte de esa red y no un organismo aislado y superior, como parece ser lo común?
Creo que la mayoría de nosotros responderíamos que los humanos somos parte de la naturaleza en el sentido físico, pero creo que lo que sí olvidamos es que también somos parte de la naturaleza en un sentido psicológico y emocional. Tanto Humboldt como los magníficos rebeldes explican que la naturaleza puede darnos felicidad, puede curarnos y puede experimentarse no solo físicamente, sino con el corazón y el alma.
Este contenido es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo’ y ‘Ethic’.
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