La riqueza de Platón
En ‘Platón de Atenas’ (Rosamerón, 2024), Robin Waterfield presenta la primera biografía del fundador de la filosofía moderna, una introducción al pensamiento platónico mediante el acercamiento a su contexto histórico, social y personal.
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Quizás el rasgo más importante de la vida exterior de Platón es el que fuera rico. Procedía de una familia acaudalada y siguió siendo rico toda su vida. Hay un hilo en las biografías antiguas que lo retrata como pobre o empobrecido, pero eso es erróneo. Probablemente ese rumor surge de la tradición hostil que lo presentaba siempre pidiendo limosna a las puertas de los tiranos sicilianos. Es posible que él aceptara los regalos que le hicieran, pero como muestra de respeto, no porque los necesitara para vivir. A lo largo de toda su vida nunca tuvo que trabajar para ganar dinero, sino que se aprovechó del trabajo de aquellos que labraban sus fincas. Incluso se dice que él fue el primero en no cobrar por sus enseñanzas, aunque tal distinción corresponde en realidad a Sócrates. Platón era lo bastante rico para que el Estado le pidiera, en una ocasión en la década de 360, que realizara lo que se denominaba una «liturgia» (leitourgia, «servicio público»). En Atenas era habitual que se pidiera a los ciudadanos privados acaudalados que colaboraran en los gastos públicos. No había impuestos regulares, pero sí algunos impuestos a la riqueza. Algunos eran ocasionales (por ejemplo, la recaudación de dinero para la guerra), pero las liturgias —entre 97 y 118, dependiendo del año— se pedían todos los años.
En la Atenas del siglo IV, de una población total de unos 220.000 habitantes (que había bajado desde el pico de 340.000 de justo antes de la Guerra del Peloponeso), había quizá dos mil hombres lo bastante ricos para ser susceptibles de pagar liturgias, y, de esos dos mil, un grupo de súperricos de trescientos o cuatrocientos estaban sujetos a las liturgias más caras. A un «trierarca», por ejemplo, se le pedía que pagase a la tripulación, equipase y mantuviese un trirreme (un buque de guerra) durante un año, cuyo casco era proporcionado por el Estado. Esta liturgia, sumamente cara, fue asumida en una ocasión por el hijo de Pirilampo, Demos, lo que da una idea de la riqueza que Pirilampo aportó a la familia de Platón al casarse con Perictione. La celebración litúrgica más cara era la chorēgia, que implicaba contratar a un coro para un festival dramático o coral y pagar a los instructores, la enseñanza, los ensayos, el atuendo, el escenario y el equipo. Esa fue la liturgia que se le pidió que realizara a Platón; él pagó la formación de un coro de chicos para un festival. El coro de jóvenes tal vez fuera algo menos oneroso económicamente que un coro de hombres para una tragedia, pero no mucho menos.
El Estado asumía que Platón tenía, como mínimo, varios cientos de dracmas disponibles, y al acatar la orden, Platón demostraba estar de acuerdo. De manera que se contaba entre los aproximadamente dos mil hombres más acaudalados de Atenas, es decir, era un verdadero miembro del uno por ciento más rico. Incluso si creemos la historia de que los gastos litúrgicos los pagaba algún otro, eso no cambia el hecho de que él fuera primero convocado por el Estado para financiar el coro, y eso no habría sucedido si su patrimonio inmobiliario no lo ubicara en la categoría de los más ricos. Es posible que a Platón solo se le pidiera que no hiciera más que poner el dinero, pero también es probable que se implicara más porque cuando describió su ciudad-Estado imaginaria en las Leyes, dedicó unas cuantas páginas a la importancia educativa de la danza y la forma correcta de abordarla.
La filosofía habría sido más pobre si Platón no hubiera nacido rico
Diógenes Laercio reproduce el testamento personal de Platón, que parece auténtico. He dicho «testamento personal»porque no incluye ninguna mención a la Academia, la escuela que fundó Platón, de manera que debió de hacer disposiciones aparte para ella, tal vez en forma de donación permanente. O tal vez la dejó para que se valiese por sí misma, como había hecho durante su vida; en cualquier caso, sus sucesores no tardaron en cobrar tarifas para ser miembro de la escuela. El grueso de su riqueza parece haber procedido de dos grandes granjas en el campo, al norte y al este de Atenas, una heredada de su familia y la otra comprada por sí mismo.
«Estas propiedades han sido legadas y estas disposiciones hechas por Platón. La finca en Efistiade, que linda al norte con el camino que parte del templo de Cefisia, al sur con el santuario de Heracles en Efistiade, al este con la finca de Arquéstrato de Frearrio, y al oeste con la de Filipo de Colideo: que a nadie se le permita venderla ni transferirla, y que pase a ser propiedad de Adimanto [seguramente el nieto del hermano de Platón] para todo uso y propósito. Luego está la finca en Eroiades que le compré a Calímaco, que linda al norte con la propiedad de Eurimedón de Mirinuso, al sur con la de Demostrato de Xipete, al este con otra de Eurimedón de Mirrinuso y al sur con el río Cefiso. Tres minas de plata; un cuenco de plata que pesaba 165 dracmas; un pequeña taza que pesa 45 dracmas, un anillo grabado y un pendiente, ambos de oro, que en conjunto pesan 4 dracmas y 3 óbolos. Euclides, el cantero, me debe tres minas. Manumití a Artemis. Dejo cuatro esclavos domésticos: Ticón, Bictas, Apolónides y Dionisio. El mobiliario doméstico, como consta en el inventario, del que Demetrio tiene una copia. No debo ningún dinero a nadie. Mis albaceas son Leos- tenes, Espeusipo, Demetrio, Hegias, Eurimedón, Calímaco y Trasipo».
El testamento muestra que Platón no era rico en dinero, pero el suyo era un caso frecuente en la antigua Grecia. Nunca había el suficiente dinero acuñado para satisfacer la demanda, y había un floreciente sistema de crédito, de bancos o amigos. De ahí que Platón se tome la molestia de señalar que no debe ningún dinero y que Euclides, el cantero, le debe la nada despreciable suma de tres minas (300 dracmas, aproximadamente 20.000 dólares actuales). También se utilizaban lingotes a la par que monedas acuñadas, y por eso Platón hacía una lista de sus objetos más preciosos. La riqueza de Platón servía para algo bueno: le daba tiempo libre. La filosofía habría sido más pobre si Platón no hubiera nacido rico.
Los atenienses que, como Platón, procedían de la élite acaudalada recibían una buena educación y se enorgullecían de su cultura. Según parece, Platón, como muchos de sus pares, traducía tal orgullo en esnobismo. En un brillante fragmento de la República, primero se lamenta de que la clase de personas que deberían dedicarse a la filosofía son apartados de ella por la seducción del poder mundano, y luego denigra a la gente inadecuada que, atraída por el prestigio de la filosofía, reclama ese campo para sí misma. Concluye con este breve y feroz retrato:
«¿Y te parece que se ven diferentes en algo de un herrero bajo y calvo que ha hecho dinero? ¿Acaba de librarse de la prisión por las deudas y, recién liberado de sus cadenas, se lava en un baño y se pone un manto nuevo, presentándose como novio para desposar a la hija de su amo debido a la pobreza y soledad de esta?»
Del mismo modo, la gente de clase trabajadora en la imaginaria ciudad-Estado de la República está estrictamente excluida de una parte del gobierno, justificándolo en que su ocupación hace que sea imposible para ellos tener el tipo de pensamientos elevados y a largo plazo que son convenientes para los líderes políticos. Platón se ablandó un poco en años posteriores, pero, influido en primer término por su educación en la infancia, no solo compartía el orgullo de los de su clase por la riqueza y educación recibidas, sino también la arrogancia frente a aquellos que tenía que trabajar para ganarse la vida. En este sentido, él también era un hombre de su tiempo.
Este texto es un fragmento de ‘Platón de Atenas’ (Rosamerón, 2024), de Robin Waterfield.
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