Cultura

Marco Polo y las maravillas de Oriente

En el septingentésimo aniversario de su fallecimiento, Marco Polo y su expedición hacia el Lejano Oriente siguen representando el espíritu europeo, que no es otro que el del desafío ante los límites, el cultivo del intelecto y el conocimiento del cosmos. Repasamos algunas de las «maravillas» que relató el viajero veneciano.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
26
marzo
2024

Rodeados de poderosos imperios, ejércitos de innumerables levas y disputas entre caprichosos monarcas, las repúblicas del norte de la península itálica pronto se percataron de su singularidad. Si querían mantener su independencia, orientada hacia el añil horizonte marino, debían convertirse en potencias comerciales, talasocracias capaces de contratar con su oro a los mejores mercenarios del mundo conocido para defenderse de países como Francia, el Sacro Imperio o Aragón, que amenazaban su soberanía.

En plena carrera por el dominio del Mediterráneo, Marco Polo convirtió su hazaña en una leyenda eterna, símbolo del espíritu grecolatino que todavía define la identidad europea de hoy en día. Hijo de un portentoso mercader y expedicionario veneciano que había llegado a establecer una compañía comercial familiar con sede en Constantinopla y a estrechar lazos con el Imperio Mongol, los Polo emprendieron el camino hacia Oriente Medio en busca de nuevos contactos comerciales. El destino quiso que Marco Polo entrase al servicio de Kublai Kan, primer emperador de la dinastía Yuan y último gran Kan mongol, y regresara a Europa para contar cuanto vio y vivió. Setecientos años después de su muerte recordamos hoy su relato a medio camino entre la fantasía, la verosimilitud y el testimonio sincero.

Un viaje al fin del mundo

Marco Polo convirtió su hazaña en una leyenda eterna, símbolo del espíritu grecolatino que todavía define la identidad europea de hoy

Marco Polo no fue el primer expedicionario en llegar más allá de las elevadas cumbres que delimitaron el avance griego en tiempos de Alejandro Magno. Más allá del Himalaya se aventuraron algunos frailes y buscadores de fortuna. De los últimos solo intuimos su existencia; de los primeros existe alguna constancia documental, e incluso de desafiantes gobernantes cristianos, rodeados de persas y bárbaros en el Lejano Oriente, como es el caso del mito del Preste Juan.

Marco Polo reunió la experiencia de su travesía y de los diecisiete años que pasó al servicio del emperador chino-mongol en Il Milione, libro que dictó a un compañero de prisión pisano, Rustichello de Pisa, cuando Polo y él fueron capturados por los genoveses durante la guerra que ambas repúblicas mantuvieron en 1298. Il Milione (literalmente, «El Millón») suele traducirse en español como El libro de las Maravillas, escrito en lengua francovéneta. Antes, Marco Polo narró profusamente sus aventuras y cuantos detalles aventuró de su estancia en el Lejano Oriente, por entonces bastante desconocido para los reinos medievales.

Y, de hecho, El libro de las maravillas se encuentra a medio camino entre el siempre fantasioso testimonio personal, el rigor de la observación y los datos de distancias, costumbres y productos de interés económico, además de ser un testimonio en clave diplomática. El relato comienza con Marco, su tío Matteo y su padre Niccolò camino de la corte del emperador Kublai Kan para establecer lazos comerciales. Después de su regreso con embajada del soberano mongol para el Papa, que en aquel entonces aún no había sido elegido, los tres hombres emprendieron camino a San Juan de Acre, en el Levante mediterráneo, donde junto con el legado papal realizaron un pequeño periplo en busca de aceite del Santo Sepulcro en Jerusalén, como obsequio para el Kan. Con la elección del papa Gregorio X y su beneplácito, regresan a la corte del soberano asiático, quien nombra embajador a Marco Polo ante el Papa y los reinos cristianos. Marco Polo regresó a Europa y, pasado un tiempo, volvió a la corte asiática para informar al Kan.

El relato comienza con Marco, su tío Matteo y su padre Niccolò camino de la corte del emperador Kublai Kan para establecer lazos comerciales

En estas idas y vueltas, Polo recorre Oriente Medio, narra las costumbres y riquezas de territorios como Armenia, Anatolia, Tierra Santa, Mesopotamia y Persia; descubre las riquezas del Ormuz y su estrecho, narra las creencias y religiones de la India y del Himalaya, como el budismo, el taoísmo, el confucianismo y descripciones geográficas de China, que él diferenció entre Catay y Manzi (norte y sur del país asiático, respectivamente). También atesoró el eco de una tierra donde sugería que había tanto oro que adoquinaban las calles con él, Cipango, que ahora llamamos Japón.

Después de casi dos décadas al servicio del rey chino-mongol, Marco Polo regresó a su Venecia natal, donde sus testimonios sirvieron de divertimento, escarnio y de fascinación para sus conciudadanos. Después de su presidio en Génova, Polo vivió como un rico mercader famoso por su gesta y sus andanzas hasta su fallecimiento, en 1324, en la ciudad que le vio nacer.

Un referente que construyó una identidad

Si bien el afán explorador nace del pensamiento griego desde la época arcaica, si no desde antes, el dictado de Il Milione y su posterior difusión sacaron de su omfalopsiquismo a la Europa cristiana, ensimismada en sus guerras intestinas y las Cruzadas. Polo describió unos países riquísimos, colmados por culturas desarrolladas, muchas veces completamente desconocidas, donde la leyenda y la narración se fusionan con la realidad. El auge del comercio con India alimentó la carrera en busca de China y Japón, de donde manaban tan singulares milagros o prodigios, con bienes exóticos como las especias.

El libro pronto se difundió en multitud de copias. El reino de Portugal o la monarquía hispánica comenzaron sus respectivas carreras en busca de asentar las bases del comercio internacional, unos mediante conquista, más tarde otros –Francia, Inglaterra, Países Bajos– mediante el colonialismo. Macao o Hong Kong en China, la incorporación al territorio español de Filipinas, la plaza portuguesa de Goa en India y la conquista de América fueron algunos de los frutos políticos de los viajes del veneciano. Aunque también hubo lugar para los sueños: expedicionarios y misioneros, como San Francisco Javier en el siglo XVI, se aventuraron hacia lo desconocido, documentando aquellos rincones de Asia que Marco Polo no llegó a conocer, más allá, quizá, que de oídas. En Europa tuvimos que esperar trescientos años más hasta que el jesuita y científico Matteo Ricci, hijo del Renacimiento y con la saludable mirada del cronista, contó en su Descripción de la China cómo era el otro extremo del mundo, quedando unido el destino de ambos extremos a partir de entonces.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME