Los hombres que interrumpen a las mujeres
El ‘manterrupting’ no es solo un término viral, sino la etiqueta para un fenómeno que ya había identificado la sociología. Los hombres hablan e interrumpen más a las mujeres, lo cual puede traer consecuencias a nivel laboral y social.
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Se trata de una especie que académicas, escritoras, expertas que participan en mesas redondas, periodistas, entre otras, ya tienen identificada: la del señor que no tiene una pregunta, sino más bien un comentario, y canibaliza los tiempos públicos –los que están abiertos a preguntas del público– con sus propios, no siempre correctos y muy pocas veces deseados, apuntes. El señor que interrumpe para que todo el mundo escuche su reflexión es, en cierto grado, una vía práctica para comprender qué es el hoy llamado manterrupting.
El manterrupting es uno de esos términos en inglés que internet ha ayudado a exportar y que capturan algo que en realidad no es nuevo. Ya había sucedido hace unos años, cuando la ensayista Rebecca Solnit creó el término mansplaining después de que un señor cualquiera en una cena le pontificase sobre un tema sobre el que ella acababa de publicar un libro. Aunque no hay una creadora clara para el manterrupting, si en castellano la Fundéu recomienda convertir mansplaining en «machoexplicación», la misma lógica invita a pensar que el manterrupting debería mutar a «machointerrupción».
Con todo, más allá de las disquisiciones lingüísticas sobre cómo debería incorporarse el término o de dónde viene, lo interesante es lo que captura. La machointerrupción habla de todos esos hombres que interrumpen a las mujeres y lo que dice sobre la base de las sociedades modernas el hecho de que lo hagan de forma reiterativa.
De entrada, los hombres, por defecto, hablan más que las mujeres. Aunque tradicionalmente –y por razones no exentas de misoginia– se insistía en que nadie se entrega más a la cháchara que un par de mujeres, la ciencia no dice lo mismo. Los hombres hablan más de media que las mujeres, como descubrió el periodista Dan Lyons, autor de Cállate. El poder de mantener la boca cerrada en un mundo de ruido incesante (Capitán Swing), cuando él mismo descubrió que era una tarabilla. «Me llamó mucho la atención que los hombres fuéramos de esta manera y acaparásemos de forma tan abrupta las conversaciones, sobre todo cuando había mujeres delante», le explica a Glamour.
Y en la segunda parte de su declaración está el quid de la cuestión: la socialización es clave en por qué los hombres hablan mucho más e interrumpen a las mujeres de forma habitual, como demuestra la estadística. Según Deborah Tannen, profesora de Lingüística de la Universidad de Georgetown, ellos han interiorizado que pueden ocupar todo ese espacio sonoro, e incluso que pueden abarcar más del que merecen. Creen que sus palabras son importantes. Si lo son o no las de ellas, apunta la ciencia sobre los sesgos colectivos, es cuestionable.
Estudios demuestran que los hombres interrumpen significativamente más a sus compañeras que a sus compañeros
Esto desequilibra las balanzas de las conversaciones. Un estudio se centró en ver qué ocurría en las discusiones cuando un grupo de 5 personas tenía que tomar decisiones. Si solo una de esas personas era una mujer, hablaba un 40% menos que la media de los hombres que formaban parte. Incluso si la mayoría de las personas participantes eran mujeres –3 de 5– los hombres dominaban la conversación y ellas hablaban un 36% frente a esos dos hombres. La única composición en la que se registraba paridad de tiempo de habla era cuando en el grupo había un solo hombre.
Además, no se trata solo de una cuestión de cuánto se habla sino de cómo se percibe lo que se dice. Los hombres suelen asumir que son más expertos de lo que en realidad son –un estudio que se hizo viral mostró que 1 de cada 8 hombres estaba convencido de que ganaría en un partido contra Serena Williams– y, a nivel sociedad, suelen ser percibidos como una voz de autoridad. Ellos son vistos como personas que saben lo que dicen y enuncian hechos con seguridad. Por su parte, muchas veces a ellas las ven como mandonas o pesadas, y los datos que aportan suelen ser cuestionados o infravalorados. Esto se ve, por ejemplo, en los entornos de trabajo, donde no es nada raro que se cuestione aquello que aportan las trabajadoras o que sus ideas se vean como irrelevantes, pero pasen a ser valiosas cuando un hombre las repite haciéndolas pasar por propias (también ha surgido un término para esto: hepeating)
Todos estos elementos ayudan a crear un contexto propicio para el manterrupting. Para poner en cifras cuán común es, se pueden observar las estadísticas del Tribunal Supremo de EE.UU. Allí, sus jueces interrumpen tres veces más a las juezas de lo que lo hacen a sus compañeros hombres.
Un estudio de la George Washington University concluyó que en las conversaciones en laboratorios los hombres interrumpían a las mujeres una media de 2,1 veces de media frente a las 1,8 veces que lo hacían a otros hombres. La percepción sesgada de los hombres como fuentes de autoridad por defecto afectaba también a las propias mujeres: ellas interrumpían menos a sus compañeros que a sus compañeras.
Los datos ni siquiera son nuevos: ya en 1975 una investigación de la University of California-Santa Barbara analizó las interrupciones en conversaciones en espacios públicos –por ejemplo, una cafetería– y determinó que de las 48 interrupciones que habían presenciado sus analistas 47 las habían realizado hombres.
Las consecuencias del ‘manterrupting’
Como ocurre con el mansplaining o el manspreading (que los hombres ocupen espacio físico de más en los lugares públicos), su nombre pegadizo puede llevar a pensar que se trata simplemente de una curiosidad sociológica, pero lo cierto es que la machointerrupción tiene efectos que van más allá de su cualidad llamativa.
«Algunas personas podrán pensar que estas prácticas no tienen importancia, que siempre han existido y han pasado inadvertidas. No obstante, sí son importantes», explica Begonya Enguix, investigadora líder del grupo Medusa, Géneros en Transición: Masculinidades, Afectos y Cuerpos, de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Ponerles nombre ayuda a «identificar y visibilizar». Con ello, se pueden abordar sus consecuencias. Enguix habla de cómo su existencia apunta hacia un «privilegio masculino normalizado y naturalizado» y evidencia sesgos como aquel que asegura que las voces de los hombres son más racionales y las de las mujeres más emocionales.
Además, ayuda a poner en perspectiva qué está pasando. En una reunión virtual en 2021 –y para escándalo global–, el presidente del Comité Olímpico Japonés Yoshiro Mori afirmó sin mucho empacho: «Cuando aumentas el número de ejecutivas, si su tiempo para hablar no se limita de algún modo, tienen problemas para acabar, lo que es molesto». A pesar de que Mori acabó dimitiendo, sus palabras siguen sirviendo para visualizar cómo no acaba de entenderse del todo por qué los hombres hablan e interrumpen más a las mujeres. Y lo que eso dice sobre nuestra sociedad actual.
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