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«Muchas mujeres mueren porque la gente no les cree»

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21
febrero
2024

Rebecca Solnit es una autora imprescindible. Heredera de intelectuales como Simone de Beauvoir, Hannah Arendt o Simone Weil, sus artículos y ensayos han transformado, o han ayudado a definir, el camino intelectual del feminismo y el activismo medioambiental. No por nada es la referente de figuras como la actriz Emma Watson y escritoras como Margaret Atwood se han declarado fanáticas de sus libros. Desde que publicó su ensayo ‘Los hombres me explican cosas’, que dio origen al término ‘mansplaining’, su carrera ha sido la de una superestrella filosófica. Con más de 30 libros publicados, Solnit es una de las voces más importantes de Estados Unidos, pues hasta The New York Times la definió cómo la «voz de la resistencia». 


Un tema que es fundamental en toda su obra es el feminismo y cómo este movimiento ha sido fundamental para la obtención de derechos civiles. Sin embargo, hoy muchos de esos logros y derechos están amenazados de nuevo. ¿Por qué cree que hay una reacción, en muchos casos muy violenta, contra estas transformaciones que ayudó a fomentar el feminismo?

Hay muchas piezas para responder a esta pregunta. Una es que la gente cree que no tiene que luchar por las cosas que ya tiene. En el caso de Estados Unidos la sociedad es muy pacífica cuando decíamos que los derechos de los hombres, de los blancos y de los heterosexuales eran los derechos supremos, los únicos válidos y no importaba si los otros grupos sociales no tenían derechos. Entonces, por eso, ves a la gente tratando de tomar de nuevo eso que sintieron que perdieron, porque sienten que ese pastel de los derechos –que era solo de ellos– ahora hay que repartirlo. Igual, creo que mucho de este rechazo es manipulado. Tenemos a una minoría de gente tratando de impulsar estas agendas en formas que el autoritarismo y el fascismo lo han hecho para tratar de capturar por lo menos a una parte de la población. Esto va desde Putin en Rusia a Trump en Estados Unidos, en donde las historias que cuentan dicen buscar recuperar un pasado y una gloria perdida, que tiene que ver más con un nacionalismo militante y con una idea de superioridad masculina cristiana. De esta reacción es que nace la transfobia, la misoginia, el racismo, los movimientos antiinmigración o antisemitas. Todo se siente muy manufacturado. En el caso de mi país, por supuesto, que mucha gente nunca dejó de ser racista, pero durante la presidencia de Trump mucha gente sí se volvió racista porque esta narrativa la encontraron muy convincente y fue como ponerse un abrigo que los mantenía calientes. Ahora, no creo que muchas ideas triunfen sin oposición cuando realmente transforman la sociedad. La gran lucha por estos derechos es de largo recorrido.

Pero cómo explicar los retrocesos en materia de derechos para acceso al aborto en los Estados Unidos, por ejemplo.

Sí, quitaron el derecho al aborto, pero hay que ver que esto fue culpa de nuestra extremadamente corrupta Corte Suprema, que tiene tres jueces que nunca debieron ser siquiera nominados, uno de ellos acusados por violencia sexual. Lo que nunca esperaron fue que muchas mujeres jóvenes, llenas de rabia por ver sus derechos arrancados, impulsaran las victorias demócratas en muchos estados. Con esto no quiero desconocer a todas las mujeres que mueren y están en situaciones horribles por culpa de gobiernos liderados por la derecha. Lo contradictorio es que estos mismos gobernantes que dicen preocuparse por los niños rechazan utilizar el dinero federal para ayudar a los niños que mueren de hambre. A largo plazo, las mujeres, al igual que la población afroamericana que nunca volvió a creer que la segregación estaba bien, van a aceptar que no tener derechos reproductivos o los mismos derechos que los hombres sea algo normal. Puedes ganar a corto plazo, pero la batalla cultural es de largo recorrido. Es muy común que el partido Republicano, ese extraño experimento, haya escogido decir que prefieren evitar que la gente salga a votar en vez de ampliar su base de electores a una más diversa. Es un momento muy delirante en este país porque vemos a un partido que se convirtió en antidemocrático, casi fascista, que miente, sobre todo, desde la salud y las vacunas hasta el clima y la historia de la esclavitud.

Hace un poco más de 15 años que se publicó su ensayo Los hombres me explican cosas. ¿Cómo ve y siente ese texto hoy? Sobre todo después del impacto que tiene una palabra y un concepto como el mansplaining.

Muy orgullosa y también muy sorprendida de que siga siendo tan importante, pues todo nació de un chiste que hice en un desayuno en marzo de 2008 y contaba la historia de un hombre que quiso explicarme mi propio libro. Era una anécdota cómica, inofensiva, nadie murió como resultado de ella. No como la historia que me contó un hombre de una mujer que salió corriendo de su casa a mitad de la noche gritando que su esposo la iba a matar y el único comentario del narrador de esta historia fue que seguro ella estaba loca y que su marido, un buen señor, no la trató de asesinar. Muchas mujeres mueren porque la gente no les cree. Ahí fue cuando entendí de qué iba realmente el ensayo; la relación entre violencia física, política y el uso del lenguaje. Para ser iguales, nuestras palabras deben tener consecuencias y credibilidad y deben ser escuchadas. Lo que quiere decir que cuando una mujer dice que una casa está en llamas o que la quieren matar es cierto y no como pasa ahora que mucha gente se inclina a creer que las mujeres que hablan son mentirosas, poco fiables o enfermas mentales.

«Para ser iguales, nuestras palabras deben tener consecuencias y credibilidad y deben ser escuchadas»

No es solo que los hombres expliquen cosas sino que aprendan a escuchar a las mujeres como iguales, ¿no?

De acuerdo. Porque esto es un cambio muy grande. Al escribir el libro también me di cuenta de cómo la violencia física es también inseparable de la violencia cultural. En un mundo donde las mujeres fueran realmente iguales, un caso como el de Harvey Weinstein no hubiese pasado, porque a la primera mujer que él hubiese violado en ese mundo ella hubiese podido ir a la policía a denunciarlo y esta le hubiese creído y él hubiese ido a prisión por este primer crimen; no como en nuestro mundo donde cometió cientos de crímenes en un periodo de casi cuatro décadas. Puede que hasta no hubiese cometido ningún crimen porque sabría que la palabra de una mujer tendría consecuencias, tendría credibilidad y sería escuchada. Mucha de esa violencia de la que hablo está dirigida a buscar que las mujeres que quieren hablar sean silenciadas. Hoy no me arrepiento de nada de lo que dije en ese ensayo y creo que es una descripción muy útil de ciertas actitudes coercitivas contra las mujeres que han tenido eco tanto en California como en Corea.

Lo que no entienden muchos hombres es que esto no quiere decir que se busque silenciarlos…

No, nunca he aspirado a vivir en un mundo donde las mujeres puedan hablar y los hombres no. Lo que he buscado es eso que llamo una democracia de voces, en donde las palabras de todos tengan credibilidad, sean escuchadas y tengan consecuencias. Los hombres me explican cosas trata sobre cosas que pasan en la vida social y profesional, pero también en momentos de vida o muerte. Mucha gente habla hoy del mansplaining en la vida profesional, pero esto va más allá del típico señor que le explica a una atleta profesional cómo practicar su deporte. Tiene que ver con asuntos como creer a las víctimas de abusos sexuales o que crean a las mujeres cuando le dicen a un médico sobre sus dolores y enfermedades y que no solo les digan que tienen cuerpos frágiles. Me gustaría que el término volviese a su concepción más seria y un poco más sombría.

¿Por qué cree entonces que una de las respuestas de algunos hombres hacia esta discusión, y hacia el feminismo, sea de rechazo, miedo y en algunos casos violencia?

Supongo que hay hombres que realmente piensan que dominar a las mujeres es su derecho y que es algo gratificante; es una forma asquerosa de ser persona y una forma inhumana de existir. También es interesante ver cómo no tenemos una opinión muy favorable de las personas blancas que no quieren que las personas no-blancas tengan derechos, pero a menudo se nos dice que tenemos que simpatizar con los hombres que no quieren que las mujeres tengan derechos y a menudo esa falta de derechos es mucho más íntima, está en el hogar, en la familia. Otra gran pieza de este fenómeno es que los hombres no han visto las formas en que ellos están oprimidos y parte de ese mansplaining –y la misoginia– viene del sentimiento de los hombres de creer que tienen que estar a cargo de todo, de ser dominantes, de tener el control. Lo que yo veo es que ese machopatriarcado demanda de los hombres cosas imposibles y de ahí ese sentimiento de fracaso por no ser los jefes o los reyes en ese mundo de multimillonarios. Monstruos como Andrew Tate (un exboxeador e influencer de extrema derecha) están empujando a los hombres jóvenes hacia estándares inalcanzables. ¿Cómo sería esta liberación masculina? Una en que los hombres puedan tener toda una variedad de emociones, que puedan ser vulnerables. Mucha de esa masculinidad les prohíbe que les gusten ciertos colores, cierta comida, ciertas películas y me imagino que hasta ciertos artistas. No sé si a los hombres les dejan ser fans de Taylor Swift.

Entonces, ¿esa masculinidad «tóxica» exige muchas renuncias a cambio?

Por supuesto. Y eso es una prisión que no vale la pena habitar. Esa masculinidad te promete ciertas cosas, pero el solo hecho de pensar que el ejercicio de dominación sobre las mujeres sirve para algo hace que toda esta idea no tenga sentido y no te hace feliz. Lo que hay que entender es que cuando las mujeres buscan esa liberación, los hombres se benefician también. Ya no serán los únicos responsables de ganar dinero, hasta les liberaremos de muchas de sus responsabilidades. En Estados Unidos han existido movimientos de este tipo, ahora recuerdo una pancarta que sostenía un hombre en una de esas manifestaciones que decía: «No soy solo un objeto de éxito».

Su carrera como escritora ha estado ligada al activismo en muchos frentes. Uno de ellos es el cambio climático y en especial el peligro de las energías fósiles. Más allá de los grados de temperatura que suba la tierra, ¿qué peligros conlleva el cambio climático en nuestras sociedades?

Cientos de millones de personas serán, en el peor de los casos, desplazadas de lugares como Centroamérica, partes de la India y de Medio Oriente. Estos lugares se volverán inhabitables, pero como dijo un activista por el medioambiente: Gaza será inhabitable con o sin sequías, con o sin la subida de los niveles del mar. Sería bueno que la humanidad apreciara más a ese mundo natural e inorgánico que parece una orquesta afinada. La cual alteramos si le quitamos las cuerdas al violín, si ponemos basura en las flautas, si apagamos la luz, si le damos drogas a los músicos o si hacemos que sea tan caliente el lugar donde toca la orquesta que esta comienza a caerse a pedazos. No obstante, este sistema tan delicado, que ha sido dañado, lo podemos salvar o por lo menos algunas partes de él. Lo mejor es que sabemos cómo hacerlo, el único obstáculo es político. Y tengo que decir que por eso lo que dijo el presidente Gustavo Petro en la COP 28 de apoyar el tratado de no proliferación de combustibles fósiles fue tan emocionante y asombroso. Creo que Colombia es el país más grande que apoya este tratado. Escuchar esas palabras y esas acciones me conmovió. Muchas personas piensan que no existen soluciones, piensan que a nadie le importa ya y ese es otro relato que hay que cambiar, sí hay soluciones para el cambio climático. Esta es otra revolución a largo plazo.

«Sería bueno que la humanidad apreciara más a ese mundo natural e inorgánico que parece una orquesta afinada»

En muchas de sus entrevistas y conferencias usted habla del pasado, del presente y de ese lugar no escrito que es el futuro. ¿Qué es el futuro para usted y cómo se lo imagina?

Una cosa que une a los pesimistas, a los optimistas, a los cínicos y a los desesperados es el supuesto de que todos sabemos cómo va a ser el futuro y que no hay mucho que podamos hacer. Eso nos libera de la obligación de participar en los posibles cambios. Nosotros hacemos el futuro en el presente y a menudo cito a las películas de Terminator donde un robot viene y nos advierte sobre el futuro y cómo podemos cambiarlo. Solo que no entendemos qué hacemos eso todo el tiempo en el presente con nuestras decisiones y que lo podemos cambiar. Yo encuentro en esa radical incertidumbre del futuro las bases para el cambio, pero no ese optimismo que solo dice que todo va a estar bien, sino en la sensación de que vale la pena intentarlo, porque en esa incertidumbre está la posibilidad de influir en el resultado. Si no puedes imaginar un mundo sin combustibles asumes que es imposible, pero los límites de la imaginación no son los límites de la realidad y de hecho mucha gente puede imaginar un mundo sin combustibles fósiles y ese puede ser nuestro futuro. Hay una relación muy profunda entre memoria, imaginación y esperanza que viene de saber cómo el mundo cambió en el pasado y cómo puede cambiar en el futuro. Es decir: buscar las formas de encontrar la esperanza en la oscuridad.


Este contenido es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo’ y ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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