Siglo XXI

Hiperturismo y turismofobia, dos caras de la misma moneda

La concentración abrumadora de turistas en cada vez más ciudades puede acabar provocando un rechazo generalizado al visitante. Es necesario repensar el modelo turístico para asegurar un equilibrio entre los intereses de las comunidades locales y los de los turistas.

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11
diciembre
2023

¿A quién no le gusta viajar? Tras el parón que supuso la pandemia, la recuperación del sector turístico ha excedido las previsiones más optimistas. Para finales de 2023, España habrá recibido 85 millones de turistas, 2 millones más que en 2019, cuando ya se había logrado una cifra récord en la historia del país.

Con la popularización (aún más) del turismo, vuelven las quejas. Por un lado, de los propios turistas que rechazan la masificación de los destinos que ellos mismos contribuyen a crear. Pero sobre todo, de los habitantes locales de las regiones que reciben esta «invasión» de visitantes, y deben asumir el ruido diurno y nocturno, el incremento del tráfico, la saturación de transportes y servicios o la desaparición de los pisos de alquiler de larga duración.

En este contexto, la «turismofobia», entendida como un sentimiento de rechazo a los turistas, campa a sus anchas. En ocasiones, este malestar se lleva a la acción de forma más o menos organizada a través de protestas vecinales, actos vandálicos o distribución de carteles que instan al visitante a volver a su país. Normalmente lo que los residentes locales reclaman no es el fin del turismo, sino el cambio del modelo actual por uno que no subordine las necesidades de la población autóctona ante la foránea.

Como explican en el programa europeo URBACT: «En los últimos 10 años, una industria turística desregulada ha convertido el turismo urbano en una amenaza potencial para un número creciente de ciudades y áreas». Hasta ahora, las ciudades afectadas por el hiperturismo eran unas pocas (como pueden ser las ciudades pequeñas y medianas que contaban con una zona antigua designada de interés por la Unesco), pero en la actualidad, esto se ha extendido a muchísimas más áreas. Hay que tener en cuenta que, además, la búsqueda de inspiración a la hora de viajar se ha desplazado en gran parte hacia las redes sociales, que pueden lograr popularizar destinos que no están preparados para una gran afluencia de gente. Pero, incluso en ciudades grandes, que llevan décadas atrayendo turistas, las consecuencias del hiperturismo son claras.

La más evidente quizá sea la turistificación del centro de las ciudades, una nueva forma de gentrificación. En este caso, no son los propietarios de clase alta los que, al comenzar a interesarse por un barrio, hasta entonces obrero, expulsan a los habitantes antiguos de menores ingresos, sino los turistas. El sector inmobiliario logra así hacerse con el centro de las ciudades para ofrecérselo a cadenas hoteleras y propietarios de alojamientos turísticos. Esto se acompaña de una adaptación de la oferta comercial, de forma que los establecimientos que atendían a la población local cambian y se adaptan para atraer a los turistas, alterando sus precios, horarios e incluso idiomas de atención, tal y como explica en un artículo en la revista Dimensiones Turísticas el geógrafo Adrián Hernández Cordero.

La turistificación puede llevar a que se alteren los precios, los horarios e incluso los idiomas de atención al público

Las plataformas como Airbnb, que facilitan los alquileres de corta duración, han hecho que resulte aún más atractivo para los propietarios destinar su vivienda a los turistas, con la consiguiente reducción del parque residencial en el centro de las ciudades, y la subida de los precios de los alquileres. En el Casco Antiguo de Sevilla, por ejemplo, las viviendas de uso turístico suponen el 61% del total.

El aumento del turismo también perjudica de otras formas a la población local: congestión del tráfico y las calles, ruidos y desorden, degradación del entorno, explotación y estacionalidad laboral… por no hablar del impacto medioambiental que tienen nuestros viajes.

¿Significa esto que el sector turístico, tan valorado tradicionalmente en España, solo trae problemas? Por supuesto que no. Los beneficios del turismo son innegables: pueden ser la forma más efectiva de transferir riqueza de los que más a los que menos tienen y su impacto en la economía es enorme; genera ingresos, crea empleos y estimula el crecimiento económico. También puede ayudar a preservar el patrimonio cultural y las tradiciones, promover el intercambio cultural y brindar oportunidades de educación y crecimiento personal. Pero es necesario repensar el modelo turístico para asegurar un equilibrio entre los intereses de las comunidades locales y los de los turistas.

En los últimos años, muchos ayuntamientos han recurrido a una regulación más o menos estricta de los alquileres vacacionales de corta duración, pero estas medidas suelen tomarse de forma reactiva, cuando la excesiva demanda turística ya ha ejercido una presión insostenible sobre la población local. También se está limitando la afluencia de visitantes en muchos destinos turísticos, con el objetivo de asegurar el mantenimiento y correcta conservación de los mismos.

Además, la tecnología puede ayudar a gestionar mejor el comportamiento turístico, como explica Arman Tabatabai. Con el auge de las Smart Cities, muchas localidades cuentan con herramientas como infraestructuras conectadas, sensores lidar, banda ancha de alta calidad y grandes cantidades de datos que podrían contribuir a ajustar la afluencia de viajeros en determinadas zonas, notificando y guiando a los turistas a espacios menos congestionados en cada momento.

En cualquier caso, es necesario establecer estrategias de turismo más sostenibles, que no se orienten únicamente a objetivos de rentabilidad económica, sino que busquen el beneficio de la población local a través de una mayor dispersión de los ingresos generados por el turismo, una planificación eficiente del flujo de viajeros y la preservación de los destinos visitados. De este modo, el odio al turista se convertirá en un concepto olvidado.

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