El poder del lenguaje para manipular
Como decía Sócrates, «las palabras son como flechas, pueden matar o curar». El lenguaje tiene la capacidad de vehicular el pensamiento e incluso de conformar las emociones.
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El elemento más significativo para conseguir un efecto tóxico o un estado de agrado aparente es el uso del lenguaje para convencer de nuestros ideales. Tal como actúa el arsénico, se traga sin que nos demos cuenta, no parece tener efecto, pero al cabo de un tiempo, aparece la toxicidad, se contagia y, por la falta de reflexión, sucumbimos a sus encantos.
El lenguaje tiene la capacidad de vehicular el pensamiento e incluso de conformar las emociones; lo hace de manera imperceptible y exponencial. Dado que el lenguaje está próximo a la inconsciencia, su propagación suele pasar desapercibida, y eso hace que cualquier ejercicio de resistencia sea visto por la mayoría como una exageración paranoica. Así, manejado con astucia e insistencia, como escribía Víctor Klemperer en su obra La Lengua del Tercer Reich, el lenguaje se convierte en el medio de propaganda más potente, más público y secreto a la vez.
Aunque uno de los ámbitos más cotidianos y que más reflejan el cuidado y estudio del uso del lenguaje para la persuasión es el espectro político, con ejemplos en la historia tan significativos desde los discursos de Hitler que le sirvieron para llegar al poder, los eslóganes que usan palabras estudiadas, como en las elecciones norteamericanas, clave para atraer la atención, o el tono agresivo y convincente para vender una verdad absoluta y enfrentar a los que no piensan como ellos, no podemos pasar por alto que diariamente usamos la magia de las palabras a nuestra conveniencia, unos con más arte en el número y otros con menos don para rematar el truco.
La degradación del lenguaje muchas veces conlleva maquillar los hechos
Las palabras que usamos, en muchas ocasiones, preceden la realidad y, como esta es moldeable, deja poco margen a la reflexión: damos por bueno el convencimiento y comienza a expandirse, puesto que las palabras que van quedando de una persona a otra cada vez son menos numerosas y más rimbombantes, para crear asombro, miedo o felicidad ante el hecho creado con palabras.
Lo que da menos trabas en el sendero a recorrer para culminar la manipulación, y cuya medicina para revertirlo es costosa y larga. Eufemismos para describir una realidad dura, rudeza para crear una realidad a moldear. La degradación del lenguaje conlleva maquillar los hechos y en algunas situaciones, se usan como puñales.
Un ejemplo del uso perverso del lenguaje son las relaciones de pareja en las que hay abuso verbal o violencia psicológica: «Nadie te va a querer como yo», «a nadie le interesa lo que dices». Se usa un absoluto, en estos casos, se hace de forma agresiva y cortante, con pocas palabras, pero eficaces para el manipulador. Se transforma la verdad en mentira. Reescribir la historia de lo que sea y de cualquiera, a voluntad.
Vivimos en una época que cada vez se da menos importancia a las palabras, paradójicamente, porque nadie está exento de su uso. Con la aparición de los miles de imágenes o vídeos en redes sociales, que hemos dado como un entrenamiento diario, y en muchos casos, adictivo, forman un tándem perfecto para poder manipular, por ser ambiguas o dudosas o incluso creadas de la nada con inteligencia artificial, acompañadas de un mensaje. Y, como sabemos, se propaga a la velocidad de un clic. Un apoyo más a decorar una realidad a conveniencia de pensamiento.
Fijarse en que la elección correcta de las palabras, dependiendo de nuestra intención, puede destruir a una persona, emocionalmente, o ayudarle a recuperarse. Al fin y al cabo, muchos de los impulsos, respuestas y comportamientos que tenemos es debido al estado de ánimo. Las palabras tienen el poder de provocarnos emociones de todo tipo y pueden tener un impacto significativo en nuestra vida, tanto positiva como negativamente. Por eso es importante ser conscientes del poder de las palabras y usarlas de manera responsable.
Es peligroso no reflexionar de dónde vienen, de quién, esas palabras. Sabemos que son un arma que se usa para construir o para destruir. Influir en la opinión pública y el comportamiento. Podemos usar el lenguaje para manipular a los demás o para construir un mundo mejor; la elección es nuestra.
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