Sociedad
El mito del síndrome del nido vacío
La partida de los hijos puede provocar sentimientos de nostalgia en los padres, que se enfrentan a una nueva vida en la vivienda familiar. Sin embargo, algunos estudios demuestran que esta podría marcar el inicio de una etapa muy satisfactoria para los progenitores.
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Después de décadas compartiendo el hogar con los hijos, es de esperar que los padres noten su ausencia cuando estos se van de la casa. Aunque para la mayoría de los progenitores genera satisfacción que sus descendientes logren independizarse, también es normal sentir cierta tristeza. Por el paso del tiempo, por las conversaciones y las risas que antes se daban en cualquier momento del día, por la pérdida de la intimidad que ofrece el contacto diario, por el silencio o el aburrimiento que pueden sustituir a los momentos que antes se compartían.
Este sentimiento de nostalgia es denominado síndrome del nido vacío, aunque no se trata de una situación patológica, sino de una etapa natural de la vida. Cuando síntomas como el dolor, la desesperanza, las ganas de llorar o el sentimiento de soledad son constantes, o se alargan demasiado en el tiempo, se debe habitualmente a una condición emocional subyacente previa, que ha podido ser o no desencadenada por el cambio.
Hay que tener en cuenta, además, que la salida de los hijos de casa puede coincidir con otros cambios vitales significativos como la jubilación, la menopausia, la muerte de los propios padres o del cónyuge, o una mayor dependencia física, que influyen de forma directa en el estado anímico de los padres.
El síndrome del nido vacío es un concepto que se popularizó en los años 70, cuando en Estados Unidos la Asociación Estadounidense de Psicología llevó a cabo un estudio que relacionaba la depresión de varias mujeres con el hecho de que en ese momento se estaban enfrentando a la partida de los hijos del hogar familiar. Es posible que existiera cierto sesgo misógino cuando sugerían que «las madres tienden a caer en la desesperación existencial una vez que ya no tienen hijos que cuidar», pues, aunque no existe mucha investigación formal al respecto, la que hay tiende a desmentir esta teoría.
La mayoría de los psicólogos concuerdan en que el síndrome del nido vacío tiene parte de realidad y mucho de mito
La mayoría de los psicólogos concuerdan en que este síndrome tiene parte de realidad y mucho de mito. Si bien cierta desazón es habitual en un primer momento, los estudios muestran que la satisfacción con la vida (y con la pareja) aumenta entre los padres cuyos hijos han abandonado el hogar recientemente y que mantienen un contacto regular con ellos.
Una investigación dirigida por el profesor Christoph Becker, de la Universidad Heidelberg, concluyó, tras encuestar a 55.000 personas, que los adultos con hijos mostraban mayor satisfacción con su vida respecto a los adultos que no tenían hijos, pero solo después de que estos se hubieran ido de casa. De la misma manera, un estudio de Nicholas Wolfinger analizó 40 años de datos de la US General Social Survey y concluyó que los padres entre 50 y 70 años sin hijos en el hogar familiar eran un 6% más proclives a declarar ser «muy felices» respecto a los que tenían aún a los hijos en casa.
Y otra investigación de la psicóloga Karen L. Fingerman lo corrobora: la mayoría de los padres disfrutan con la partida de los hijos de mayor libertad, una reconexión emocional con sus parejas y más tiempo para dedicar a sus propias aficiones. Además, ver cómo los hijos comienzan su propia vida independiente llena a la mayoría de sentimientos de felicidad y orgullo. Y lo que es mejor, la relación paterno-filial mejora en muchos casos y se hace más profunda. En palabras de la investigadora: «La gente echa de menos a sus hijos, pero, según lo que he visto en mis investigaciones, lo que ocurre es lo contrario al síndrome de nido vacío».
Es decir, solo una minoría de los padres experimenta ese intenso malestar asociado a la partida de los hijos del hogar familiar. Según una encuesta de United Students en Reino Unido, lo habitual es tener sentimientos agridulces, con un 25% de los encuestados que afirmaban pensar que su vida no volvería a ser la misma, y un 24% que se sentían vacíos, frente a un 22% que también valoraban este cambio como una oportunidad para hacer cosas nuevas y tener más tiempo para sí mismos.
Los sentimientos negativos serían más acusados en casos de familias monoparentales
Además, los sentimientos negativos serían más acusados en casos de familias monoparentales, progenitores que se dedicaban principalmente a criar, con hijos que se van al extranjero y, sobre todo, cuando se tiene una mala relación con los vástagos, de forma que la partida significa, quizá, que solo se les volverá a ver pocas veces al año.
En el caso de España, como afirma Jorge Barraca en Cuidate+, muchos psicólogos creen que la prevalencia debe ser aún menor, ya que aquí la salida del hogar es bastante progresiva y los hijos suelen tener una relación estrecha con los padres.
Hay que contemplar, además, el tema de la «generación boomerang». ¿Qué pasa cuando los padres transitan su duelo por el nido vacío y este vuelve a llenarse? Esta situación, muy común a raíz de la crisis del 2008, volvió a darse tras la pandemia. Y para los progenitores puede resultar una situación mucho más estresante que la anterior, principalmente, porque se suele tratar de un evento dramático (pérdida del trabajo, rupturas amorosas), pero también por los roces en la convivencia.
En definitiva, puede decir que el momento en el que los hijos abandonan el hogar familiar es un momento de cambio que provoca tristeza y necesidad de adaptación en la mayoría de los padres. Pero abre una nueva etapa repleta de satisfacciones, especialmente si la salud acompaña y si la relación con los hijos es sana.
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