Siglo XXI

«La sociedad ha ido normalizando las prácticas de racismo institucional»

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09
agosto
2023

Helena Maleno (El Ejido, 1979) fundó el colectivo Caminando Fronteras en 2002. Lo hizo para defender los derechos de las personas y comunidades migrantes y denunciar las fronteras –terrestres y marítimas– como espacios de impunidad. Experta en migración y trata de seres humanos y centrada en los derechos de las mujeres y la infancia, desde entonces realiza un trabajo incansable entre España y Marruecos. Maleno ha conseguido que cerca de 200.000 migrantes hayan podido salvar su vida, a pesar de la persecución policial y las amenazas que desembocaron, hace dos años, en la campaña #justiciaparaMalena, apoyada por más de 700 entidades nacionales e internacionales de derechos humanos. Cuenta con el reconocimiento de la ONU y ha sido ha sido distinguida con más de veinte premios. Hablamos con ella sobre la inmigración, el racismo, la política al respecto y la fragilidad de esta clase de vidas.


Hace ahora un año de la tragedia de Melilla, cuando murieron al menos 23 personas y decenas resultaron heridas. ¿Qué supuso este hecho?

Esto pasa todos los días en la frontera, aunque pasa en el mar y es menos visible porque el agua oculta los muertos. Pero cada cierto tiempo ocurre algo así e impacta mucho y pensamos que va a cambiar algo. En 2005 ocurrió la crisis de la valla de Melilla, se disparó a los migrantes y se les tiró al desierto. Fue un escándalo a nivel internacional, y Moratinos bajó a Marruecos para felicitar a su homólogo por la gestión migratoria después de ver a todas esas personas muertas; en 2006 fue la crisis de los cayucos: se perdieron miles de vidas y aún hay miles de personas desaparecidas; lo mismo ocurrió en Tarajal en 2014, donde vimos cómo se disparó material antidisturbios y no se emplearon los servicios de rescate. Y ahora ha sido Melilla. Es recurrente, y siempre pensamos que algo se activará, pero vemos lo mismo que en 2005: al Gobierno español felicitando a Marruecos por la cuestión migratoria. Son más de tres décadas de política de muerte en la frontera y la sociedad ha ido normalizando que haya prácticas de racismo institucional que maten diariamente. Mientras, el negocio ha ido aumentando. Cada vez hay más empresas que ganan dinero con este tipo de políticas y cada vez se mueve más dinero a Frontex [Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas] y a las empresas de armamento. Incluso se militarizan terceros países. A todo esto hemos llegado.

«Las relaciones entre España y Marruecos están basadas en el chantaje, en políticas que están provocando muertes y en los intereses económicos»

Las fronteras de Melilla y Ceuta son las únicas dos de la Unión Europea con vallas. ¿Qué motivos hubo para implantarlas y cuáles hay para seguir manteniéndolas?

Hace poco vi un reportaje que hicieron los Servicios de Información Franceses. Estaban entrevistando al señor que instala las concertinas, las vallas. Decía que, dependiendo de los Gobiernos, ponía o quitaba las concertinas y así ganaba dinero, miles de euros. Es un negocio, y Ceuta y Melilla, que fueron de las primeras, han sido un experimento de la industria del control migratorio en Europa. Vemos cómo se han deteriorado los derechos humanos en estas zonas igual que se deteriora la democracia en otros territorios que se consideran «de frontera». Ese sistema de control se ha exportado luego a otros lugares de Europa.

¿Cómo son actualmente las relaciones entre España y Marruecos en cuanto a las políticas de fronteras? 

Son relaciones basadas en el chantaje, en políticas que están provocando muertes y en los intereses económicos, en lugar de basarse en la solidaridad entre los pueblos, la cooperación al desarrollo y los derechos humanos. Las personas migrantes son moneda de cambio, y Marruecos negocia no solo económicamente, sino también con intereses geoestratégicos terrestres (el Sáhara) y marítimos (las islas Canarias). Son relaciones que favorecen a las élites políticas y empresariales y producen graves daños a los derechos de las personas.

¿Qué le espera a alguien cuando cruza alguna de las vallas y logra pasar al otro lado?

Es otro camino terrible. Si no te mueres, entras en el sistema paralelo de reconocimiento de derechos. Hasta entonces estás en una situación de vulnerabilidad terrible donde estás sometido a la explotación, como ocurre por ejemplo en los invernaderos de Almería o en la región de Murcia. Esta última es una de las que más vota a la derecha o a la extrema derecha, y es la zona con más explotación de personas migrantes. Resulta que no nos gustan, pero sí los queremos en un sistema de explotación. Al final pagan impuestos igualmente, como el IVA u otros de la vida diaria, y están peleando continuamente por un reconocimiento de derechos.

«Muchos cuerpos no se encuentran y no se ponen medios para identificar a aquellos que sí se encuentran y darles el enterramiento digno»

En el primer semestre del año, 951 personas han muerto cuando intentaban llegar a España a través de alguna ruta marítima. ¿Qué sucede con los cuerpos de todas ellas?

Tenemos a muchas desaparecidas que se traga el mar, pero en España también hay unas nuevas fosas comunes que son las de estas nuevas guerras de frontera. En muchos ayuntamientos hay fosas sin nombres de personas que murieron y no están siendo identificadas. Pasa al otro lado también: se han sucedido varios naufragios estos últimos años en la zona de Dajla y de Bojador [Marruecos] donde murieron muchas personas, los cuerpos se recuperaron y fueron al mismo hoyo en mitad del desierto. Esta es la realidad: muchos cuerpos no se encuentran y no se ponen medios para identificar a aquellos que sí se encuentran y darles el enterramiento digno al que tienen derecho. Nosotras llevamos años acompañando a las familias y reivindicando que tienen derecho a denunciar. Se ha conseguido que el Centro Nacional de Desaparecidos tenga a los desaparecidos en frontera y que la página de SOS Desaparecidos publique las fotos de esas personas desaparecidas en frontera. Es un movimiento que se está dando en otras partes del mundo, como en México, y es imparable porque abre un debate sobre si esto son desapariciones forzosas. 

Hace unas semanas, la desaparición del submarino Titan, con cinco personas a bordo que iban a ver los restos del Titanic, acaparó durante días la atención de todos los medios de comunicación. En esa misma semana se produjo uno de los peores naufragios en lo que va de año, que se cobró la vida de unas 500 personas. ¿Por qué esta tragedia quedó eclipsada y la noticia del submarino tuvo un espacio predominante en todos los medios?

Se llama racismo. La vida de un rico vale más que la vida de mil personas empobrecidas, negras, migrantes. Y ese racismo es a lo que se enfrentan las sociedades cada día. También hay un clasismo: cuando hay un naufragio no se ponen todos los medios, ni siquiera se buscan después los cuerpos; pueden volver a salir a la superficie y los medios de rescate, sabiendo la posición de las vivas, cuando vienen a rescatar y hay muertas no siguen buscando y se dan la vuelta. Esa es la realidad. Ese racismo tiene unas raíces muy fuertes en las sociedades europeas.

¿Por qué se criminaliza a quienes quieren traspasar un territorio en busca de una vida digna?  

Porque se les deshumaniza. Los migrantes no son personas porque no se les reconoce sus derechos. En los relatos son criminales y se les presenta como esos hombres grandes y fuertes que atacan la valla, aunque la realidad es que se les recibe con gases lacrimógenos y disparos o se les explota laboralmente (y en el caso de las mujeres también sexualmente). Incluso se les victimiza: el «salvador blanco» tiene que salvar a todas estas personas como si no tuvieran agencias propias, cuando son líderes y lideresas dentro de estos movimientos que sobreviven a los tránsitos migratorios con una auto-organización política y social. Y es que no solo hay mafias, porque ese discurso es otro de los que sostiene el negocio de la guerra. Las políticas europeas no solo no terminan con las mafias sino que las sostienen. Si en Marruecos no se desplazara forzosamente al desierto a madres embarazadas con sus bebés o si se inscribiera en el registro civil a niños y niñas a las que se les deja tiradas, las mafias de tráfico de órganos no tendrían la oportunidad de cogerles, como la tienen ahora en Libia o Túnez. Es algo ante lo que no podemos ni siquiera denunciar porque a estas personas no se las registra al nacer; es decir, ni siquiera existen. Todo ese sistema de fronteras provoca que haya colectividades que estén en situaciones tan vulnerables que las redes criminales puedan aprovecharse de ellas. Los Estados no están haciendo su trabajo para protegerlas.

«La biopolítica que mencionaba Foucault se ha convertido en necropolítica, porque dejan morir a colectividades consideradas como los otros, los inferiores»

Frecuentemente usas la expresión «necropolíticas» de frontera, ¿a qué te refieres? 

La biopolítica, que decía Foucault, se ha convertido en necropolítica, porque dejan morir a colectividades consideradas como los otros, los inferiores, quienes pueden morir. Una persona no se tiene por qué morir al cruzar una frontera, ni se tienen por qué morir de hambre viviendo en sus países. Se mueren porque hay un expolio de sus recursos y la consecuencia es la muerte. Son todas necropolíticas, políticas del extractivismo contra las personas y la naturaleza. Las mujeres dicen mucho: «No tenemos derecho a migrar y tampoco tenemos derecho a no migrar», y en esa frase hay mucho sentido. No se pueden quedar en sus territorios porque hay empresas que los están expoliando, porque las defensoras de la tierra en el Sur global están siendo atacadas y asesinadas, pero tienen que salir corriendo al camino migratorio para que después las maten. Es un sistema depredador, y pararlo es uno de los grandes desafíos del siglo XXI.

Trabajas con mujeres migrantes, ofreciéndoles apoyo y soporte. ¿Cuáles suelen ser sus principales problemas a la hora de intentar acceder a otro país?

Muchas de ellas vienen ya huyendo de violencias machistas en sus países de origen y durante los tránsitos migratorios sufren violencia sexual por parte de los funcionarios de control, que las castigan violándolas. También sufren violencias por parte de las sociedades de acogida y por parte de los compañeros del camino. Y luego está la visión de «malas madres» y de «putas». Todo ese discurso hace fácil quitarles a sus hijos e hijas, no es sencillo defender la custodia. Pero también son mujeres bravas, con muchísimas capacidades y mucha fuerza, que se están enfrentando a un sistema y a todas esas violencias específicas contra ellas.

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