Cultura
«El teatro me salvó la vida, hizo que todo cobrara un sentido distinto»
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COLABORA2023
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Novelista, poeta, dramaturga. Y viceversa, porque la escritora Angélica Morales (Teruel, 1970) es una polímata de las artes, una amante de la narración en la plenitud de su esencia. Finalista del Premio Planeta en 2018 con su novela ‘Mujeres Rotas’ y ganadora de prestigiosos certámenes literarios como el Ciudad de Alcalá de Poesía en 2017 y el Gabriel Celaya en 2021 ofrece ahora a sus lectores ‘La casa de los hilos rotos’ (Destino), novela en la que rescata, a medio camino entre la ficción y la biografía, la vida de la artista textil Otti Berger.
Acaba de publicar La casa de los hilos rotos (Destino), novela que está teniendo una destacada acogida entre los lectores. ¿De dónde le surge su pasión por la literatura?
Mi pasión por la literatura surgió desde niña. Ya escribía en el colegio y en el primer año de instituto gané mi primer premio de poesía, por el que recibí 5.000 pesetas de la época, todo un aliciente. Cada día que pasa estoy más convencida de que yo nací para contar historias, dentro de una hoja en blanco o sobre la boca de un escenario. Lo mío es la palabra, sin duda, enredar historias igual que la tormenta enreda la cabellera de los árboles. «Puro teatro», como diría La Lupe, cantante cubana. Porque yo he nacido del teatro, del polvo de un telón y del desgarro de Lorca.
Usted ha abarcado varios géneros y subgéneros hasta el momento: narrativa, novela negra (Tú serás la siguiente, 2021), poesía y, por supuesto, las artes escénicas como actriz y dramaturga. También en el cine: ha participado en las películas Celos (1999) y Juana la Loca (2001) de Vicente Aranda. ¿Qué le llevó a inclinarse hacia el teatro y la actuación? ¿Cómo fueron sus comienzos sobre las tablas y de qué manera cree que le condujeron adonde se encuentra hoy en día?
Siempre he hecho teatro, desde niña, y en el instituto coincidí en clase con un grupo de jóvenes amantes del teatro. Tuvimos la suerte de tener una maravillosa profesora de Lengua, Ángeles, que era una apasionada de las artes escénicas. La primera vez que representamos obras de Federico García Lorca pusimos la bandera republicana y fue un escándalo. Imagínese la época. Eso me marcó mucho. Me di cuenta de que el teatro era denuncia y yo quise estar ahí, al otro lado de la realidad que se esconde. El teatro, por otra parte, me salvó la vida. Hizo que todo cobrara un sentido distinto, me sentí menos sola, menos herida. Me daba fuerza para luchar contra el maltrato de mi padre. Además, me gusta escribir teatro, es mi pasión secreta. Empecé con la poesía y el teatro; probé con el relato, pero no acabó de gustarme y he seguido con la novela. La novela y la poesía son ahora mi casa.
«Me di cuenta de que el teatro era denuncia y yo quise estar ahí, al otro lado de la realidad que se esconde»
¿Hasta qué punto la dimensión biográfica de su obra se entrelaza con la ficción? ¿Cuánto hay de biográfico en sus libros?
El poemario Mi padre cuenta monedas es el libro más autobiográfico que he publicado. En él cuento el maltrato de mi padre hacia mí desde que era pequeña hasta el día de su muerte. Un maltrato físico y psicológico. Es el libro que más me ha costado escribir porque era la verdad de mi vida, la verdad más dura y dramática que he vivido y que he escondido siempre por temor a la familia, a mi madre. Hasta que un día después de muchos años de dolor y terapia decidí contarlo en un libro de poemas. Es un libro sanador, que también ha ayudado a mucha gente maltratada. Amo las monedas de mi padre, porque rompieron el hechizo de su maldad. En el resto de mis obras voy dejando pinceladas, también en La casa de los hilos rotos. Siempre encuentro algún personaje al que cargarle con mi cruz. Para eso está la escritura. Aunque a veces los personajes se rebelen [risas].
En La casa de los hilos rotos se fija en la historia real de la artista textil húngara del movimiento Bauhaus Otti Berger. ¿Por qué este relato, Berger y la Europa próxima a desplomarse con la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué le llamó la atención de este personaje histórico y de su biografía?
La decadencia me fascina. Todo declive me atrapa. Quizá porque he sido una niña muy observadora y a mi alrededor las mujeres han ido tejiendo la tragedia. Vengo de lo que se desploma sin hacer ruido, del golpe, de la violencia del padre, los abusos, los secretos; vengo de un piso estrecho cerca del mar donde las cucarachas rugen. Vengo siempre de una guerra o de una tierra carnal que hace las maletas y huye. Y Otti Berger es todo eso. Encontré a una mujer fuerte y frágil al mismo tiempo, a una artista que no se rindió ante el fascismo, a una niña herida que, como yo, siguió caminando. Una mujer de sonrisa amplia que me deslumbró cuando contemplé sus fotografías. Y quise escribirla, quise mostrar al mundo su trabajo, su vida, su fatal destino en una época convulsa, en esa frontera desdibujada entre lo inmoral y lo recto, entre la curva que simbolizaba el arte y la escuela alemana de la Bauhaus, y el fascismo con su rectitud, su vuelta a la costumbre y su terror.
«En Otti Berger encontré a una mujer fuerte y frágil al mismo tiempo, a una niña herida que, como yo, siguió caminando»
Por encima de todo quise recuperar su memoria enterrada en el olvido del tiempo. Quise rescatar su nombre y darle luz, como cuando en la función un técnico enamorado dirige el foco hacia la actriz de reparto. La historia es una obra de teatro escrita y protagonizada por hombres y yo quería darle la vuelta a eso, que el lector pudiese conocer las mujeres que nos antecedieron y que fueron relegadas al olvido. Tuve que tirar de muchos hilos invisibles hasta llegar a Otika, pero ha valido la pena. Hace unos meses, nadie o muy pocos la conocían. Ahora hablamos de ella, los lectores hablan de ella y se emocionan con su historia. Me hace feliz esto, haber tenido la oportunidad de prender la luz sobre la figura de Otti Berger.
Pero volviendo a su pregunta, otra de las cosas que me llamó la atención de Berger fue el hecho de que estuviera sorda. Me conmovió profundamente. Yo he conocido eso, el sentimiento de ostracismo de los seres lisiados, porque mi tía estaba coja. Así que esa minusvalía me sedujo, me atrapó e hizo más cercano el personaje. Imaginé que Otika era amiga de mi tía Chon y que Teruel era Vörösmart.
En La casa de los hilos rotos existe un hilo lírico muy potente, que acompaña al lector a lo largo de las páginas de la novela. ¿Qué tiene la poesía que la hace tan especial? ¿Qué le impulsa a escribir poemarios como Desmemoria (2012) o #MedeaHaVuelto (2021), entre tantos otros?
Me alegra que me pregunte sobre el lirismo de la novela. Sí, es inevitable cierto lirismo, porque tengo el alma de poeta y me importa la belleza de la palabra. Los poetas somos pequeños orfebres de la palabra y vestimos cada frase con sus mejores galas. Yo quería que la novela pudiese llegar a todo tipo de público, pero sin renunciar a ese leve perfume poético. Está escrita de forma sencilla, pero es cierto que a veces dejo caer la daga de la poesía. No puedo evitarlo.
¿Y qué es la poesía para usted?
La poesía para mí es un misterio, es fe, es dios, pero cuando dios no existe y tenemos que inventarlo. La poesía para mí es, por encima de todo, verdad; es sentimiento desnudo, es alegría y terror. Es todo y nada al mismo tiempo. Un rezo que se cae de las manos como diría mi admirado Pessoa. Me siento poesía. Me respiro poesía. La poesía me permite ser libre, buscar a las otras Angélicas que soy, destruir el lenguaje y volver a construirlo.
¿También a usted le visita la musa de repente, a capricho, como afirmaba el maestro Ángel Guinda, o es partidaria de invocarla con una rutina de trabajo?
La poesía nace de un impulso, por eso tiene otro tiempo. El tiempo de la poesía es el tiempo de un relámpago, por eso cuesta menos escribir poesía. La narrativa es una tarea mucho más procelosa, requiere constancia, esfuerzo, trabajo y concentración. La poesía es locura, son pájaros haciendo el amor en los túneles de tu sangre. Yo escribo poesía para vivir, para salvarme de mí misma. Lo que hay que tener claro es que si hay algo que no puede someterse a la razón es precisamente la poesía. Que nadie lo intente jamás. Cuando mis alumnos dicen «no entiendo esta poesía» les contesto «ni falta que te hace». La poesía no hay que entenderla, hay que dejar que te toque y que después se marche.
¿Cree usted que hoy en día se lee tanto como en décadas anteriores?
Se lee mucho y se publica mucho. Aunque no sabría decirle si lo que se lee es bueno o demasiado fácil. Hay un mercado literario voraz y cuesta mucho mantenerse. No me preocupa el resto. Lo que me preocupa es llegar a ser algún día una buena escritora y emocionar a quien me lea. Yo trabajo con las emociones a flor de piel. No sé ser una escritora común. Yo me suicido en cada obra.
En su gira de promoción de La casa de los hilos rotos está haciendo hincapié en los clubes de lectura rurales. ¿Es importante acercar la cultura al medio rural?
Me encanta viajar a los pueblos con Otika. El recibimiento es tan cálido y entrañable que me emociono al recordarlo. La mayoría de los clubes de lectura en los pueblos están formados por mujeres, que se reúnen para tejer emociones en torno a los libros. Es un público acogedor y sincero. Si tienen que decirte algo que no les gusta, te lo dicen, y yo lo agradezco de corazón. Estoy viviendo momentos muy emocionantes. En todos los sitios que he visitado acabamos llorando, es que soy de lágrima fácil y ellas se contagian. Estoy recibiendo tanto amor que me siento embriagada. La historia de Otika está gustando muchísimo.
Y volviendo a su pregunta, por supuesto que es importante acercar la cultura al medio rural, no dar la espalda, buscar su apoyo y mostrarles también nuestra gratitud y respeto. Son lectores fieles y sinceros y a ellos la lectura también les salva, los libros son muchas veces su válvula de escape a la soledad. Los libros les hacen soñar y los clubs de lectura les ayudan a compartir, a sentirse parte de un sueño. Hay que llevarlo todo a los pueblos: gastronomía, danza, música, pintura, teatro, poesía, novela, charlas… Hay que respirar la esencia de los pueblos y darles la luz que merecen.
«El teatro es la emoción en estado puro: nos permite poner la luz en lo que no se ve, denunciar, ironizar»
En nuestra era digital, ¿es importante educar en el teatro? ¿Qué tiene que aportar el teatro de diferente en comparación con el cine, por ejemplo?
Hay una cosa que la gente olvida y es que el teatro también se lee. Me he alegrado muchísimo con el nombramiento del nuevo Premio Nobel de Literatura, Jon Fosse, porque es dramaturgo y también ha escrito poesía. En su obra late la escritura dramática, hay un ritmo teatral, repeticiones teatrales, un perfume a Ibsen que me enloquece. El primer libro que me compré fue Romeo y Julieta de Shakespeare. Lo leía con emoción después de haber visto la obra de teatro. Memoricé el monólogo de Julieta. Aún lo conservo, manoseado, tremendamente amado. El teatro nos permite poner la luz en lo que no se ve, denunciar, ironizar.
El teatro es la emoción en estado puro. Es el género humano haciéndose preguntas, exponiendo sus miserias frente a los ojos de unos extraños que acaban reconociéndose en ellas. Lo hermoso del teatro es el instante. Ninguna representación es igual porque el ánimo de los actores varía, porque no somos máquinas y también están expuestas nuestras debilidades como actores, como hombres que se repiten en la tragedia de ser hombres. No hay nada tan difícil como conocer el destino y fingir cada tarde que no sabes que la muerte va a llegar a las seis en punto o el desamor en la escena tercera va a destruirte para siempre.
Y en cuanto a la escritura, ¿cómo describiría, desde su perspectiva, la vida del escritor? ¿Es una pasión, una vocación, un oficio?
Lo es todo. Ser escritor es una pasión, una vocación que con el tiempo se convierte en oficio. Algo de lo que nunca te cansas, al menos yo no lo hago. Cada día me convierto en una escritora nueva que juega a sorprenderse.
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