La trampa de la autoayuda
Cada año se publican cientos de libros de autoayuda, algunos de ellos incluso con ventas millonarias. Es cierto que el negocio de la felicidad inducida está en auge, pero no puede obviarse el hecho de que muchos de estos textos no contemplan la complejidad de las condiciones adversas.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2023
Artículo
«Sé siempre tu mejor versión», «Tu felicidad es lo primero», «Con esfuerzo todo se logra», «Lo que crees lo creas». Frases como estas circulan habitualmente en publicaciones e historias de redes sociales, intentando configurarse como píldoras de aliento para una cotidianeidad en la que el desánimo suele ser una nota frecuente. Pero su dominio no se queda solo en Instagram o en Facebook: cada año se publican cientos de libros de autoayuda que se alzan con unas ventas millonarias. Es decir, el negocio de la felicidad inducida está en auge y todo apunta a que lo seguirá estando por mucho tiempo.
La doctrina de la positividad se sitúa, aparentemente, en algún punto indefinido entre la psicología, el coaching, el misticismo y la vanguardia científica, aunque no profundiza en ninguno de estos campos. Sus píldoras teóricas, consejos y ejercicios parecen destellos para cientos de personas que buscan alejar de sus vidas los sentimientos más desagradables o limitantes. ¿A quién podrían, entonces, hacerle daño mensajes como «Haz de cada día un gran día»?
En principio podría pensarse que a nadie. La cuestión radica en que frases como estas ponen el foco en la responsabilidad de la persona, a nivel individual, para lograr la felicidad –absoluta– y dejan de lado toda una serie de condicionantes sociales y económicos que inciden directamente en la salud mental y emocional. Si el mensaje se centra en que la persona es el único agente con capacidad para promover cambios, la acción política y la reivindicación de derechos sociales pierden su sentido: la idea que sucumbe es que cada cual se ocupe de lo suyo con la máxima energía. El neoliberalismo y la autoayuda tienen una relación confortable.
Además, algunas frases estrella, como la conocida «Si quieres, puedes», se convierten en una puerta abierta hacia la frustración. ¿Qué ocurre si realmente no somos capaces? ¿Si los problemas son tantos y de tal calibre que las aptitudes individuales no pueden hacerles frente? Para el universo de Mr. Wonderful la respuesta sería sencilla: hay que intentarlo un poco más, todo radica en la actitud. Sin embargo, muchas personas con afanosas condiciones de vida –por ejemplo, el desempleo de larga duración, la pobreza, los problemas de acceso a la vivienda o la violencia de género– atraviesan circunstancias adversas cuya resolución precisa de caminos mucho más complejos.
Los manuales de autoayuda suelen cargar toda la responsabilidad sobre el individuo y dejan de lado los condicionantes sociales
La positividad no es posible en todos los contextos. Aunque para la autoayuda siempre se puede hacer algo para no quedarnos en los sentimientos desagradables: el baúl de las cosas que dependen de la persona y se pueden cambiar y aquel de las que no se pueden cambiar porque no dependen de sí misma parece acabar siendo uno solo.
Los orígenes de la autoayuda
El libro Autoayuda, de Samuel Smiles, publicado en 1859, se considera uno de los primeros del género. Después llegarían El hombre en busca de sentido (Viktor Frankl, 1946), La ciencia de hacerse rico (Wallace D. Wattles, 1910) y Tus zonas erróneas (Wayne W. Dyer, 1976). El secreto (Rhonda Byrne, 2006) fue la estrella que faltaba en un cielo ya exultante de libros felices.
A partir de los años noventa comenzó el influjo masivo de estas publicaciones y se ha mantenido hasta el día de hoy, de forma creciente. Y es que no se trata solo de un compendio de lecturas con mensajes positivistas, sino de un conjunto de prácticas e ideas que se expanden y que no dejan en buen lugar a las Ciencias Sociales: sus nociones fundamentales provienen, en buena parte, tanto de la trivialización del conocimiento experto de las ciencias humanísticas como del psicoanálisis.
La resiliencia es uno de sus objetivos principales, y no es casualidad. En un sistema donde los individuos muestran cada vez más señales de agotamiento físico y emocional, el mercado social y laboral tiene que encontrar caminos para que las personas no desistan y continúen en la rueda de la productividad.
¿Entonces no serían, en ningún caso, útiles este tipo de libros? Puede que en un determinado momento vital, y enfocado a cierto colectivo de personas con algún malestar leve, puedan servir como un parche, un bálsamo o un impulso, para seguir adelante –al igual que ocurre con ciertos fármacos–. Algunos mensajes, aunque muy concisos y reduccionistas, pueden infundir un poco de aliento cuando no es posible, por los motivos que sea, acudir a una terapia psicológica o mantener un diálogo calmado con nuestros apoyos amistosos.
Pero ante situaciones desbordantes, con índices de sufrimiento elevado y dificultades sociales contundentes, no parece realista pensar que un «Haz de este día el mejor día» vaya a aportar algo de bienestar y aligerar el peso vital. Y es que la autoayuda olvida algo fundamental: querer no siempre es poder.
COMENTARIOS