Cultura

«Los fanáticos que queman libros saben que un libro es peligroso»

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27
septiembre
2023

Gaizka Fernández Soldevilla (Barakaldo, 1981) es historiador y responsable de Investigación del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria. Junto a su compañero investigador Juan Francisco López Pérez acaba de publicar ‘Allí donde se queman libros. La violencia política contra las librerías (1962-2018)’, un ensayo sobre los atentados de toda índole contra los libros y las librerías en España desde la Transición hasta nuestros días. En él, catalogan como todos los extremismos han temido al potencial de la letra impresa e intentado acabar con ella de una manera u otra.


Llama la atención es la horquilla de tiempo del libro, de 1962 a 2018, sobre todo la última, que parece muy cercana. ¿Por qué esos años?

Las fechas nos la marcaron los propios hechos. Rastreando, el primer atentado a una librería que hemos documentado es de 1962, a la Librería Galería Arte Sur, de Santander. No hemos encontrado ninguno anterior, lo cual no quiere decir que no lo hubiese, sino que no lo hemos podido documentar. En 2018 fue el último atentado contra una librería del que hemos localizado testimonio en prensa, a la Sant Jordi de Tarrasa, un ataque neonazi cuya autoría deja pocas dudas porque pintaron una esvástica con spray. Pero en estos cinco años ha podido haber otros que no hayamos encontrado. Cerrar ahí tampoco quiere decir que no los vaya a haber en el futuro, por desgracia el odio a las librerías y los libros sigue presente.

Estos 225 ataques son los que hemos encontrado revisando prensa y documentación policial o judicial. Pero sabemos que la mayor parte no se reflejaban necesariamente en ninguno de esos espacios, así que estos son solo la punta del iceberg. Empezamos pensando que iban a ser menos, pero al tirar del hilo uno llevaba a otro y por eso pasamos de un artículo a un libro completo. También se da la circunstancia de que de los 225 ataques que hemos documentado –aunque seguramente sean muchos más– se concentran en muy poco tiempo, entre 1975 y 1977. Más de 100, casi la mitad, en solo tres años, ligados a la Transición.

«No hay ningún régimen autoritario que no haya tenido miedo a los libros y haya intentado destruirlos»

Explicáis que en ese momento la extrema derecha encuentra en los ataques a librería una forma de ganar visibilidad.

De alguna la extrema derecha articula todo el libro. Tienen una especial fijación con la cultura, no solo son los que atacan más librerías, también más salas de cine. Que ETA también las atacaba, pero es que la extrema derecha mucho más. Tienen un encono especial contra los hábitos culturales, igual que la extrema izquierda lo tiene contra los juzgados o instituciones públicas.

Sobre usar las librerías para llamar la atención, en los años 1972 y 1973 se vive el momento álgido de un grupúsculo llamado el Partido Español Nacional Socialista, el PENS, que actúa sobre todo en Barcelona y Valencia. Se dan cuenta de que quemando librerías aparecen en la prensa no solo de toda España, sino incluso de Francia y otros países. La repercusión mediática que tiene para ellos es tan grande que se aprovechan. Después otros grupos, o grupúsculos más bien, de la misma ideología pero sin vinculación directa con ellos les imitan. Es una manera poco peligrosa para ellos de obtener una gran repercusión: lo hacen de noche, no tiene repercusiones porque ni se investigan ni se detiene a nadie, al menos durante el franquismo… Luego, cuando llega la Transición y el terrorismo de alta intensidad se dispara, con ETA y los GRAPO, pasan a segundo plano. Hay que recordar que solo en 1980 ETA asesina a más de 90 personas. Así que los ataques a librerías o salas de cine ya no sirven para tener repercusión mediática. En cualquier caso, en aquella época el terrorismo de extrema derecha también empezará a matar, como si los atentados a librerías fuesen la antesala de otros más serios, con resultados de heridos y muertos.

¿Por eso la cita que sirve de título al libro: «Allí donde se queman libros, se acaba quemando personas»?

Exacto. Es una cita del poeta alemán Heinrich Heine, que está puesta incluso en la Bebelplatz de Berlín, la plaza donde los nazis quemaron libros en un acto público masivo en 1933. Heine la escribe en el siglo XIX y se refería a la conquista de Granada y como la Iglesia ordenó quemar libros árabes como prolegómeno de la Inquisición. Pero es un fenómeno que se ha repetido una y otra vez en la historia, en la del todo el mundo y en la España. De los terroristas que hemos encontrado que se dedicaron a quemar libros hay como mínimo cuatro ultraderechistas que acaban asesinando personas y un etarra, el carnicero de Mondragon. Este terrorista, Jesús María Zabarte, participó en el primer ataque registrado a una librería por parte de ETA, el de la librería Cervantes de su pueblo en 1973, y luego terminó asesinando al menos a 17 personas. Es decir, la quema de librerías es como un rito de iniciación, un primer escalón en la escalada de la violencia, cuyos últimos peldaños llevan al homicidio.

«En cada ciudad hay una o varias librerías, las más conocidas, que son las que más ataques sufren»

En el caso de ETA llegan a convertir el libro en arma, los libros-bomba.

Sí. La mayor parte de atentados que hemos documentado son de grupos de extrema derecha, pero ETA, si bien no realiza tantos en número, si utiliza otra serie de tácticas violentas contra el mundo de las librerías. Uno de ellos es ese que mencionas, convertir un objeto de cultura y transmisión de conocimiento en un arma homicida. Un libro-bomba acabó con la vida de Conrada Muñoz en Granada y otro hirió de gravedad al periodista Gorka Landáburu. Es bastante significativo. Pero es que ETA también asesina, extorsiona o amenaza libreros, quiosqueros y otros vendedores de libros. O hace listas negras de librerías y editoriales a los que no se debe comprar. Al final, ETA desplegó un conjunto de acciones contra el libro más diverso que el de la extrema derecha y más difícil de medir, porque es muy difícil medir la extorsión, por ejemplo.

Atentado en la Librería Universitaria, en Pamplona (1982) | Foto Mena (cedida)

También Allí donde se queman libros es una historia de cómo las librerías se organizaron para defenderse.

Eso es una cosa muy curiosa, porque durante el franquismo las librerías, como cualquier otro negocio, tenían que vincularse a los sindicatos verticales, que estaban controlados por el régimen. Como no les servían para protegerse de los ataques, empiezan a autoorganizarse. Crean asociaciones o gremios de libreros a nivel provincial, que luego escalan y les sirven para salir en la prensa haciendo manifiestos, organizar protestas públicas… y también para presionar a las autoridades, porque algunos de estos gremios se llegan a reunir con gobernadores civiles, por ejemplo. Luego ya en la Transición, cuando llega democracia, se estabilizan y consiguen mayor fuerza. Creo que es un factor que explica por es en este momento cuando qué los gobiernos comienzan a tomarse en serio los ataques y a proteger policialmente a las librerías, persiguiendo a los autores y consiguiendo condenas judiciales por primera vez.

¿Hay alguna librería que haya sido especialmente perseguida?

Hay tres que son las más atacadas. Una es Lagun, en San Sebastián; otra Machado, en Madrid, y la tercera Tres i Quatre, en Valencia, que ha sufrido una obsesión contra ella tanto de los neonazis como del movimiento regionalista blavero. Luego hay muchas otras: Alberti, Puntal, El Parnasillo… En cada ciudad hay una o varias, las más conocidas, que son las que más ataques sufren.

Además, por lo que recogéis en el libro, no son ataques de un solo grupo, sino de todos los extremismos.

El caso más paradigmático en ese sentido es Lagun. La ataca la extrema derecha en el tardofranquismo y la Transición, y también recibe multas o incluso la librera es detenida por la dictadura. Luego, en democracia, es atacada por el nacionalismo vasco radical y el entorno de ETA. Como dices, la atacan todos los extremismos, uno detrás de otro. Lo bonito de Lagun es que resiste: recibe ataques de todos los totalitarismos, pero es capaz de aguantar esa presión. A pesar de los destrozos, a pesar de las listas negras, a pesar de un atentado contra el marido de la librera, que casi lo mata ETA… aguantan. Lo triste es que al final va a cerrar las puertas no por la violencia, sino por la crisis económica y los cambios en los hábitos de lectura y de compra de los lectores.

«Los puedan pintar, quemar, machacar, incluso disparar, pero no se los llevan para leerlos»

Es curioso que el libro es también una historia de lo que se leía en España en cada época.

Eso pasó porque al buscar información sobre librerías fuimos a los boletines que publicaba el Instituto del Libro y demás instituciones públicas, y ahí aparecían las listas de libros más vendidos. A veces esos libros más vendidos tenían su engarce con la historia de España de manera indirecta. Por ejemplo, a finales del franquismo se vende mucho Esta noche la libertad, de Dominique Lapierre y Larry Collins, que hablaba sobre la independencia de la India del Reino Unido. Cuando está Franco en sus últimos meses de vida y se sabe la dictadura van a acabar, títulos como ese en los escaparates de las librerías casi que podían leerse como un mensaje. No tenía por qué serlo, pero es llamativo que tuviese una gran venta en ese momento preciso.

¿Hay algún libro que haya perseguido especialmente?

No era muy común que se atacase a libros específicos. Lo que suelen hacer los terroristas, entonces y ahora, es romper la cristalera y tirar pintura, un coctel molotov o gasolina a lo que haya en el escaparate. Puede haber algún libro que les moleste, por ejemplo a los grupos de extrema derecha ensayos de izquierdas u obras de poetas exiliados en la dictadura o de autores republicanos. Pero normalmente pillaban lo primero que hubiese y punto. No se puede hablar de libros concretos.

¿Y ETA?

En el caso de ETA, conocemos un ataque específico contra un libro, uno que publican los amigos de Gregorio Ordoñez, concejal del PP en San Sebastián que habían asesinado en 1995, como homenaje tras su muerte. Sabemos que hubo ataques a Lagun porque ese libro estaba en el escaparate. Pero no es lo habitual, normalmente ni se fijan. Hay documentados ataques a la misma Lagun en los que rompen el escaparate, se llevan los libros que hay más a mano a la plaza y se ponen a quemarlos… y resulta que son manuales de euskera. Eran nacionalistas vascos, obviamente no es que tengan nada contra el euskera, simplemente cogieron los que estaban más cerca del escaparate y ni miraron la portada. Hay que tener en cuenta que los que suelen atacar librerías no son gente que presten mucha atención a los libros en sí. Tanto es así que de los 225 casos de atentados contra librerías que hemos documentado, todavía no hemos encontrado uno que sea un robo. Los puedan pintar, quemar, machacar, incluso disparar, pero no se los llevan para leerlos.

Y después de esta investigación, ¿por qué crees que se queman libros?

Porque se les tiene miedo. A veces despreciamos el libro como una herramienta poco válida, sin poder o anticuado en el siglo XXI, pero sigue siendo válido lo que se ve en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, con ese monje ciego que tiene tanto miedo a lo que diga el libro perdido de Aristóteles que es capaz de matar para que nadie lo lea. A los fanáticos que queman libros les pasa lo mismo: saben que el libro es peligroso, saben que es una herramienta de transformación, que puede ampliar miras y cambiar el mundo. Así que son capaces de destruirlo, de destruir las librerías o destruir a quienes los venden o escriben… Mira como el año pasado intentaron matar a Salman Rushdie por enésima vez. Y es algo que ha ocurrido desde que existen libros. En el libro contamos la historia del primer emperador chino, que ya ordenó destruir libros, pero es que lo han hecho todas las sociedades: la inquisición, el nazismo, el estalinismo, el franquismo… No hay ningún régimen autoritario que no haya tenido miedo a los libros y haya intentado destruirlos.

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