Desigualdad

Desperdicio alimentario: la oportunidad de los bancos de alimentos

Un tercio de toda la comida que se produce acaba en la basura. Mientras, el 25% de las familias sufre inseguridad alimentaria. Es en esa intersección en la que el papel de los bancos de alimentos puede ser clave.

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29
septiembre
2023

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Un año más, el Día Internacional de la Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos se da cita en nuestro calendario. Resulta paradójico que, a medida que más familias tienen dificultades para alimentarse adecuadamente, mayor es la cantidad de alimentos que desaprovechamos. Mientras un tercio de la comida se desperdicia, alrededor del 25% de las familias sufre una situación de inseguridad alimentaria.

El despilfarro alimentario se ha abordado desde múltiples puntos de vista y poniendo el foco en diferentes ángulos y momentos del ciclo de vida del alimento. Algunos de los factores que se apuntan como origen del fenómeno tienen que ver con la cadena de subministro alimentaria y el modelo de producción industrial (que produce más de lo necesario y genera excedentes evitables); los hogares (como fuente del despilfarro desaprovechando alimentos debido a la falta de planificación); o el comportamiento del consumidor (que a menudo se preocupa excesivamente por la apariencia de los productos). Según el Food Waste Index Report, en 2019 se generaron globalmente alrededor de 931 millones de toneladas de alimentos desperdiciados, lo que representa el 17% de toda la producción alimentaria.

En el plano medioambiental, el desperdicio alimentario también tiene su impacto. Respeto a los costes medioambientales, se estima que entre un 8% y un 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero se corresponden con los que se generan con los alimentos producidos pero no consumidos. Es por ello que la necesidad de la existencia de entidades de atención a situaciones de emergencia alimentaria toma especial relevancia. Como veremos más adelante, los bancos de los alimentos (BdA) desempeñan un papel crucial al abordar tanto las necesidades sociales como medioambientales al redistribuir alimentos a aquellas personas que se encuentran en un estado de inseguridad alimentaria.

Los alimentos producidos y no consumidores generan entre el 8 y el 10% de emisiones de gases de efecto invernadero

La crisis alimentaria se debe a diversas razones, desde visiones de tipo estructural, como la idea de que es el propio sistema el que refuerza las situaciones de desigualdad de manera expresa para mantener el status quo; hasta la ineficacia de algunas políticas públicas e incluso la pasividad de los gobiernos ante tal realidad; u otros argumentos de carácter coyuntural, como los desastres naturales, las epidemias, la violencia y los conflictos armados. Pese a los esfuerzos de Naciones Unidas a partir de la agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el hambre ha seguido en aumento en los últimos 6 años.

Entre el desperdicio y las necesidades alimentarias no atendidas

Antes de adentrarnos en la realidad de los bancos de alimentos, detengámonos en saber un poco más acerca de estas organizaciones. Se trata de asociaciones no lucrativas que se encargan de recibir, gestionar y distribuir donaciones de terceras entidades, y posteriormente, las entregan a otras entidades del tercer sector que reparten esos alimentos entre las personas con necesidades no cubiertas. Este es el modelo más habitual, y en raras ocasiones los bancos de alimentos entregan comida directamente a las personas usuarias.

Los bancos de alimentos son figuras clave tanto desde la perspectiva social como medioambiental. Solo durante la pandemia de covid-19, el número de familias que solicitaron asistencia alimentaria aumentó aproximadamente un 30% en toda Europa. Las cifras no han disminuido mucho después del pico de la crisis sanitaria, debido a otros problemas globales como la guerra en Ucrania y el posterior aumento de los precios de los alimentos.

El número de familias que solicitan asistencia alimentaria ha aumentado aproximadamente un 30% en toda Europa

La pandemia ha hecho que muchas personas que previamente se encontraban en una situación de inseguridad alimentaria, actualmente, se hayan visto abocadas a un estado de emergencia. Este tipo de situaciones ha hecho que los BdA, así como otras organizaciones en el ámbito de la asistencia alimentaria dentro del tercer sector, sean cada vez más indispensables.

Para cada vez más familias, mantener una dieta saludable y/o mínima está simplemente fuera de sus posibilidades. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la situación es acusadamente grave en el caso de familias con niños que dependen de las comidas escolares, estudiantes y personas mayores que viven solas. España y la ayuda alimentaria voluntaria a través de sus bancos de alimentos no son una excepción a esta tendencia. De acuerdo con los datos disponibles, solo el BdA de Barcelona, en el año 2021 entregó alimentos a 144.856 personas a través de la red de entidades colaboradoras.

La legitimidad de los bancos de alimentos en la mirada pública

Aunque el rol de los BdA como recuperadores y distribuidores de alimentos es indudable, existen voces críticas al respecto que cuestionan, no solo la legitimidad de su modelo de intermediación que parece ser ineficiente e insuficiente, sino también su modelo organizativo, su moralidad, su capacidad logística o, incluso, su papel como sustitutos de las tareas que deberían ser asumidas desde las políticas públicas.

Algunas de las críticas más habituales se centran en que la mayoría de las decisiones sobre una alimentación saludable recaen en la esfera privada, ya sea a manos del funcionamiento de los mercados, la elección de los consumidores o sobre un sistema de bienestar social destinado a permitir que quienes carecen de empleo puedan comprar alimentos. Además, se argumenta que los cambios de tipo neoliberal han generado una mayor individualización en las concepciones del riesgo y del cuidado cada vez más individualizados.

En cuanto al modelo organizativo, se ha criticado a los BdA por su carácter asistencialista, arraigado en una concepción desfasada de la asistencia alimentaria, que idealmente tendría que ser menos caritativa y abordar cuestiones más generales en relación a la justicia social.

Estas son solo algunas de las contradicciones más relevantes que han surgido alrededor de los bancos de alimentos y sus características. En un contexto paradójico donde sus servicios siguen siendo más requeridos que nunca, su papel va a recaer cada vez más en su profesionalización, su digitalización, su capacidad para establecer relaciones con los diferentes agentes públicos y del tercer sector y convertirse en lo que ya empiezan a ser muchos de ellos: unos agentes esenciales para revertir el despilfarro de alimentos en el seno de una sociedad donde hambre y derroche son dos caras de una misma moneda.


Mireia Yter es investigadora del Instituto de Innovación Social de Esade

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