Bomarzo, el reino de la belleza del monstruo
Ideado por Francesco Orsini, Bomarzo es un jardín renacentista escapado de un agitado sueño. El paso de los siglos lo ha convertido también en una inspiración para otros artistas.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2023
Artículo
A noventa kilómetros de Roma, en la provincia de Viterbo, perteneciente a Lacio, se encuentra uno de los lugares más fascinantes, pesadillescos, melancólicos y evocadores del Renacimiento: Bomarzo, el Bosque Sagrado o el Parque de los Monstruos, un conjunto escultórico inverosímil, donde el arte se funde con la naturaleza. De las inmensas rocas volcánicas de peperino (las mismas con las que se hizo la Cloaca Máxima, una de las redes de drenaje más antiguas del mundo), surgen formas sorprendentes: ogros, dragones, leones, faunos, dioses labrados en tamaño de coloso y otros delirios inspirados en las gárgolas medievales, creando una experiencia estética y sensitiva mágica.
La Villa de Bomarzo está presidida por un castillo manierista y su jardín carece de itinerarios o de ejes para su recorrido. La simetría se quiebra con un orden irregular y el paseante ha de dejarse llevar por entre sus parterres, su agreste vegetación, sus poderosos árboles y sus arroyos serpenteantes e ir sorprendiéndose de las figuras que van saliéndole al paso.
Enmarcado en lo que hoy se conoce como land art, el abandono de los espacios cerrados para llevar el arte al exterior, el jardín fue ideado por Francesco Orsini, duque de Bomarzo (Roma, 1523-Bomarzo, 1585). Pese a que en su linaje encontramos dieciocho santos beatos, cuatro papas, cortesanos y distinguidos señores de la guerra, apenas nada sabemos sobre este hombre, salvo que su físico (corcovado y con un defecto en la pierna derecha que le provocada cojera) marcó un carácter acomplejado y que desatendió las tareas propias de su título de condottiero (mercenario de clase) para dedicarse a la tarea de mecenazgo. La leyenda cuenta que el Retrato de un gentilhombre en su estudio, firmado por Lorenzo Lotto en 1527, podría ser él.
En 1550, Orsini encargó este onírico espacio a Pirro Ligorio, uno de los más prestigiosos arquitectos de la época, que trabajó junto a Jacobo Vignola (sucesor de Miguel Ángel en la Basílica de san Pedro). Treinta años tardaron en darle forma. Cuando murió el duque, la villa estuvo alrededor de cuatrocientos años abandonada, por lo que el musgo fue conquistando las rocas, confiriendo a las esculturas un aspecto aún más alucinado.
Tras la muerte de su creador, Bomarzo pasó 400 años abandonada, lo que le dio todavía más carácter
A la entrada de este parque, que ocupa una superficie de cincuenta mil metros cuadrados, se sitúan dos esfinges, acaso para advertir al visitante que tendrá que desentrañar el enigma que encierra cada una de las figuras. Todas llevan una pequeña inscripción, más o menos enigmática. La de la esfinge reza: «Tú que entras acá, pon tu mente aparte y dime después si tantas maravillas son hechas por engaño o por arte». Durante el paseo encontraremos Las hermes, cabezas humanas con una parte del busco, en alegoría al falo del dios Hermes; un mausoleo que replica la estructura de una tumba etrusca en ruinas; una inmensa tortuga que lleva sobre el caparazón una Victoria alada, y que mira a una inmensa ballena que pareciera estar a punto de tragársela; un hercúleo Pegaso, el caballo nacido de la cabeza de Medusa cuando Perseo se la cortó…
Destaca por su majestuosidad el teatro, de estilo romano, aunque más modesto en sus proporciones. Bajo el palco, la siguiente inscripción: «Por tal vanidad me he dado cuenta de que el tiempo pasa y el vivir me parece corto». Por lo insólito, despunta una casa que pende, construida sobre una base oblicua, lo que inclina la vivienda, como si un soberbio huracán la hubiera torcido. De una belleza sutil, Armida, la bella dormida en el bosque, una mujer desnuda que pace junto a la fuente de Plutón.
Sin duda, la talla más popular de este jardín es la del Orco, un rostro enorme e imponente con las fauces abiertas, como si emitiera un telúrico y antiguo grito de dolor, presidido por una mirada enajenada, que infunde pavor. Una escalinata invita a atravesarla. El adagio que contiene recuerda al que preside el Infierno de Dante: «Dejad cualquier pensamiento ustedes que entran».
Encontraremos un gigante devorando a una mujer, que pudiera ser una recreación de la lucha de Hércules con Caco, representando el combate entre el bien y el mal; un dragón, el animal legendario que simboliza los cuatro elementos; enormes molosos (perros de fibrosa musculatura); una sirena, un elefante atacando a un soldado…
Un templo rinde memoria a la amada del duque, cuya muerte prematura lo sumió en una profunda melancolía, Giulia Farnese. El jardín en una ofrenda de amor a ella. Un tanto apartado, preside una explanada que permite admirar sus ornamentos etruscos, la doble fila de columnas interiores, la rosa, símbolo del amor eterno, y el oso, emblema de la casa ducal, la doble planta, rectangular por fuera y ortogonal en su interior, símbolo de la resurrección.
Dalí pintó La tentación de san Antonio inspirándose en algunas de estas esculturas, y tomó como referencia las descomunales piñas y bellotas que jalonan el jardín para crear esos enormes huevos que se adhieren a la fachada de su museo, en Figueras. El pintor holandés Carel Willink plasmó en su obra numerosas referencias a estos monstruos, hay una ópera compuesta por Alberto Ginastera, y el fotógrafo surrealista Herbert List hizo una de sus series en el monstruoso recinto. Pero sin duda, la novela Bomarzo, escrita por el argentino Manuel Mujica Lainez, es el mayor tributo que ha recibido esta magnífica construcción que, como dijera el duque de Orsini, «solo se parece a sí misma».
COMENTARIOS