Cultura

Barbie: el fin de la mujer y la pregunta por lo humano

A pesar de una apariencia que puede resultar naíf, la película implica varias preguntas de carácter filosófico y social sobre la esencia de nuestra sociedad y quienes la conforman.

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05
septiembre
2023
Fotograma de la película ‘Barbie’.

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Hay muchas películas que tratan de mostrar la crisis existencial por la que pasa una generación que ha crecido en un mundo líquido, con pocos referentes sólidos, muchas posibilidades –sociales, económicas, tecnológicas, etc– poco rumbo y ninguna identidad clara. La exploración ha sido nuestra marca de crecimiento. Recuerdo que mi madre compró una enciclopedia en la que me encantaba investigar, pero todavía me gustó más perderme por los infinitos chats de Yahoo!, hablando con desconocidos curiosos, descargándome libros o películas piratas en eMule.

Los referentes principales que me ayudaron a enfrentarme al mundo en mi adolescencia fueron Los Simpson y el rapero Nach Scratch. Es verdad que tuve una Barbie de pequeña –la estereotípica–, pero también tuve la casa grande de Pinypon, un disfraz de Power Ranger rojo o una Game Boy traída de Andorra. Sin ninguna duda, esta última impactó más en mi vida de lo que pudo hacerlo ninguna otra muñeca. 

A la búsqueda de referentes

Que Barbie no supusiera un referente en mi vida no significa que no haya configurado una cosmovisión sobre la mujer en el mundo occidental en el que he crecido. Un ideal que, como el canon de Policleto, está hecho para admirar, no para copiar. Cuando se trata de emular su perfección idealizada, se termina desfigurando, oprimiendo y destruyendo al que trate de imitarlo. La película no cae en ningún discurso fácil o simplón, y hace bien en mostrar cómo la propia muñeca rompió moldes y ofreció nuevas opciones de vida para la mujer, suponiendo un nuevo estadio evolutivo, al puro estilo de Kubrick. No sólo cabía jugar a ser mamás: se podía ser también una mujer independiente, con una buena profesión (juez, médico, astronauta) y una vida alucinante. 

Barbie ha configurado una cosmovisión sobre la mujer dentro del mundo occidental

La generación de los años 60 y 70 luchó desde el suelo firme de su identidad para liberarse de un modelo hegemónico: sabían qué querían ser y lucharon por derribar muchas barreras, haciéndonos el camino mucho más fácil a las que hemos venido después. La generación de los años 80 y 90 podíamos ser lo que quisiéramos, pero ha sido verdaderamente difícil saber qué queríamos ser. Es una reducción hablar del «patriarcado» como si ese fuese el único problema, pero sin duda nos topamos con un mundo que la tecnología aceleraba, configurado por unos patrones masculinos muy exigentes en el que muchas veces no encontramos nuestro lugar. Llegamos a los 30 con mucho recorrido, pero entramos en crisis al considerarlo como insuficiente. «Es como si siempre tuviéramos que ser extraordinarias, pero de algún modo siempre lo estamos haciendo mal», dice el personaje de Gloria (interpretado por America Ferrera) en el discurso central de su personaje. Tiene razón: debes ser lista y guapa, pero no demasiado; debes hacerlo todo bien, pero cuando algo salga mal no podrás evitar sentirte culpable. Es más, te sentirás culpable por sentirte culpable. 

No obstante, aunque la película está centrada en la cuestión femenina, creo que la cuestión es extensible a otros ámbitos. Como dice Ana Iris Simón, sus padres a los 30 tenían un piso, un coche y un hijo, mientras que ella (y con ella los millenials) tenemos unos buenos estudios y quizá un trabajo que nos ayude a llegar a final de mes. Ante este hecho tan desconcertante nos preguntamos si tanto esfuerzo sirve solo para sentir que lo único que hay que hacer es seguir corriendo porque no es suficiente lo que hemos hecho. ¿Iba de esto la vida? Haciendo alusión al famoso meme viral, podemos decir que emosido engañado.  

Las preguntas existenciales tras el barniz rosa 

«¿Habéis pensando alguna vez en la muerte?». En medio de Barbilandia, mientras canta una canción pop, vestida de rosa, Barbie corta el rollo con esta pregunta al principio de la película. En un mundo instagramer donde todo es perfecto y feliz –aunque sea solo gracias a los filtros– y donde siempre hay que complacer a los demás, no cabe hacer preguntas incómodas o ser políticamente incorrecto. Pues en ese mundo se lanza la gran bomba. La muerte, como bien desarrolló Heidegger, te enfrenta al abismo del ser humano. La muerte, su posibilidad al menos, te obliga a enfrentarte a la pregunta sobre la identidad: ¿quién soy? Y también por el sentido de la vida: ¿para qué estoy aquí? Toda la película es un intento de responder a estas preguntas. 

Una vez has despertado ya nada es lo mismo, y en esta película puede decirse que hay varios despertares: personal, social y filosófico

Barbie, excelentemente interpretada por Margot Robbie, hace su propio recorrido. En primer lugar, tras una serie de cambios completamente inesperados para su cuerpo y vida perfectos, va tomando conciencia de qué le ocurre y decide salir de su mundo aparentemente de purpurina para darse de bruces con la realidad. En este punto es especialmente interesante aludir a uno de los personajes más interesantes de la película: la Barbie rara. Un personaje que fruto de todo lo que ha sufrido y de su condición de marginada ha adquirido plena consciencia de quién es, de su misión (es la única que puede arreglar a las otras Barbies) y de cómo, cual Morfeo, sabe cómo salir y entrar del mundo en el que están instaladas. 

En segundo lugar, nuestra Barbie hará un periplo sui generis por el mundo real que le destrozará, pero del que regresará preparada para devolver la justicia a su pequeña comunidad. Sin tratar de resetearlo y devolverlo a un inicio estereotípico, sino mucho más «real», uno en el que caben todas las maneras de ser Barbies o de ser mujeres: «Puedes ser madre o no serlo, abogado y madre, o solo abogado, o solo madre», proclama de nuevo Gloria en un discurso mucho menos atendido, si bien clave. ¿Caben de verdad todas esas posibilidades? Caben o deberían caber, aunque todavía no sabemos cómo hacerlo. De la misma manera que Arthur Danto ve en las Brillo Box de Andy Warhol el icono que muestra el final del relato hegemónico y exclusivo de lo que el arte debía ser y proclama un pluralismo post-histórico –no relativista–, podríamos decir que la película de Barbie es el icono del final de un relato hegemónico de lo que debía ser la mujer. Ni siquiera la propia Barbie desea ser ya una mujer objeto, como muestra el cambio de vestuario final (qué hace Mattel a partir de ahora es otra película). 

Una vez has despertado ya nada es lo mismo, y en esta película puede decirse que hay varios despertares. El primero, un despertar personal con una crisis existencial como hemos comentado, en el que es necesario dejar de jugar a que todo es perfecto, chachi, cool o cute, poner los pies en el suelo –en su caso, de la forma más literal– y tratar de descubrir quién eres para madurar. Hay que señalar que todas las muñecas se llaman Barbie. Solo se diferencian por sus adjetivos; es decir, por lo que hacen: Barbie estereotípica, presidenta, escritora, embarazada, etc. En el caso de los Ken, ni siquiera se distinguen por lo que hacen: I’m just Ken. A excepción de Allan, claro, que es el amigo de Ken. 

El encuentro con el origen le hace consciente de su identidad y le otorga un nuevo futuro

Un segundo despertar social, una toma de conciencia de lo que supone una sociedad configurada, consciente o inconscientemente, por hombres y para hombres, y la lucha para que la mujer también tenga el espacio que le corresponde. Esto va de qué implica ser mujeres, pero también de qué implica ser hombres. Hombre, encuéntrate a ti mismo. Aquí, amigos, las mujeres llevan la delantera, aunque como no es una carrera, los pasos dados pueden ayudar a que el hombre también haga su recorrido. Si bien los hombres de la película se presentan exageradamente perdidos, es muy valiosa la llamada a todos los hombres a tomar consciencia, llorar tranquilos, saberse suficientes, saber cuidar… y encontrarse. 

El tercer despertar es de carácter filosófico o trascendental: no se trata de quién tiene el poder en la sociedad, ni de enfrentamientos o discursos maniqueos. El núcleo de la película es quiénes somos como personas. No puedes saber qué quieres ser y qué quieres hacer si no sabes quién eres. Barbie descubre quién es –tras unos periplos no del todo acertados audiovisualmente hablando– cuando habla personalmente con su «creadora», Ruth Handler. El encuentro con el origen le hace consciente de su identidad y le otorga un nuevo futuro. Un nuevo futuro, en este caso, hiperrealista. No, los problemas de Barbie no se solucionan con una relación con Ken ni alcanzando un súper puesto de trabajo. En este caso, no solo vemos cómo la muñeca toma carne –como le ocurre a Pinocho–, sino que acaba con una visita al ginecólogo, explotando la pompa de jabón que cualquier película hollywoodiense hubiera insertado como final feliz y rosa. 

La pelota está en nuestro tejado

Cabe preguntarse qué último mensaje nos quiere transmitir, qué nos quiere hacer reflexionar sobre lo que tiene enfrentarse a una vida real y lo que implica ser verdaderamente una mujer. No era fácil cerrar una película en la que se han abierto tantos temas tan candentes, se han introducido tantos niveles de lectura y se han utilizado tantos géneros cinematográficos. Al mismo tiempo, también podemos decir que cierra la película como las dos anteriores: con un personaje que se ha encontrado a sí mismo y que empieza una nueva vida. Barbie, como personaje, ve cerrada su historia. El problema lo tiene ahora el espectador que se queda en la sala escuchando como se va distorsionando la elocuente canción What I Was Made For de Billie Eilish, con una crisis existencial y un problema social entre las manos, como si de una patata caliente se tratase.

Para quien llevamos un tiempo siguiéndola, encontramos los mismos temas, si bien revisitados en un in crescendo que no sabemos dónde va a ir a parar: en Lady Bird tuvimos una película casi autobiográfica al estilo Bildungsroman literario o de las películas de crecimiento en la que una adolescente se enfrenta a su madre para terminar encontrándose y reconciliándose con su pasado familiar y su herencia cultural católica. En Mujercitas se dobló la apuesta al tener como protagonista a la novelista Louisa May Alcott, quien hablando de la formación de mujeres a finales del siglo XIX, mostraba cómo la madre y las hermanas son esenciales en el alborear de la primera juventud. Con Barbie, contemplamos atónitos un triple salto mortal en el que un personaje completamente ficticio, una muñeca, nos habla de la realidad de una treintañera en crisis. Un salto quizá con demasiadas piruetas, especialmente para el estilo de su cine indie al que estábamos acostumbrados, pero del que Greta sabe caer perfectamente de pie, aunque al hacerlo también haga tambalear el suelo que pisamos.


Raquel Cascales es profesora de Ética y Estética de la Universidad de Navarra, así como investigadora del grupo Religión y sociedad civil del Instituto Cultura y Sociedad.

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