Cultura

Seinfeld y el humor judío

El humor ha sido un aspecto fundamental del judaísmo, impregnando su tradición cultural desde el Antiguo Testamento. En ‘El humor judío’ (Acantilado), Jeremy Dauber analiza sus características desde sus orígenes hasta la actualidad, a través de series de televisión, películas y obras de literatura populares.

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03
agosto
2023
Fotograma de un episodio de ‘Seinfeld’ (NBC).

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El primer papel de Jerry Seinfeld en una comedia televisiva fue el de un escritor de chistes que trabajaba para el gobernador de la serie Benson en la temporada de 1980-1981: el gag era que escribía chistes de los que nadie se reía ni nadie quería oír. Uno de los chistes que contaba: «¿Habéis oído el del rabino que se compró un rancho? Lo llamó Bar Mitzvá». Y al ver que nadie reía, preguntaba: «¿Demasiado judío? ¿Demasiado western?». Seinfeld no fue el único al que preocupó lo de ser demasiado judío en televisión, pero es evidente que no era su caso. En 1981 apareció en The Tonight Show: triunfar en ese programa significaba catapultarse hacia el éxito, y vaya si triunfó: se convirtió en un asiduo en los programas de Letterman y Merv Griffin, y a finales de la década de 1980 ganaba veinticinco mil dólares el fin de semana por actuar en directo y actuaba trescientos días al año.

Era de prever que al presentador del programa, Johnny Carson, un típico gentil del Medio Oeste, le gustaría. Es cierto que Seinfeld había ido de voluntario a un kibutz, pero su fino humor –las observaciones sobre calcetines o ropa de béisbol– dejaba fuera de la ecuación la especificidad étnica. La clave era que todo el mundo sabría de qué hablaba Seinfeld, de modo que nadie se quedaría nunca atrás, ni al margen, ni se sentiría ofendido. Si acaso admirarían la finura de sus chistes, la meticulosidad de los giros y retruécanos en sus particulares bromas. Sin duda había algo raro en él –cierta hostilidad y ocasionales destellos de misantropía–, pero quedaba sepultado bajo la impresión general de profesionalismo y afabilidad.

Tal vez por eso Brandon Tartikoff, presidente de la NBC por entonces, pese a ser judío (o porque lo era), estaba tan interesado en Seinfeld y tan desconcertado por la serie que hacía con Larry David, un tipo bastante más desagradable, y por el cortocircuito que producían juntos. En 1983, Tartikoff dijo que: «The Goldberg no funcionaría hoy. Funcionó cuando la televisión era un invento nuevo, los televisores caros y los propietarios desproporcionadamente judíos». Su conocida alergia a las historias de temática explícitamente judía explicaría que le pareciera un horror una serie cuyo célebre lema, «Ni abrazos, ni enseñanzas», era diametralmente opuesto al espíritu de éxitos televisivos como La hora de Bill Cosby y Enredos de familia.

La clave era que todo el mundo sabría de qué hablaba Seinfeld, de modo que nadie se quedaría nunca atrás, ni al margen

Después de ver el episodio piloto, a Tartikoff le pareció que el humor era para judíos neoyorquinos y le concedió tan sólo cuatro capítulos, la extensión más breve en la historia de la televisión. Según él mismo contó, la única razón por la que accedió siquiera a emitir la serie fue que Rob Reiner le dijo que iba a cometer el error más grande de su vida. Ésa fue su versión exculpatoria del asunto: el éxito tiene mil padres, y Tartikoff quería cosechar al menos una parte del mérito. Mayor reconocimiento en la emisión de Seinfeld merece el jefe de la programación nocturna de NBC, Rick Ludwin, que puso dinero de su presupuesto y tuvo que cancelar un especial de Bob Hope. A Ludwin, que no era judío, le preocupaba poco si la serie era demasiado judía, pero cualquier mención explícita al judaísmo que pudiera evitarse se modificaba y codificaba –salvo la condición judía de Jerry Seinfeld, que había quedado clara en sus actuaciones en directo–.

Así, el personaje de Elaine, la perfecta princesita judeo-americana, se convirtió en la famosa chica gentil que se santigua antes de entrar en el apartamento donde debe recuperar un manuscrito extraviado; y los Costanza, avatares de cierto tipo de torpeza judía, pasaron a ser –como dijo Jerry Stiller, que interpretaba a Frank Costanza– «una familia judía incluida en el programa de protección de testigos gracias al apellido Costanza».

Sólo Kramer parece diferente, en cierto modo. Comenzó siendo «Kessler», pero como Tartikoff insistió en que sólo Jerry Seinfeld fuera judío (pues su personaje había quedado identificado como tal en otros programas televisivos), se le cambió el nombre por el de Kramer. Pero con este cambio ocurrió algo distinto a lo que sucedía con Costanza y Benes: Kramer no era un judío disfrazado, sino que se transformó realmente en el gentil tal como lo ven los judíos. Según dijo Michael Richards, no sólo era un «idiota de nuestros días»: «Me pareció interesante que fuese un cuarto elemento salido simplemente de la nada». En la atmósfera crecientemente codificada de los otros tres personajes, Kramer era alguien diferente, alguien ajeno, alguien goy. En ese sentido ilustra las relaciones entre judíos y gentiles en Estados Unidos –y lo cómicas que resultan–: es en buena medida inofensivo, pero incomprensible, y por lo tanto incomprensiblemente exitoso. (Como dice George Costanza: «¿Kramer está de vacaciones en un camping? ¡Pero si toda su vida es como unas vacaciones en un camping! La gente pagaría dos mil dólares por vivir como él una semana: no da palo al agua, le cae el dinero del cielo, come a costa de los vecinos y folla sin necesidad de ligar. ¡Eso son unas vacaciones en un camping!»).

El personaje de Kramer no era un judío disfrazado, como ocurría con los otros dos, sino que se transformó realmente en el gentil tal como lo ven los judíos

Tal vez el camuflaje funcionó, al menos para algunos espectadores, lo cual explicaría en parte el comentario de Abe Foxman, director de la organización judía Anti-Defamation League: «No había judíos estrambóticos ni excéntricos en Seinfeld, lo que es una novedad para los judíos de Estados Unidos», lo cual es técnicamente cierto si tomamos al pie de la letra la condición de Elaine y George, personajes supuestamente gentiles. Por otra parte, en Seinfeld las raras ocasiones en que se aborda la condición judía de forma explícita son bastante elocuentes. En un episodio, el dentista de Seinfeld (que interpreta magistralmente Bryan Cranston, mucho antes de convertirse en el protagonista de Breaking Bad, cuando, en el mejor de los casos, sólo era conocido en el mundo del espectáculo como actor cómico) se convierte al judaísmo y se pone a contar chistes judíos. Seinfeld sospecha de inmediato que su dentista tan sólo se ha convertido para poder contar impunemente esos chistes y empieza a quejarse, pero pocos –más bien nadie– están de acuerdo con él. Kramer, por ejemplo, en un inspirado discurso de los guionistas de la serie (en este episodio, Peter Mehlman y Jill Franklyn), arremete contra Seinfeld acusándolo de discriminación y calificándolo de «antidentita».

Este episodio no es el único que ilustra el éxito con que Seinfeld consiguió no caer ni en el antisemitismo ni en el autoodio. Pero el difícil equilibrio entre ambos polos está destinado a sugerir una forma de lealtad más elevada, como revela el final del episodio del dentista: Jerry, frustrado al ver que nadie está de acuerdo con él, decide acudir al confesionario para poder desahogarse con el sacerdote. En realidad, ésta es una de las contadas ocasiones en que Seinfeld se identifica explícitamente como judío en la serie, aunque no sea un secreto. Cuando el sacerdote le pregunta si como judío le ofende que su dentista se haya convertido sólo para poder contar chistes, él contesta que no, que le ofende como humorista. En cierto sentido, se trata de un chiste para poner punto final a una escena que ha dado lugar a un montón de chistes judíos. Pero, en otro sentido, da una clave para entender la perspectiva de Seinfeld, y de Seinfeld, sobre la cuestión judía: otras identidades de Jerry son más importantes.

El increíble éxito de Seinfeld –y el hecho de que no se negase la condición judía (por lo demás innegable) del protagonista, ni la sensibilidad a menudo judía o casi judía de los demás personajes– condujo a que en la década de 1990 cada vez tuvieran mayor aceptación otros retratos de la condición judía en la televisión. En cuanto a la explicitud con que se abordó, cabe citar desde Loco por ti (en la que no se apreciaba ningún rasgo del estereotipo judío en el personaje de Jamie Buchman creado por Paul Reiser, y sólo el personaje del tío Phil, interpretado por Mel Brooks, hacía gala de las típicas excentricidades judías) hasta La niñera (una variación sobre el tema de las relaciones entre gentiles y judíos que en buena medida se sostiene gracias a la brillante actuación, deliberadamente exagerada, de Fran Drescher) pasando por otras series como Will & Grace o la de animación para adultos Dr. Katz: Professional Therapist.


Este es un fragmento de ‘El humor judío‘ (Acantilado), por Jeremy Dauber.

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