Medio Ambiente
«El colapso ecológico no es verosímil»
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2023
Artículo
Emilio Santiago (Ferrol, 1985) es investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) especializado en antropología climática. También es un ecologista convencido y, durante más de una década, fue un colapsista. Es decir, alguien convencido de que nuestra sociedad se encontraba encaminada a un colapso civilizatorio producto de una serie de shocks ecológicos (el cambio climático, el pico del petróleo). Ahora, sin embargo, Santiago ha escrito Contra el mito del colapso ecológico (Arpa, 2023), un ensayo minucioso en el que desmonta las posiciones que hasta hace no tanto tiempo defendía, apuntando a sus sesgos en el análisis, su tendencia a dar por cerrados debates más que abiertos y en la que define el colapsismo como una «ideología» más que una conclusión científica, que es como intenta presentarse. Y, sobre todo, insiste en lo contraproducente de las posiciones catastrofistas, que acaban convertidas en profecías autocumplidas, por paralizar la lucha ecologista.
¿Por qué escribir este ensayo?
Porque la creciente influencia de la ideología colapsista en el ecologismo lo estaba llevando a cometer toda una serie de errores políticos que creo que no se puede permitir en unos años que son decisivos para una transición ecológica justa y en los que el está llamado a ejercer un liderazgo social clave. Esa es la razón fundamental, pero también por autocritica: yo milité dentro de los círculos colapsistas durante muchos años y me parecía también responsable dar cuenta del cambio de mis posiciones.
Hablas del colapsismo como una ideología que se traduce en una tendencia a repetir siempre los mismos errores teóricos en el análisis de la crisis climática.
El colapsismo presenta una estructura teórica muy similar a otros discursos catastrofistas del pasado. El más llamativo es el paralelismo con el catastrofismo marxista, que estuvo muy presente hace más de un siglo y que anunciaban el fin violento del capitalismo. Los discursos colapsistas de hoy son un calco de las estructuras mentales de aquel catastrofismo que la historia demostró que, aunque apuntaba tendencias que era importante considerar, no se cumplieron. El colapso del capitalismo no llegó, lo que sucedió fue la I Guerra Mundial y luego un abanico de respuestas políticas muy amplias que fueron desde el auge de los fascismos a la revolución soviética, pasando por el New Deal de Roosevelt. Hoy ocurre una cosa similar. Es verdad que tenemos acumuladas tensiones ecológicas muy importantes que aseguran que el siglo XXI va a ser difícil y lleno de turbulencias. Pero la política las gestionará de forma muy variable y en función de eso podremos conocer evoluciones a mejor o a peor. En ningún caso creo que el concepto de colapso, si lo utilizamos con rigor –que eso también es parte del problema–, sea un escenario probable en un país como España en el corto medio plazo.
«El ecologismo debería estar trabajando en que la implantación de las renovables sea positiva»
Precisamente sobre a qué nos referimos exactamente al hablar de «colapso» le dedicas un episodio entero del libro…
Es un termino muy confuso que se debería emplear con un poco más de cuidado. De hecho, cuando muchos autores que se encuadran con la etiqueta del colapsismo lo usan, en realidad se refieren a otra cosa. Hablan de procesos lentos, largos, desiguales, irregulares… Quizás sería más oportuno utilizar términos como crisis, decadencia o mutación. El concepto de colapso va de suyo con una carga semántica que te hace pensar en procesos destructivos, súbitos e irreversibles, que además tienen moralejas políticas. En este caso, la moraleja política es olvidarse del Estado y dar la espalda a la política institucional realmente existente, porque supuestamente va a dejar de ser funcional. Es uno de los rasgos definitorios de la ideología colapsista: mantener que ni el Estado ni el mercado podrán garantizar la vida cotidiana en términos de normalidad. Por eso no siempre, pero casi siempre, los discursos colapsistas tienen todo ese correlato de propuestas anarquistas libertarias de resiliencia local, pequeñas comunidades, etcétera. En el libro, propongo definir el colapso como un estado fallido en términos ecológicos o de shock ambiental, y también argumento que no es un escenario verosímil en el corto o medio plazo, en ningún caso. El Estado va a seguir estando ahí, y la prueba más palpable la tenemos con la pandemia. Ha sido el primer gran shock que se puede parecer en algo a los escenarios que el colapsismo maneja, pero su resolución ha sido diametralmente opuesta a lo que se especulaba: un reforzamiento, una presencia enorme de lo público. Ese el elemento clave de las disfunciones políticas del colapsismo. No es tanto una cuestión de esperanza o no, sino de diagnóstico sobre el papel de la política.
¿Dirías que el problema deriva de que al tener ese resultado final como ideal, el del anarquismo utópico, se construye un análisis teórico para presentarlo como única conclusión viable?
Ese anarquismo utópico, como lo has llamado, no creo que sea la única fuente de entrada en el colapsismo, pero sí es una muy importante. Fue la mía, por ejemplo. Yo militaba de joven en círculos anarquistas libertarios y el colapso nos ofreció un relato histórico que de algún modo puenteaba nuestra impotencia política. Éramos incapaces de sustituir el estado por la autoorganización de comunas bajo la idea libertaria clásica, pero iba a venir algo que era el pico del petróleo que nos iba a hacer el trabajo sucio, por así decirlo, y entonces nuestra propuesta política se iba a volver funcional. Pero esta es solo es una de las fuentes de alimentación de la ideología del colapso, no la única. Hay un factor que es importante y es la parte de verdad que el colapsismo tiene: el agravamiento de la crisis ecológica en los últimos años. Es un hecho constatado que el ecologismo no ha sido capaz de responder en plazos y alcance a la gravedad de la crisis ecológica, y la situación actualmente es mucho más complicada en términos de emisiones de CO2 o pérdida de biodiversidad que hace unos años. Es una tentación natural pensar que la batalla por sostenibilidad está perdida.
Otra puerta de entrada al colapsismo tiene que ver con la idea de descentralización, que no solo está en el anarquismo, sino también en una parte del ecologismo, que como proyecto político siempre ha apostado por sociedades altamente descentralizadas. Así que tienes dos principios básicos del ecologismo que confluyen: los diagnósticos alarmantes sobre la crisis ecosocial y la apuesta por una sociedad descentralizada. Y luego la influencia cultural del neoliberalismo. Podríamos decir que el colapsismo es un remake «verde» del «No hay alternativa» de Margaret Thatcher, en el que se interpreta que la política es incapaz de responder a los problemas de nuestro presente. Basta mirar el dominio de los imaginarios distópicos en los productos culturales, un rasgo antropológico netamente neoliberal.
«El colapsismo es una ideología que tiende a dar por cerrados debates científicos que están abiertos»
¿Cuáles sostienes que son los errores teóricos de base del colapsismo?
Se dan dos tipos de errores. Uno tiene que ver con los datos del diagnóstico y otro con cómo se aplican a los fenómenos sociales. Respecto a los datos, el colapsismo tiende a tomar por ciertos o por cerrados debates científicos que están abiertos. El caso más claro es la cuestión de la energía. Las dos tesis fuertes del pensamiento colapsista respecto a la energía son la del pico del petróleo –esto es, que ya estamos enfrentando un declive irreversible de los combustibles fósiles– y la de que las renovables son una especie de engaño porque su dependencia fósil impide que puedan ejercer como tecnología sustitutoria. No son conclusiones que cuenten con consenso científico o académico cerrado, nada parecido a lo que sí que tenemos con el cambio climático. Son posiciones interesantes, que hay que escuchar en el debate, pero también hay otros muchos científicos que manejan datos más optimistas. De hecho, lo más parecido a un consenso en este plano se va alejando cada vez más de las posiciones colapsistas. Aunque, insisto, no es un debate cerrado. Así que el primer error está en tomar por seguros datos que tienen incertidumbre. En el caso de la energía es bastante claro. Pero más allá de eso, sobre estos datos, digamos un poco sesgados o un poco parciales, el colapsismo lo que hace es aplicar una teoría social muy pobre, y ese es el núcleo fundamental del error. Es una teoría social reduccionista, en la que un solo factor que lo explica todo, que es mecanicista, que es determinista y tiene una obsesión con el efecto dominó, como si cualquier problema coyuntural fuese a generar una especie de bancarrota en cascada de todo nuestro sistema civilizatorio. Así que sobre datos científicos que son importantes y que tienen que estar en el debate, pero que están un poco sesgados, lo que se hace es aplicar una ciencia social pésima, y esto lleva a propuestas de intervención política bastante contraproducentes.
El principal ejemplo que presentas sobre esa «acción política contraproducente» es el de la polémica de las renovables en la España vaciada.
A las resistencias a la implementación de las renovables, que son comprensibles porque es un tema complejo, los discursos colapsistas les han dado un plus de convicción moral. Las renovables pueden tener impactos, que además se están incrementando por el modo en que nuestro sistema económico aplica procesos de cambios tecnológicos, y si les añades un discurso que viene a decir que son una prolongación de los combustibles fósiles y que en ningún caso van a poder cubrir nuestra demanda energética, pues tienes más argumentos para oponerte a ellas. Estas resistencias están siendo un sujeto popular real, que tiene implantación en los territorios y que puede llegar incluso a tener consecuencias electorales. Así que en ellos el colapsismo, que es un discurso minoritario dentro de un movimiento en sí mismo minoritario como es el ecologismo, ha encontrado un terreno fértil en el que crecer. Podría decir que el modo en el que ecologismo ha enfrentado estos temas es una de las razones que me animó a escribir el libro. Hay otros debates parecidos, no es el único. Son problemas reales, pero tienen solución y los tenemos que gestionar. El ecologismo transformador debería estar trabajando en que la implantación de las renovables sea positiva. Por ejemplo, estableciendo un fondo soberano renovable, como el que Noruega tiene con el petróleo, o con una reforma del mercado eléctrico que abarate las tarifas en las zonas de generación y potencie la instalación de nuevas industrias en esas zonas. El ecologismo debe estar en ese debate, con mecanismos institucionales como el de mediación, y no tanto en arrojar la sombra de sospecha técnica ante unas tecnologías que son la opción más fiable que tenemos para combatir la crisis climática y la energética.
¿Qué otros ejemplos existen de debates en los que el enfoque colapsista ha resultado contraproducente?
Uno que viene muy a cuento este verano. En 2017 dentro del ecologismo hubo una polémica muy fuerte relacionada con una ola de calor prematura que se dio en junio en Madrid y que generó un movimiento espontáneo ciudadano de demanda de climatización en los colegios públicos. Los colapsistas reaccionaron diciendo que los aires acondicionados eran tecnología insostenible y proponían discursos muy maximalistas de salida rápida del capitalismo, o procesos de bioconstrucción que son, en el mejor de los casos, soluciones a medio y largo plazo. Nos encontramos con una lucha espontánea popular por la justicia climática que tenía una enorme capacidad de desarrollo y que el ecologismo no solo no supo afrontar. Una parte quería hacerlo de la peor manera posible desactivando ese potencial en pos de soluciones maximalistas a muy largo plazo. Se hacía con un argumento supuestamente técnico y científico: que no hay energía ni materiales suficientes los colegios públicos madrileños. Pero eso no es cierto, hay energía y materiales para eso, lo que debemos tener es un debate social sobre las prioridades. Es otro ejemplo del tipo de errores que el colapsismo comete.
«El ecologismo sigue anclado en una idea que viene del marxismo más vulgar: el determinismo histórico»
El verano pasado también tuvimos una pequeña polémica a raíz de la cuestión del hidrógeno verde, una energía que se vende como prometedora pero que es muy problemática y cuyas disfunciones se deben discutir. Pero de ahí a asegurar que España si apuesta por el hidrógeno verde se convertirá en una colonia energética es muy exagerado. Es negar la capacidad de la política para intervenir en las coyunturas. Una herramienta como la excepción ibérica no está al alcance de una colonia en ningún sentido de la palabra. El ecologismo tiene que pensar cómo lograr más políticas parecidas a la excepción ibérica y menos dar por hecho que una tecnología automáticamente te lleva a una situación de subordinación colonial.
Citas ejemplos de grandes referentes del colapsismo que han ido matizando sus posiciones en tiempos recientes, como Ugo Bardi.
Bardi es un ejemplo, pero hay otros. En España está Mariano Marzo, que jugó un papel fundamental en la divulgación del problema del pico del petróleo en la década de los 2000, y hacia el año 2013 o 2014 cambia públicamente su posición básicamente asumiendo algo que en muchos círculos energéticos era un hecho: el fracking ha cambiado las reglas del juego y, aunque es verdad que los petróleos no convencionales que se obtienen con él son más costosos, más contaminantes o tienen rendimientos decrecientes, han logrado solventar la situación de estrés energético que se estaba viviendo durante la década de los 2000. Marzo ha cambiado su posición, Bardi la ha matizado. Él es fundador de ASPO, una red internacional de científicos que surgió a principios de los 2000 para estudiar el pico del petróleo y ha ido modulando su pesimismo energético. En el año 2022 su equipo de investigación confirmó un paper junto con Mark Jacobson, el gran gurú de las renovables, diciendo que podían sustentar a la perfección sistemas complejos industriales modernos y que en la mayoría de los países ya eran las opciones de mercado más baratas. Y en su último libro, aunque sigue defendiendo un colapsismo muy matizado, habla de un rebote después de la caída.
«Esos aspectos en los que estamos mejor que hace 50 años permiten que una llamada a la esperanza»
El final del libro dice «los ecologistas podemos ganar». Un mensaje muy directo. No sé si dirías que la mayor parte del ensayo, más allá de desmontar la idea de que el colapso como un hecho científico cerrado, es la batalla por recuperar de un futuro optimista basado en la ciencia.
Es fundamental. Hay una parte del libro que es dejar claro que la ciencia nos ofrece un marco de intervención más amplio del que el colapsismo presupone. Y, desde esa base, hago una apuesta por construir un sujeto político transformador que ayude en esa transición. No es un puro ejercicio de optimismo, sino que es una apuesta teóricamente fundamentada en una concepción constructiva de la política que busca que el ecologismo sea hegemónico y que sabe que para ello es fundamental ofrecer horizontes de futuro. Pero esos horizontes no los enuncio a ciegas, sino que constato es toda una serie de mutaciones y de cambios y de elementos que son motivos para la esperanza. El ecologismo sigue anclado en una idea que viene del marxismo más vulgar, de determinismo histórico, y otra gente hemos aprendido las lecciones de la historia y consideramos que el modo en que la política transforma la sociedad es otro, no siempre para mal.
Objetivamente hay elementos que son motivos para la esperanza. Por ejemplo, aunque en términos de CO2 estamos peor que nunca, en aquellos factores que nos permitirían las transformaciones tecnológicas o energéticas necesarias en muchos casos estamos mejor, como el enorme salto en las renovables de China, uno de los mayores emisores de CO2 del mundo. Esos aspectos en los que estamos mejor que hace 50 años permiten que una llamada a la esperanza como la que se hace al final del libro sea optimismo de la inteligencia, no de la voluntad. Un optimismo que parte de una lectura del mundo suficientemente sofisticada. Están pasando cosas ahora que hace cinco años no nos hubiésemos creído. El deber y la responsabilidad del ecologismo transformador es aprovechar esas coyunturas.
COMENTARIOS