Opinión

Recordando a Ibáñez

La reciente muerte del viñetista, creador de algunos de los tebeos más celebrados en lengua castellana, pone aún más en valor su gran capacidad humorística y literaria.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
17
julio
2023

En pleno corazón de la ciudad se alza el edificio de la gran organización que vela por la seguridad del país… ¡El cuartel general de la T.I.A. (Técnicos Investigación Aeroterráquea)! Hacia él se dirigen resueltamente sus dos agentes más perspicaces. 

Así dice el recuadro superior. Y abajo, en la misma viñeta, aparecen Mortadelo y Filemón ante un palacio espectacular. Sin embargo, se encaminan hacia una casetilla aledaña en obras. «También podíamos tener un local más decente, ¿eh?», protesta Mortadelo, sacando la llave. «Lo que interesa es la seguridad –aclara Filemón–. Esta puerta está forrada con plancha de superacero y la cerradura es a prueba de ganzúas. ¡Aquí no puede entrar nadie ajeno a la organización…!». Nada más entrar, se oye un POUM tremendo. «¡Jefe! ¿Qué ha pasado?», Mortadelo se precipita dentro y cae en el mismo agujero. «Ha… Han robado el ascensor… Deben de haber entrado los cacos por la noche y…». 

El «Súper», por supuesto, los aguarda con un chichón en la cabeza. «¡Señor superintendente! ¿Sabe que han robado el… el…?» «¡Sí, ya lo sé! ¡Grrrmbll! ¡Peste de…! Bueno. Supongo que conocen ustedes al doctor Bacterio, el biólogo, ¿no…?», y presenta al calvorotas a su lado. «Pues sí… Fue usted el inventor de una loción infalible contra la calvicie, ¿verdad?», dice Filemón. «¡Sí, él! –Mortadelo se toca el cráneo reluciente–. ¡Él fue! ¡Y realizó conmigo la primera prueba…! ¡Por aquel entonces me llamaban “Mortadela el melenudo”…!». «Bueno… ¡ejem! Lo pasado, pasado y pelillos a la mar, ¿eh? ¡Je, je!», se ríe Bacterio. Mortadelo se le echa encima y Filemón tiene que sujetarlo. 

«Bien –continúa el Súper–. Resulta que ahora ha inventado un sulfato atómico contra las plantas del campo. En este pulverizador, hay una porción. Ahora, observen sus efectos –se acerca, spray en mano, a una planta–. Vean esa hoja, donde hay un “cochinillus antropofagus” que se está poniendo como el quico. Pues bien: una pequeña pulverización con el sulfato, y…». «¡Horror!», exclama Mortadelo, viendo que la planta muere. La pulguita se ha convertido en un bicho del tamaño de un gorrino y en la oficina se monta un lío tremendo mientras los cuatro intentan liquidarla. 

«La pena es que no se haya homenajeado en vida a Ibáñez con un premio a su altura, como pudiera ser el mismísimo Cervantes»

«Bien, señores –prosigue el Súper, con un ojo morado, cuando Mortadelo, disfrazado de troglodita, por fin deja KO al insecto–. Como habrán podido comprobar, el invento del doctor Bacterio representa un grave peligro para la humanidad… así que nuestro deber es destruirlo». «Bien pensado —asiente Filemón—. Se tira al mar y listos». «¡Eso! –exclama Mortadelo–. Al fondo del mar el invento y el inventor». «Sí, pero lo peor del caso es que un frasco conteniendo sulfato ha sido robado… ¡por agentes de la república de Tirania!». «¡Rayos! Ahí gobierna el dictador Bruteztrausen…». «El tirano que quiere sojuzgar al mundo». «¡Exacto! Bruteztrausen intenta fabricar el sulfato en dosis masivas y utilizarlo como arma ofensiva… Imagínense los millones de insectos de nuestro país aumentados al tamaño de locomotoras… Pues bien… ¡Ahí entran ustedes en acción! Se introducirán en la república de Tirania y recuperarán el sulfato, antes de que Bruteztrausen pueda analizarlo e iniciar su fabricación. Aquí tienen los billetes del avión que les conducirá hasta la frontera de Tirania». 

Así arranca El sulfato atómico, la primera aventura larga de Mortadelo y Filemón y uno de los tebeos humorísticos españoles más famosos y originales de toda la historia. Me he permitido recrear las tres primeras páginas para que se vea lo bien construidos que están los diálogos y la situación. 

Con él, Ibáñez, que hasta la fecha solo había trabajado tiradas cortas en revistas como Pulgarcito o Tiovivo, dio el salto a la historieta larga. El reto era trascendental. Ibáñez ya había demostrado que era un humorista musculoso, con recursos suficientes para sacarle partido a prácticamente cualquier situación y generar hasta un gag por viñeta. Pero ¿sería capaz de hilvanar sus chistes en torno a una aventura consistente, y de mantener el ritmo narrativo a lo largo de casi medio centenar de páginas? 

El resultado fue esta historieta alocada que arranca la serie inacabable de álbumes de todo tipo que Ibáñez dedicará a quienes han sido, hasta la fecha, la pareja de personajes más universales, más queridos y más longevos del cómic ibérico. 

Somos ya varias generaciones las que hemos aprendido a leer con Mortadelo y Filemón y, en honor a ello, Ibáñez merece como nadie el modesto homenaje que le hacemos con estas palabras publicadas con gran tristeza a los pocos días de su muerte. Si hay un autor que se eleva verbalmente por encima de los comiqueros autóctonos, que no nos quepa duda, ese es él. 

Al cabo de los lustros y las décadas, sus mejores álbumes seguían siendo igual de divertidos y resultones y a nadie le sorprendía que continuara ahí, año tras año, siguiendo la actualidad española y comentándola a bote pronto con cada nuevo Mortadelo y Filemón. Uno de los más recientes números, sin ir más lejos, se lo consagró al cambio climático. Y la pena es que no se le haya homenajeado en vida con un premio a su altura, como pudiera ser el mismísimo Cervantes. Si Bob Dylan obtuvo el Nobel, no me habría parecido descabellado que se le hubiese otorgado a Ibáñez un premio destinado «a distinguir la obra global de un autor en lengua castellana cuya contribución al patrimonio cultural hispánico haya sido decisiva». 

En definitiva, se va uno de los grandes. Habrá que esperar mucho hasta que un nuevo dibujante llegue a ocupar un espacio tan enorme en el corazón de todos los españoles. Somos muchos los que te echaremos de menos. Y hoy lloramos todo lo que alguna vez reímos contigo, maestro. Pero que te quede el consuelo de que volaste muy alto. Descansa en paz, Francisco Ibáñez.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

El chantaje de la cultura

Sergio del Molino

Al público solo se le atrae con hedonismo: uno debe compartir una obra no porque sea necesaria, sino porque aporta algo.

Poder y saber

Ricardo Dudda

El saber ya no se corresponde con el capital económico de una persona (y las consecuencias pueden ser nefastas).

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME