Opinión

‘Oppenheimer’, sí pero no

El complejo entramado narrativo de la película nos introduce en una muñeca rusa en la cual podemos perdernos a la hora de conocer de verdad la figura del físico norteamericano.

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Universal Pictures
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31
julio
2023
Fotograma de la película ‘Oppenheimer’.

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Universal Pictures

Vaya por delante que nunca he sido un admirador del arte barroco en casi ninguna de sus manifestaciones. No me gustan los enormes retablos dorados que veo en muchas iglesias, lo reconozco. Ni las portadas churriguerescas. En ambos casos me abruma un exceso de detalle que me impide alcanzar con la suficiente rapidez –soy impaciente, no diré lo contrario– un sentido del conjunto, que es lo que te permite empezar a diseccionar una obra y entenderla. Prefiero, en cualquier arte, la sencillez. Y mientras que soy capaz de extasiarme delante de Santa María del Naranco, me abruman las catedrales, por muy majestuosas que resulten, ya sea la de Burgos, la de León, la de Toledo o la de Sevilla. 

Lo digo porque en el cine me pasa tres cuartas partes de lo mismo. Prefiero las películas sencillas, directas, bien proporcionadas, musculosas en lo narrativo, sin aditivos ni morosidades innecesarias. Las complejidades excesivas me cargan. Eso me predispone, frente a la actual tendencia general, en contra de la obra de Christopher Nolan en su conjunto, puesto que violenta mis principios estéticos más bien clásicos: claridad, sencillez, funcionalidad elegante. Soy un gran adalid de la línea recta del pensamiento. He preferido, a modo de disculpa preliminar, explicar desde dónde voy a enjuiciar Oppenheimer. Y ya basta de prolegómenos, vayamos al tajo. 

En contra de todo lo que entiendo como preferible estéticamente, Nolan ha escogido el camino de la dificultad per se, del retorcimiento, del virtuosismo barroco, nunca mejor dicho, y del rizar el rizo por el placer de rizarlo. Está en su derecho, igual que yo estoy en el mío como espectador de no entusiasmarme con ello. Así, al abordar una obra como Oppenheimer, este director no podía conformarse con narrarla de una manera sencilla y directa sino que, fiel a su estética, ha propuesto un grandilocuente largometraje de tres horas. Al igual que en Origen nos deslumbraba con los juegos de espejos oníricos, con sueños dentro de sueños, aquí no le basta con esa especie de juicio a las actividades políticas de Oppenheimer que supone su audiencia ante la Junta de Seguridad del Personal de la AEC, sino que sobre la misma se superpone otra audiencia ante el Senado del entonces aspirante a secretario de Comercio, el político Lewis Strauss, que se convierte en una especie de juicio a Strauss por lo que le hizo a Oppenheimer al denunciarlo al FBI y usar después, durante su audiencia, la información que el FBI tenía sobre el científico para que los abogados de la Junta de Seguridad preparasen los pertinentes argumentos y contraargumentos. 

«Nolan ha escogido el camino de la dificultad ‘per se’, del retorcimiento y el virtuosismo barroco»

Y el resultado, por la complejidad narrativa, ha blufeado a medio mundo, por no decir al mundo entero. El problema es que a mí me sobra la totalidad de la segunda audiencia, que considero un error narrativo. 

En primer lugar, ¿quién es Lewis Strauss, el político norteamericano y físico aficionado al que da vida Robert Downey Jr? No lo conocéis, ¿verdad? Yo –que los doctos en la materia me perdonen– tampoco. Y ese es el problema: que a nadie le importa quién es y qué puede pensar este hombre que al protagonizar la narrativa que encierra la audiencia de Oppenheimer cobra un protagonismo creciente. Un protagonismo tal que hacia el final está a punto de eclipsar el de Cillian Murphy, que por cierto está fantástico como Oppenheimer. 

Lewis Strauss no nos importa un carajo y, sin embargo, se convierte en el narrador principal, a punto de desbancar a Oppenheimer. Y yo entiendo que la idea que tiene Nolan es imponer una némesis de Oppenheimer, una especie de Joker para nuestro superhéroe científico. Y de paso imagino que dar un poco de lustre al personaje de Robert Downey Jr, que a estas alturas debe ser un tipo tremendamente complicado, con muchas ínfulas. Lo entiendo, insisto, pero la película se llama Oppenheimer y a mí solo me interesa lo que le pasa a Oppenheimer, y esta segunda audiencia impide entenderlo con claridad y desvía mi interés a un segundo proceso interrogatorio que para mí es como una muñeca rusa que encierra la que a mí me interesa. El placer de elevar al cubo la complejidad narrativa de la película pasaba por potenciar este personaje secundario que, a mi entender, no aporta gran cosa.

«La transformación moral del personaje debería ser el eje de la historia, pero apenas nos detenemos en ella en favor de la complejidad narrativa»

Ya de por sí, esto nos aparta del foco de nuestra historia. Los motivos por los cuales Strauss (que no me interesa, pero a quien ya veis que debo seguir citando) «traiciona» a Oppenheimer son mezquinos e intrascendentes: celos de su fama, resentimiento intelectual, poco importa, pero perdemos con él un tiempo que en cine es precioso. En cambio, los motivos por los cuales Oppenheimer, siendo el padre de la bomba atómica y el responsable intelectual de la hecatombe de Hiroshima y Nagasaki, cambia de opinión y empieza a oponerse a la construcción de la bomba de hidrógeno, resultan cruciales; sin embargo, están prácticamente ausentes en la película. Esa transformación moral del personaje debería ser el eje de la historia, y apenas nos detenemos en ella en favor de la complejidad narrativa y muy noliana de la segunda audiencia. 

Hay un vacío en torno a esa evolución personal que exigiría rellenarse –¿por qué se da exactamente, así como cómo y cuándo?– como también lo hay en torno a la anécdota de la manzana envenenada, donde se redime inexplicablemente a Oppenheimer, cuando esta anécdota de su periodo de formación parece clave para entender su personalidad. Hay demasiados aspectos de la misma esbozados, pero no suficientemente desarrollados. 

El resultado es que, tras haber disfrutado del tour de force narrativo, la sensación con que me quedo es de que aquí dentro había material para una biografía moral de Oppenheimer que no ha tenido cabida dentro del enfoque narrativo de Nolan. Y eso, para mí, es la prueba de que debajo de ese despliegue efectista de fuegos artificiales, lo que tenía que ser la columna vertebral de la película falla. 

En definitiva, mi sensación ha sido de engañoso regocijo por lo espectacular del artefacto narrativo y de una insatisfacción patente con respecto a la pretensión originaria de la película: Oppenheimer, a mi entender, no está dentro de esta película. Nolan no lo ha conseguido. Nolan nos da gato por liebre, y creo que su obra deja la puerta abierta a que venga en algún momento alguien capaz de interpretar mejor la historia de este científico norteamericano que se codeó con Einstein, con Bohr y con Gödel, y que, gracias al exitoso Proyecto Manhattan, se convirtió en el mayor destructor de mundos de la historia. 

Por terminar con una nota positiva: me gustó mucho la recreación del poblado de Los Álamos y la infinidad de detalles realistas, como el de ver a Feynman tocando los bongos en las fiestas. La obra es fallida, pero no vacua, y está perfectamente documentada.

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