Sociedad

Más allá del ombligo

Nuestras diferencias no deben limitarnos, como parece demostrar el contexto actual. Todo lo contrario: representan una oportunidad para crecer.

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21
julio
2023

Manifestantes en París sostienen granadas de humo durante una protesta por la muerte de un adolescente a manos de la policía. Un operario retira una lona de Vox en la esquina de la calle Alcalá en la que se muestra la bandera LGBT, entre muchas otras, en una papelera gigante. Mientras, a menos de un kilómetro, en la Plaza Pedro Zerolo, se desliza otra pancarta gigante llamando a dejar atrás los discursos de odio. 

Unas fotografías que, pese a tener muy poco que ver en contexto y forma, resumen a la perfección el clima que define el debate público de las últimas semanas. Mal de muchos y consuelo de pocos. Regocijo en los puntos de dolor y poca visión de prosperidad. Esta situación no sólo se limita a España, sino también al resto de Europa. 

Y mientras todo esto sucede en las calles, con los decibelios muy por encima de lo permitido (con ausencia de multas, por cierto, las que sí ponen en celebraciones y festejos), nuestro país afronta la celebración de unas elecciones generales con propuestas que, lejos de sumar valor para la creación de una sociedad sana y sostenible, cuestionan la existencia de retos tan desafiantes y disruptivos que nos invitan a rediseñar, tejido empresarial incluido, nuestro lugar en este mundo en movimiento. El único cara a cara electoral entre los candidatos con más opciones a la presidencia del Gobierno fue también una buena prueba de ello. 

Valores universales como el respeto y la solidaridad deben ser nuestra guía para convertir en oportunidades los grandes retos

Muchas personas –desde las entidades, desde la sociedad civil y desde las empresas– recibimos con preocupación las palabras cargadas de tensión y división que escuchamos repetidamente, día tras día. Ya no es posible no inmutarse o mirar hacia otro lado. La polarización de los mensajes para llegar a la meta a grito de «tonto el último» clama al cielo. La indignación crece y parece que a pocos importa. Unos pocos que, por suerte, todavía nos planteamos el por qué de lo que ocurre. Unos pocos que creemos en la reconciliación con nosotros mismos, como sociedad y humanidad.

Las fotos de París y las de España son un par de ejemplos más en nuestra hemeroteca reciente, y si repasamos el álbum de recuerdos de la última década, no cabe duda que cada una de ellas son una pista, un síntoma que nos invita a abordar con urgencia la creciente polarización y división que vive nuestra sociedad, alimentada por los discursos de odio y escanciada por la inagotable fuente del ego.

Debates políticos y expresiones sociales cargados de resentimiento, parecen estar en todas partes, alimentando nuestras diferencias y obstaculizando cualquier posibilidad de un progreso y porvenir de bienestar. Y es que cuando nos sumergimos en el rencor y nos alejamos del diálogo constructivo, comienzan a crecer frente a nosotros muros, muros de lamentaciones que nos impiden seguir el camino para avanzar como sociedad. Las diferencias que nos separan se vuelven más profundas y el entendimiento mutuo se desvanece. Nos atrincheramos en nuestras perspectivas, limitando la posibilidad de encontrar soluciones conjuntas que nos acerquen a conseguir esa sociedad sana y sostenible en la que todas las personas querríamos vivir, al menos, sin esa indignación.

Superar estas diferencias requiere un esfuerzo consciente por todas las partes, un despertar y unas miras más allá de nuestro ombligo. Una conexión común, un propósito mayor y hacer el viaje de la vida desde la empatía y la comprensión. Solo a través del diálogo respetuoso y la disposición para escuchar activamente a los demás podremos encontrar puntos en común y construir puentes que nos conecten.

Nuestras diferencias nos definen pero no nos limitan; al contrario, nos empoderan y nos bendicen con versatilidad. Desde la unión y la colaboración ocurren cosas verdaderamente extraordinarias… y es que en este momento me sorprendo a mí misma considerando el bienestar, la colaboración y la empatía como algo verdaderamente extraordinario, pero en ese punto estamos…

El bienestar y la sostenibilidad social no se juegan en las salas de apuestas. Necesitamos encontrar los puntos que nos unen y no hacer sangre en los que nos separan. Valores universales como el respeto y la solidaridad deben ser nuestra guía para convertir en oportunidades los grandes desafíos a los que nos enfrentamos y que nos obligan a reformular nuestro lugar en el mundo. La Inteligencia Artificial o la emergencia climática son buenos ejemplos de ello.

Destinemos, pues, nuestra energía a crear y fomentar diálogos inclusivos y respetuosos. Generemos alianzas e invirtamos en programas para un progreso consciente que nos permitan disfrutar de una sociedad sana y sostenible. Apliquemos toda nuestra Inteligencia Colectiva para conseguirlo. Conversemos, por favor, más allá del ombligo.


Ízaro Assa de Amilibia es Global Diversity Manager de BBVA.

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