Siglo XXI

Las élites en tiempos de modernidad líquida

Son tan antiguas como la civilización y parecen inevitables en el presente y en el futuro. Las élites son las que ejercen el liderazgo que marca el camino para el resto de las personas. Incluso en esta era de sociedades líquidas, su papel sigue siendo destacado y altamente influyente. Ellas también se han adaptado a los nuevos tiempos.

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06
julio
2023

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Élite —con tilde o sin ella— no se incorpora al diccionario de la Real Academia Española hasta 1984, demasiado tarde para el recorrido histórico que arrastra la palabra. Hay algo de siniestro y de fascinador en las élites. Su papel es determinante en la economía, la política, la moral o la cultura. Pero, en nuestras sociedades, caracterizadas por su estado fluido y volátil, según el filósofo polaco Zygmunt Bauman, ¿cómo operan?, ¿cuáles son sus nuevas alianzas?, ¿resultan más opacas que antaño?, ¿de qué manera concentran su poder y organizan la estructura social?

«Las élites son las que toman las decisiones con las que los demás tenemos que vivir», sintetiza Andrés Villena, sociólogo, profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense y autor de Las redes de poder en España. «Ninguno de los grandes teóricos o filósofos o politólogos concibe un mundo sin élites, Pareto, Mosca o Gramsci, por citar a algunos. Es lo que Weber llama racionalidad del Estado», señala. En el movimiento 15M la pregunta a propósito de las élites era recurrente, pero finalmente resultó paradójica, porque muchos de quienes arremetían contra ellas ejercieron liderazgo. «Es una fatalidad, algo inevitable», incide Villena.

En esa misma línea se expresa Ricardo Feliú, asesor de sociología política y profesor en la Universidad de Navarra: «Es inevitable que existan las élites. No se trata tanto de demonizarlas per se, sino de controlar su agenda, que al final se reduce a aumentar sus beneficios, lo que produce serias tensiones en las sociedades democráticas; sus agendas se marcan para seguir controlando los principales recursos». «Pensar en las élites como lobbies o grupos benefactores es nefasto, es tanto como ceder la responsabilidad de la ciudadanía a los intereses y caprichos particulares de un grupo de sujetos», suma.

En una sociedad que funda el poder sobre la riqueza, los límites entre el poder político y económico se difuminan peligrosamente. Basta recordar cuantos, accediendo a puestos de mando, aseguran aquello de que tienen el gobierno, pero no el poder. «Esto es la manifestación de la impotencia de quien es consciente de la existencia de poderes que no están sometidos al escrutinio público y tiene sus raíces en el hecho de que vivimos en democracias demediadas que, aunque garantizan formalmente la soberanía popular a través de la electividad de los representantes políticos, en la práctica funcionan con fórmulas oligárquicas derivadas del dinero», asegura Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de Fuhem Ecosocial.

Andrés Villena (UCM): «Las élites son las que toman las decisiones con las que los demás tenemos que vivir»

De este modo, se explica que «el Estado se incline hacia la acumulación del capital privado –rescatando el sistema financiero, transfiriendo rentas en favor del capital, reorientando la regulación en términos mercantiles, etc.– en detrimento de la regulación pública democrática y la redistribución y protección social de los trabajadores y de sectores populares», ahonda Álvarez Cantalapiedra. Es lo que el politólogo y filósofo Sheldon Wolin denominó «totalitarismo invertido», un tipo de régimen en el que lo privado y el Estado se transmutan: la fusión de las élites políticas y económicas.

A principios del XX se desarrolló una corriente de pensamiento, el elitismo democrático, que consideraba a las élites portadoras del credo del progreso democrático. «Pero lo que vemos ahora es justo lo contrario, élites de gobernantes que conculcan los principios democráticos en países como Hungría, Polonia, El Salvador o Turquía», apunta Asbel Bohigues, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Valencia. «Las élites políticas, en connivencia con las económicas, desatienden el progreso social y se preocupan por consolidar sus proyectos liberales, que vulneran los derechos fundamentales y erosionan las democracias», añade.

Un ejemplo de los vasos comunicantes entre élites políticas y económicas son las conocidas como «puertas giratorias». ¿Cuántos exministros acaban en empresas del IBEX 35? ¿Cuántos abogados del Estado están en consejos de grandes empresas? ¿Cuántos inspectores de Hacienda trabajan en consultoras privadas como asesores en fiscalidad? Al fin y al cabo, los altos funcionarios provienen de las élites. «El alto funcionariado es una de las principales médulas de la élite española», avala Villena.

Ricardo Feliú (Universidad de Navarra): «No se trata tanto de demonizar las élites, sino de controlar su agenda, que produce serias tensiones en las sociedades democráticas»

Tal vez, becando esos puestos que requieren de años de estudio incompatibles con las clases sociales más modestas, se permitiría una regeneración y diversidad en los mismos. Sin embargo, los impactos de la hiperglobalización neoliberal, la crisis financiera de 2008, la pandemia y la gravedad de la actual crisis ecosocial han propiciado un repunte de la necesidad de políticas volcadas en la protección social y transición ecológica. «Otra cosa es que estas concesiones de las élites no sirvan más que para apuntalar su preeminencia liderando un proceso de ecomodernización a su servicio», apuntala Álvarez Cantalapiedra.

Opacidad de las élites

«Las élites son una derivada de la desigualdad social», señala Villena y recuerda: «Había élites en los países comunistas, en los socialistas, y las habrá siempre en los capitalistas». «No hay que prohibir el alcohol, pero sí mirar con desconfianza las borracheras que se viven sin resacas», propone. Siempre han existido élites, grupos de poder y clases. El problema de hoy es que están más ocultas que nunca por la fragmentación y su diversificación. «Eso resulta muy inquietante desde el punto de vista democrático, porque su capacidad de influencia queda más oculta que antes», indica Feliú. «Hablamos de las puertas giratorias, pero hay multitud de correas de transmisión entre intereses de grupos de poder con el ámbito político, y una auténtica batalla por controlar los medios de comunicación, las redes sociales y, en general, el mundo digital. No es una excentricidad que Elon Musk comprase Twitter o que Donald Trump anuncie la creación de su propia red social», especifica.

Pese a los avances en transparencia –como la existencia de una oficina de conflictos de interés o la obligación de hacer públicas las cuentas–, esta no se ha logrado por completo. «Son enormes los mecanismos existentes para la optimización fiscal, y las prácticas arriesgadas de banca y fondos incurren una y otra vez en riesgo moral, así que la transparencia es ambivalente, hay más y menos», sugiere Villena. «Las medidas que tienen que ver con la transparencia están muy bien, pero son insuficientes», añade Feliu. «Se han fragmentado los espacios de poder, así que hay que establecer una cartografía de cuáles son nuevas élites y su red de relaciones para poder controlar aspectos específicos. También sería necesario plantear modelos de educación cívica y crítica para evaluar la información que recibimos, porque nadie es inocente», concluye.

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