Cuando la economía irrumpe en campaña electoral

Artículo

Ramón Oliver

@mondieta

Si fuera cierto eso de que «los números mandan», cabría suponer que uno de los aspectos más determinantes en el éxito o el fracaso de cualquier propuesta política es el modo en que afecta al bolsillo de los ciudadanos. Y, sin embargo, está más que demostrado que a la hora de decidir las siglas de la papeleta que meterán en la urna, los votantes prestan mucha más atención a los dictados de sus propias tripas que a los de las páginas salmón. ¿Quiere decir esto que el apartado económico queda relegado a un segundo plano en los programas electorales de las formaciones? Lo que es seguro es que la economía cobra relevancia en la agenda electoral de los candidatos en la medida en que pueda ser revestida de factores emocionales con capacidad para movilizar a los votantes, permita marcar diferencias ideológicas con el adversario o sirva como arma arrojadiza contra éste.

En esa especie de mercado persa ante las cámaras del telediario en el que se convierten los actos de campaña, los políticos se están comprometiendo a tomar infinidad de medidas en el plano económico. Aunque ya se sabe: lo malo de las promesas es que luego hay que cumplirlas. Afortunadamente para el resto, ese es un problema con el que solo acabará lidiando uno de los contendientes, aquel que consiga llegar a La Moncloa. Tal vez por eso, apunta, Juan A. Gimeno, patrono de Economistas sin Fronteras, se suelen observar llamativas diferencias «entre las propuestas de partidos con posibilidades reales de gobernar –por lo general, más prudentes y realistas–, y las de aquellos con pocas o nulas opciones, en las que son más frecuentes los brindis al sol».

En descargo de los dirigentes –y también como coartada cuando llega el momento de rendir cuentas de la coherencia de su gestión–, cabe decir que cuando aseguran en campaña que harán tal o cual cosa, en realidad están haciendo promesas que no saben si podrán cumplir, si solo lo harán parcialmente o si acabarán haciendo lo contrario a lo anunciado (Rajoy prometió bajar los impuestos y los acabó subiendo). ¿La razón?  Dependen de variables que muchas veces escapan a su control. «Lo normal es que el grueso de medidas económicas se cumpla, pero esto depende de muchos factores, como el número de escaños obtenido, los pactos que se necesite alcanzar para gobernar o la situación en que el nuevo Gobierno se encuentre las arcas públicas al llegar», indica Aurelio García del Barrio, director del Global MBA con especialización en Finanzas del IEB.

La posible aparición de cisnes negros, como la pandemia o la guerra en Ucrania, la situación económica global o unas cifras siempre sujetas a interpretación o maquillaje influyen también en la nota final de la legislatura. Al final, lo que se cumplió o dejó de cumplirse dependerá, como casi siempre, del sesgo ideológico del analista. «El partido del Gobierno resaltará las medidas incluidas en el programa político que se llevaron a cabo, mientras que la oposición se fijará en las que no llegaron a realizarse», señala Jorge Hernando Cuñado, profesor de la facultad de Economía y Empresa de la Universidad Nebrija. Por esa razón, este experto es partidario de «crear entidades independientes que midan el grado de cumplimiento de las promesas electorales».

Medidas para todos los gustos

En la campaña del 23J la economía ha cobrado especial protagonismo con llamativas promesas, algunas populistas, otras utópicas y casi todas controvertidas, tanto procedentes del bloque conservador como del progresista. A juicio del profesor Hernando, entre las más interesantes, se encuentran «la defensa de unas cuentas públicas saneadas y sostenibles que permitan seguir financiando el Estado del Bienestar del PSOE, las propuestas sobre el control del déficit y de la deuda del PP, o la eliminación del gasto superfluo y de las duplicidades en el ámbito público de Vox».

Aurelio García del Barrio: «Lo normal es que el grueso de medidas económicas se cumpla, pero esto depende de muchos factores»

Para Juan A. Gimeno, Sumar ha sido la formación más valiente, al proponer «medidas concretas», si bien, admite, «algunas como las referidas a los controles de precios y mercados pueden ser de difícil aplicación». En contrapartida, este experto encuentra decepcionantes las propuestas económicas de los dos partidos mayoritarios. Las del PP «porque han optado por la vaguedad con enunciados como, «reformar el sistema de pensiones para garantizar su sostenibilidad», una frase en la que, en realidad, cabe casi todo». Y las del PSOE porque, «aunque han optado por seguir una línea continuista y razonablemente realista de las actuales políticas, se echa en falta alguna sorpresa con la que ilusionar a sus potenciales votantes».

¿Fuera de la realidad?

Una crítica recurrente a las promesas electorales de los partidos es su falta de realismo. Según Juan A. Gimeno, por ejemplo, las propuestas fiscales de Vox «llevarían directamente al Estado a la quiebra». Del programa PSOE, Aurelio García del Barrio encuentra demasiado optimista el anuncio hecho por la ministra Calviño de alcanzar el pleno empleo en la próxima legislatura. Un objetivo que, estima el profesor de IEB, no es técnicamente viable con la actual tasa de desempleo de España (12%), «que dobla la media europea y obligaría a transformar el modelo productivo del país para bajar cuatro puntos porcentuales en un espacio muy corto de tiempo».

Lucha contra las desigualdades

Pero, sin duda, una de las medidas comentadas de esta campaña en el plano económico es la del partido de Yolanda Díaz. Otorgar una herencia universal de 20.000 euros a todos los jóvenes al cumplir los 18 años, financiada con un impuesto a las grandes fortunas, es una de las vías con las que Sumar pretende luchar contra las desigualdades en caso de gobernar. Se trata de una opción con una larga tradición teórica (por ejemplo, en los trabajos de Thomas Piketty), pero pocos antecedentes prácticos y que despierta más recelos que adhesiones entre los analistas.

Los expertos critican que las promesas económicas electorales no siempre estén impregnadas de realismo

Entre los segundos, Juan A. Gimeno cree que la medida está plenamente justificada, «habida cuenta de que el 70% de las desigualdades existentes en España tiene su explicación en las herencias recibidas». Una medida de este tipo, argumenta, «nos acercaría a un escenario en el que la política de igualdad de oportunidades fuera algo más que un bonito eslogan». Para Aurelio García, en cambio, la propuesta no pasa de ser una medida «puramente electoralista» y que no tiene mucho sentido por dos motivos: «Primero porque no discrimina las rentas y segundo porque es imposible hacer un seguimiento del uso que se haga de dicha ayuda».

Otra de las fórmulas ya ensayadas para disminuir las desigualdades –y que sigue de algún modo presente en la programación progresista– es la renta universal. Sin descartarla por completo, Jorge Hernando opina que aún no se dan las circunstancias para que funcione. «La experiencia del Ingreso Mínimo Vital en España ha sido un fracaso. Sería importante analizar qué ha fallado en este proyecto y estar atentos al impacto que pueda tener en el empleo la irrupción de la inteligencia artificial en estos próximos años, porque en función del mismo sí podría tener sentido la renta universal como vía para mantener el consumo y la producción».

Los impuestos

La fiscalidad es otro de los frentes en los que se están dirimiendo muchas diferencias ideológicas. «En el ADN de los partidos conservadores está el planteamiento de que una bajada de impuestos generará más recaudación, ya que al tener los ciudadanos y empresas más dinero se estimula consumo y la inversión, y esto repercute en un mayor crecimiento económico», apunta Aurelio García del Barrio. «En el caso de la propuesta del PP, la bajada de impuestos se centra en el IRPF de las rentas medias y bajas y en el IVA de ciertos alimentos, por lo que discrimina entre los distintos impuestos y rentas», explica .

Ahora bien, objeta Jorge Hernando, casi todos los intentos de aplicar esa teoría de la bajada de impuestos generalizada efectuados en el pasado, como los que impulsaron en años 80 los gobiernos de Ronald Reagan o Margaret Thatcher, «acabaron produciendo el efecto contrario a ese crecimiento económico deseado y generaron una mayor desigualdad».

Los impuestos son otra de las guerras electorales, con promesas de bajadas o de tasas específicas según quien firme las propuestas

Desde Economistas sin Fronteras, Juan A. Gimeno recuerda que los impuestos son la garantía de los derechos constitucionales de la ciudadanía. «Con menos recursos públicos esos derechos básicos, especialmente los de aquellas personas con menos recursos, se recortan y deterioran. Si además las reducciones que se prometen se refieren a los impuestos sobre la riqueza (sucesiones y patrimonio), se acaban beneficiando quienes mayor capacidad de pago tienen y el sistema tributario es cada vez más injusto y regresivo», opina.

Jorge Hernando Cuñado coincide en que los impuestos son básicos para mantener el Estado de Bienestar. Pero, matiza el profesor de la Universidad Nebrija, no todo es blanco ni negro.  «Tan importante como que se paguen impuestos suficientes es que el Estado haga un uso eficiente y destinado a aquellas partidas que son clave para la sociedad (educación, sanidad, pensiones, medioambiente…) del dinero recaudado», indica. Y remata: «porque para gastar mal los impuestos, mejor dejar que utilicen ese dinero los individuos o las empresas».