Salud

Por qué dormimos cada vez peor

La aceleración de la sociedad, las muchas pantallas que nos rodean y las nuevas formas de trabajo condenan a la población mundial a no dormir lo suficiente.

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27
junio
2023

El narrador habla de forma pausada y transmite mensajes tranquilizadores. Si tu cabeza está llena de ruido, no te preocupes: es normal, insiste; lo que debes hacer, en cambio, es centrarte en respirar. Encuentra una posición cómoda en tu cama y sigue cómo sube y baja tu pecho mientras lo llenas de aire. El sueño ya llegará. 

Es la primera lección que trasmite la meditación guiada hacia el sueño de Headspace, una de esas apps de meditación y mindfulness que prometen ayudar a reducir el estrés, mejorar la salud mental y, para las desesperadas personas insomnes, quedarse a dormir. Headspace, junto con Calm, es una de las propuestas más populares de un mercado cada vez más saturado. Hay apps, pastillas, aromaterapia: toda clase de productos que prometen guiarnos hacia una buena noche de reposo. 

La «economía del sueño» factura miles de millones de dólares. En 2019, Statista estimaba que iba a crecer un 6,3% antes de 2024, cuando movería 585.000 millones de dólares globales. Son cifras elevadas, pero posiblemente se hayan quedado obsoletas. Durante la crisis del coronavirus se perdió todavía más calidad de sueño (se llegó a hablar de «coronaimsomnio»: un 41,9% de los españoles reconocía a mitad de la pandemia que dormía peor desde el inicio de la crisis sanitaria). En 2021, McKinsey apuntaba que dormía mal hasta el 45% de toda la población mundial. Y este invierno, las estadísticas del Ministerio de Sanidad permitían a los medios concluir que España era el país donde más somníferos se consumían: las dosis diarias de benzodiacepinas son 2.750 veces superiores a las que se consumen en Alemania. 

Pero ¿por qué se duerme tan mal? El problema es global y no está únicamente relacionado con lo que ocurrió en los últimos años. En cierto modo, se puede decir nuestro mundo tiene mucho para ser incompatible con el dormir. De entrada, nuestras ciudades están llenas de luces –la oscuridad total es imposible– y ruido. Según las estadísticas de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), 1 de cada 5 europeos está expuesto a un nivel de ruido superior a los límites de lo que es nocivo para la salud. 

Las dosis diarias de benzodiacepinas en España son 2.750 veces superiores a las que se consumen en Alemania.

Al mismo tiempo, vivimos en un mundo acelerado –en el que siempre pasan muchas cosas y muy deprisa– y rodeados de pantallas que absorben todos los minutos del día. La televisión ya robaba mucho tiempo en el no tan lejano pasado, pero ahora se han multiplicado las fuentes de distracción. Los estudios han ido estableciendo vínculos entre cómo usamos la tecnología y nuestra higiene de sueño: demasiada exposición a las pantallas altera los ciclos de descanso, alertan. 

Incluso han aparecido nuevos fenómenos, como la «procrastinación del sueño por venganza», en la que se arrastra el consumo de pantallas más allá del momento en el que se querría –o debería– ir a dormir. No es exactamente un capricho, sino un daño colateral del mundo en el que se vive. Es una manera de sentir que se tiene un control del tiempo propio, frente a lo que ha ocurrido durante todo el día. 

Esta es una muestra, pero no la única, de cómo en el análisis sobre el dormir mal habría que añadir cuestiones estructurales. De hecho, cabría preguntarse qué efectos ha tenido la cultura económica de inicios del siglo XXI y su oda a la cultura start-up y del CEO entregado en el sueño global. Arianna Huffington, la fundadora de The Huffington Post, se convirtió en una fuerte defensora del sueño hace unos años, tras sufrir un colapso causado por no dormir lo suficiente. Lo cuenta en La revolución del sueño: «El agotamiento va tan estrechamente ligado al éxito que se ha convertido en un símbolo cultural». La idea de dedicarle todo tu tiempo al trabajo convivía con las historias de esos consejeros delegados de gran éxito que dormían muy poco. Cuatro horas escasas de reposo y, a cambio, un éxito millonario.

Sin embargo, dormir –y desconectar– resulta crucial para la salud humana. Si el modelo de las 8 horas de descanso está obsoleto, no es, justamente, porque sean demasiadas. 

Los efectos de dormir mal

Dormir mal es un problema muy molesto para quienes lo padecen, pero es también una cuestión con muchas más ramificaciones. De entrada, perder horas y calidad de sueño perjudica a la salud, lo que a su vez tiene un efecto indirecto sobre la economía. Los cálculos de McKinsey hablan de que se pierden 680.000 millones de dólares al año por culpa del dormir mal. Es una cifra elevada, mucho más cuando se piensa que no es una cantidad global, sino el cómputo de lo que ocurre en cinco grandes economías.

En 2021, McKinsey apuntaba que dormía mal hasta el 45% de toda la población mundial

Además, crea otros daños colaterales. Es lo que ocurre cuando conducimos con sueño, lo cual es comparable a hacerlo con una tasa de alcoholemia en sangre de 0,10. Según la Sociedad Española de Sueño (SES), se estima que entre un 20% y un 30% de los accidentes de tráfico se pueden atribuir a la somnolencia. 

También se toman peores decisiones, se pierden reflejos y se perjudica la memoria, e incluso induce a comer peor. «Si dormimos poco y mal, aumentan el hambre, la probabilidad de comer y nuestra somnolencia diurna, lo que puede llevarnos a una disminución de la actividad física, disminuyendo a su vez el gasto metabólico, de forma que es la combinación perfecta para engordar y aumentar el riesgo de obesidad», resumía, al hilo del Día de la Obesidad, la doctora María José Martínez Madrid, coordinadora del Grupo de Trabajo de Cronobiología de la SES. 

Dormir mejor, con todo, no es imposible. Y, aunque las cuestiones sistémicas son más difíciles de abordar desde el punto de vista individual, sí se pueden cambiar hábitos en nuestras rutinas. Por ejemplo, hacer ejercicio físico y exponerse a la luz solar durante el día ayuda, como acaban de demostrar investigadores del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia, a mejorar la calidad del sueño. La clave, así, no está solo en lo que hacemos cuando llega el momento de meterse en cama, sino también en todo lo que ha ocurrido durante el día. 

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