El odio en internet, la violencia de un rostro diluido en la pantalla
La hostilidad en el entorno digital se ha convertido en un lastre: ciberacoso, desinformación o discriminación a colectivos. La tecnología se erige como un arma de doble filo que trae consigo avances, pero también violencia.
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En 2022, ha habido un 23% más de delitos de odio en internet respecto al año anterior. El dato lo aporta Arnau Vilaró, doctor en comunicación, que arranca con este dato clave el primer debate de las I Jornadas Discursos de Odio: Internet y redes sociales. Colectivo LGTBIQ+, organizadas por el Centro de estudios en Humanidades, Cultura y Comunicación en la era digital (HUMA) de la Universidad Internacional de Valencia. En esta primera sesión, que se acaba de celebrar bajo el nombre de Internet y redes sociales: usos y abusos, tres expertos plantean cuestiones relacionadas con la desinformación, el papel de las plataformas, la mercantilización de las emociones y la ciberpropagación de los discursos de odio.
Se busca responder a la pregunta clave que genera el dato que ha facilitado Arnau. ¿Por qué se produce este fenómeno? Algo que apuntan los ponentes en primera instancia es la normalización de la hostilidad por redes.
Manuel Gámez, doctor en Psicología, experto en ciberbullying e intervención educativa, menciona como punto de partida la necesidad de no demonizar las tecnologías, puesto que «son un gran avance». Donde hay que centrarse en este análisis es en los espacios de riesgo y en valorar el papel que las compañías tecnológicas juegan en la propagación de los discursos de odio: «Por ejemplo, en Twitter, el odio campa a las anchas, los algoritmos a veces promueven eso porque genera tráfico. No hay una política firme de moderación de contenidos».
Dentro de este entramado juegan un papel importante las fake news, como explica Pablo Hernández Escayola, coordinador de Investigación Académica de Maldita.es, portal de fact checking. «Las redes sociales potencian muchas cosas positivas», afirma, en línea con Gámez, «pero eso quiere decir también que pueden potenciar muchas cosas negativas». Hernández Escayola expone que un factor clave en este ambiente violento es el hecho de la posibilidad del anonimato: «Antes de las redes, si te enfadabas le gritabas a la televisión. Ahora vas a las redes de la persona concreta y le atacas. En todo esto se juega la baza de que el anonimato es difícil de rastrear».
José María Lassalle: «La pantalla actúa como un abismo en el que tenemos la capacidad de desdoblarnos y objetualizar al que tenemos enfrente»
Para José María Lassalle, doctor en Derecho, escritor y profesor universitario, detrás de estos puntos hay un factor antropológico de gran peso: «La pantalla actúa como un abismo en el que tenemos la capacidad de desdoblarnos y objetualizar al que tenemos enfrente; la desaparición de la corporeidad y, con ello, la posibilidad de hacer daño físico o a través de la conversación y percibir la reacción que generamos». «Se desdibuja la identidad a través de una experiencia paralela que genera una serie de dinámicas cognitivas que diluyen el efecto de lo que puede llegar a ser el odio», apunta. Y esto tiene consecuencias: «Tenemos más capacidad de ser agresivos sin percibir de manera nítida como afecta el comportamiento al otro».
Hernández añade como esta «identidad diluida» está también reforzada por un sentimiento de pertenencia: «las personas ideas más radicales en otro escenario estarían más aisladas, pero en redes se encuentran entre ellos y generan sentimiento de comunidad, reafirmándose en esas ideas». Por ello, explica, desde el propio portal de fact checking han detectado que se utilizan canales públicos de Telegram con elementos temáticos, como ocurre en el movimiento antivacunas. Esta dinámica genera una oportunidad para organizarse. En Maldita.es conocen de primera mano las consecuencias: han cerrado los comentarios en redes sociales en determinados temas porque saben que la gente movilizada va a ir a propagar odio en los comentarios e incluso sus propios contenidos.
Pablo Hernández: «Antes, si te enfadabas le gritabas a la televisión. Ahora vas a las redes de la persona concreta y le atacas»
Detrás de estos patrones está el paradigma de brutalización del entorno digital. «Hemos construido marco para la violencia física, pero las redes escapan a ello. La brutalización permite sustituir la violencia física por una psicológica y los resortes estatales se ven fuera de juego por el conflicto que plantea que esta comunicación está enmarcada en la «libertad de expresión”», explica Lassalle.
Gámez apunta a que esto no deja de ser un «mecanismo de desconexión moral» bajo el que se busca tranquilizar la conciencia. «Es la idea de «como todo el mundo lo hace» se diluye la responsabilidad, se desplaza», indica, «como alguien que es un referente ―o no lo sea― ha promovido tal discurso, me veo legitimado a hacerlo también». Para el experto en ciberbullyng resulta clave tener en cuenta que esto siempre acaba afectando a ciertos colectivos determinados y que se produce un proceso de «etiquetaje eufemístico» en el que el agresor enmascara el odio en «libertad de expresión». Para paliar todo ello, habla de cómo desde la educación hay que debatir sobre mecanismos de sensibilización, trabajar en la parte conductual con tal de asegurar que las ventajas de la tecnología no se vean opacadas por todas las hostilidades que a su vez puede desencadenar.
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