Sociedad

Los mecanismos de la curiosidad

En la infancia nos resulta sencillo interesarnos por los temas más variados, pero en la adultez vamos perdiendo esa actitud de apertura. Practicar alguna disciplina creativa o salir de los hábitos rutinarios son algunas sugerencias para regenerar nuestra curiosidad.

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28
abril
2023

Si tuviéramos que definir en pocas palabras qué es la curiosidad podríamos decir que se trata del deseo natural por aprender sobre algo, por saber, por conocer. Se relaciona con la creatividad, en cuanto a que al poner en funcionamiento ese engranaje del interés, el cerebro genera mayor cantidad de ideas y soluciones. Pero antes, habría que acercarse poco a poco al concepto. Y es precisamente eso, el acercamiento y la observación, dos de los primeros indicios que se manifiestan con la curiosidad. Algo que no conocemos llama nuestro interés y queremos comprender sus cualidades, su funcionamiento. Para ello buscamos la información que necesitamos a través de distintas vías, como el propio entorno u otras personas que nos puedan ayudar.

El término «curiosidad» proviene del latín curiositas y etimológicamente está emparentado con la palabra cura, o lo que es lo mismo, la atención a lo pequeño. Pero ha adquirido con frecuencia connotaciones negativas, vinculándolo con un interés desmedido hacia algo: «la curiosidad mató al gato» es la prueba fehaciente de esta idea. A nivel cognitivo, agrupa un conjunto de fortalezas donde participan la exploración, la adquisición y el empleo de conocimientos propios en busca de aquello que desconocemos, todo ello a partir de una predisposición hacia la apertura. 

La curiosidad de experiencias es la que nos lleva a buscar asiduamente emociones y nos lleva a buscar nuevas vivencias

La cuestión sería preguntarse si todas las curiosidades son iguales. Y la respuesta sería negativa. Según Todd Kashdan, profesor de la Universidad de George Mason, en Estados Unidos, existen distintos tipos de interés genuino. La clásica sería la curiosidad alegre, es decir, la búsqueda de información relacionada con conocimientos o aficiones, como trucos para juegos, exploración de lugares para viajes o tips de ejercicios para hacer en casa. Tendríamos después la curiosidad de necesidad, consistente en resolver un problema o encontrar algún dato importante –¿quién inventó el avión?– para nuestro trabajo, estudios o vida personal.

No es la única: otra clase sería la curiosidad de estrés, que se produce cuando alguna situación nueva nos supera y tratamos de revertir ese sentimiento sabiendo más sobre ella. ¿Cuál es, por ejemplo, la ruta para la entrevista de trabajo de la semana que viene? La curiosidad social, por su parte, se relaciona con el deseo de saber qué hacen, piensan o cómo actúan otras personas, qué decisiones toman y por qué. Un ejemplo claro lo constituirían los programas llamados «del corazón». Por último, la curiosidad de experiencias es la que nos lleva a buscar asiduamente emociones y nos lleva a buscar nuevas vivencias: viajar a un sitio que no conocemos, cambiar de pareja, hacer un deporte de aventuras. Conlleva, eso sí, un nivel elevado de riesgo.

Durante la infancia, niños y niñas viven con unas dosis altas de curiosidad, lo cual tiene una sencilla explicación: todo les resulta novedoso, porque van descubriendo el mundo poco a poco y eso les fascina. Pero cuando llegamos a la edad adulta vamos perdiendo esa capacidad para mantener la ilusión (muy cercana también a la curiosidad). Preferimos que lo que no conocemos siga ocupando ese lugar de «lo que no he descubierto ni voy a descubrir»: la comodidad ha ido ganando puntos. La curiosidad nos despierta miedo y donde hay miedo no puede haber curiosidad. Para fomentar la práctica de investigar lo nuevo es recomendable salir de los hábitos rutinarios, practicar alguna disciplina artística –porque estimula la creatividad–, intentar aprender o probar algo nuevo cada día, preguntar en lugar de dar por hecho cierta información o trabajar en perder el miedo a equivocarse. Los errores se convierten en aprendizajes, al igual que la curiosidad.

Y es que si algo tiene de positivo esta época de la tecnología omnipresente es que tenemos toda la información imaginable al alcance de un tecleo o un click. Solo es necesario desear, querer, sentir ese impulso por navegar y descubrir algo que no sabemos. Y es que curiosear nos produce mayor bienestar emocional, vitalidad y el aumento de la percepción del sentido de la vida. ¿Para qué estamos aquí, si no es para conocer?

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