Sociedad

El búnker mental y la neurosis política

En su cerrazón, políticos, artistas e incluso ciudadanos de a pie cometen lo que el psicólogo Irvin Janis denominó «pensamiento grupal». ¿Las consecuencias de este fenómeno? Antaño, llevar un país a la guerra; en la actualidad, sembrar la polémica.

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Tyler Hewitt
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28
marzo
2023

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Tyler Hewitt

La mañana del 7 de diciembre de 1941, la Armada Imperial Japonesa realizaba una ofensiva militar sorpresa contra la base naval de los Estados Unidos en Pearl Harbor, Hawái. A lo largo del día, 353 aviones japoneses destrozaron acorazados, cruceros, buques y un minador norteamericano, llevándose por delante la vida de 2.403 soldados e hiriendo a otros 1.178. Al día siguiente, Estados Unidos declaró la guerra al Imperio de Japón, un gesto que implicó su posicionamiento en la Segunda Guerra Mundial. 

El suceso, que conmocionó al país, se convirtió en el argumento de películas, pero la realidad dista mucho de la ficción, y es que la actuación de ambos países ha sido catalogada por los expertos como una cadena de estrepitosos errores. Por un lado, la decisión del país nipón de acometer sin clemencia contra la base de Pearl Harbor fue un trampolín hacia la destrucción de Hiroshima y Nagasaki años más tarde (y hacia la derrota de la potencia japonesa). Por otro lado, Estados Unidos demostró su desorganización militar, ya que se trataba de un ataque que todos anticipaban, a lo que se sumó la posterior falta de autocrítica y el secretismo político, errores que repercutieron negativamente en la imagen del país no sólo en el exterior, sino también entre los estadounidenses que acaban de perder a más de 2.000 padres, hijos, hermanos, maridos y amigos.

Fallaríamos a la verdad si afirmásemos que lo ocurrido en Pearl Harbor fue un error puntual. Casi dos décadas después se produjo la invasión de bahía de Cochinos, en Cuba, y un poco más tarde se desató la cruenta guerra de Vietnam. Los tres eventos compartían ciertas características y la Universidad de Yale fue la encargada de comprenderlas para evitar errores similares en el futuro.

Liderada por el psicólogo Irvin Janis, comenzó una investigación con un claro objetivo: entender el búnker mental que lleva a un equipo de personas con una buena formación, experiencia en la materia e inteligencia, a tomar decisiones irracionales. Con esa premisa y con los ejemplos bélicos sobre la mesa, sólo quedaba encontrar los requisitos para que se produjese lo que Janis denominó pensamiento grupal (o, en otras palabras, el detonante de una neurosis política con resultados críticos).

Las condiciones para la neurosis política eran el aislamiento u homogeneidad, la falta de imparcialidad en el liderazgo y la ausencia de rigor metodológico

La condición elemental era que el grupo fuese cohesivo y presentase fallos estructurales: aislamiento u homogeneidad, falta de imparcialidad en el liderazgo y ausencia de rigor metodológico. Factores que se pueden traducir en conductas generalizadas en la actualidad: en primer lugar, todo tu círculo social –tanto en persona como en redes sociales– comparte una ideología mimética. En segundo lugar, tu referente se rige por opiniones demagogas y sesgadas –puede ser un amigo, tu padre, una figura política o un artista al que admiras–. En tercer y último lugar, pesa más la experiencia que la evidencia a la hora de opinar o actuar.

A estos requisitos, Janis sumó una condición necesaria y suficiente para el surgimiento del pensamiento grupal: un contexto provocador. Hablamos, por tanto, de amenazas externas que no necesariamente son reales, como puede suceder hoy en día cuando se tacha la inclusión o la diversidad de una tendencia peligrosa, reaccionando una gran parte de la sociedad a la defensiva o al ataque. Además, el contexto se ve influenciado por una baja autoestima grupal derivada de retos muy complejos, dilemas morales o fallos recientes. 

Con los ingredientes ya listos, solo queda esperar a que surjan las consecuencias del pensamiento grupal. Para Janis, son la sobreestimación del grupo –es decir, una ilusión de invulnerabilidad y una creencia irracional de que es moralmente superior–, la mentalidad cerrada –es decir, una racionalización colectiva y una estereotipación del exogrupo (o grupo ajeno de individuos)–, la presión hacia la uniformidad –es decir, una autocensura por parte de los miembros del grupo y una represión constante para que los demás no se salgan de la norma– y, finalmente, la tendencia a cometer errores.

La ciencia y la lógica, así, nos hacen pensar que el pensamiento grupal es la receta del fracaso, pero es más habitual de lo que creemos que la supremacía irracional tenga una buena acogida en según qué sectores. Por ejemplo, H.P. Lovecraft era admirado por sus excentricidades y extravagancias, ambas motivadas por el miedo a que los hombres blancos, heterosexuales y cristianos perdieran poder en un mundo cambiante. Lo mismo ocurre a día de hoy cuando el rapero Kanye West hace un comentario antisemita y es abrazado por su público y semanas más tarde llena un estadio durante un concierto.

Quizá las consecuencias del pensamiento grupal se han transformado de forma paralela a los cambios sociales. Antes, el riesgo era llevar a un país a la guerra. Ahora, en cambio, es enfrentarse a la llamada cultura de la cancelación. Mientras tanto, aquellos que gozan de privilegios pueden refugiarse en su búnker mental indefinidamente mientras las oportunidades siguen llamando a la puerta. 

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