Medio Ambiente

Cultura ‘healthy’ para nosotros (no para el planeta)

En los últimos años, la idea de comer más vegetales se ha popularizado como una opción más saludable y más respetuosa con el medio ambiente. Pero algunos cultivos, como el de soja, son depredadores con los territorios.

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27
marzo
2023

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La industria de la alimentación es una de las que más contribuye al deterioro del medio ambiente. La FAO estima que los sistemas alimentarios representan el 37% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por eso, en los últimos años se están promoviendo cambios importantes, como la reducción del consumo de carne –lo que conlleva una reducción de las emisiones de CO2– y evitar el desperdicio.

Aun así, un informe de septiembre de 2020 elaborado por el PNUMA, WWF, EAT y Climate Focus, llamado Mejorar las contribuciones determinadas a nivel nacional para los sistemas alimentarios, constataba que los países estaban perdiendo oportunidades significativas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Además del desperdicio de alimentos, las acciones sobre las dietas se configuraban como un pilar esencial.

La organización Alianza Alimentaria dio a conocer en 2021 un estudio realizado en Guadalajara, Jalisco, por el Instituto de Investigaciones en Comportamiento Alimentario y Nutrición (IICAN). En él, se evidenciaba la estrecha relación entre las dietas hipercalóricas (dietas con exceso de calorías) y una huella hídrica alta, así como entre la obesidad y el cambio climático. Debido a este tipo de informaciones y estudios, en los últimos años ha comenzado a popularizarse una alimentación, a priori, más sostenible. La industria láctea, por ejemplo, genera una contaminación considerable. Una vaca eructa, por término medio, unos 100 kilos de metano, gas de efecto invernadero que es casi treinta veces más dañino para la atmósfera que el dióxido de carbono. Además, cuando el estiércol se descompone, libera metano y amoníaco.

El número de personas que ha sustituido su dieta omnívora por una vegana o vegetariana se ha incrementado, aunque las motivaciones son dispares. Existe un sector de la población para quienes las razones de tipo medioambiental y de respeto por los animales son el desencadenante para optar por una u otra dieta, aunque para otra parte de la ciudadanía esa motivación natural  se queda un lado: optar por una dieta orientada a lo «vegetal» obedece exclusivamente a motivos de salud corporal, quieren que su comida sea más saludable.

El éxito de los cultivos de soja provoca deforestación,  pérdida de biodiversidad, un aumento de las emociones de CO2 y de la contaminación del agua

Dejando a un lado las causas de estas decisiones, y la fundamentación de cada una de ellas, existen dudas de si el medio ambiente resulta beneficiado o perjudicado con ellas. De la soja se ha hablado mucho en los últimos años. Esta especie de leguminosa procedente del este de Asia ha ocupado durante siglos un lugar privilegiado en la cocina asiática. Su inclusión, hace décadas, en las dietas occidentales, ha provocado que en los últimos 50 años su producción se haya multiplicado por 15 y que, a día de hoy, en América del Sur se cultive casi la mitad de la producción mundial. Para los territorios, este incremento tiene importantes repercusiones. Cuanto mayor es la demanda, mayores cantidades de terrenos se convierten a este tipo de plantaciones, provocando deforestación,  pérdida de biodiversidad, un aumento de las emociones de CO2 y de la contaminación del agua.

Pero, aunque es cierto que la demanda alimenticia de soja se ha incrementado, falta una información trascendental. Y es que la responsable de la mayor parte del cultivo de soja es la industria alimentaria: contrariamente a lo que se piensa y se difunde en los últimos años,  entre el 80 y el 90% de la soja a nivel mundial se utiliza como alimento de los animales de granja. ¿Los motivos? Resulta económica y tiene un alto contenido en proteínas, lo que la convierte en un cultivo ideal para piensos.

En cualquier caso, existen otras alternativas vegetales, también con sus pros y sus contras. La almendra, cultivo vegetal muy popular y muy empleado en leches y otros productos, tiene una de las contribuciones más bajas de gases de efecto invernadero al medio ambiente. La parte negativa es que requiere mucha agua. Al coco le ocurre precisamente lo contrario: la cantidad de agua que necesita es muy baja, pero las plantaciones se extienden en forma de monocultivos, lo que produce aridez y deforestación. También en monocultivo aparece la avena, aunque resulta verdaderamente sostenible. Otras opciones, aún no tan desarrolladas, son el guisante y el cáñamo; al parecer, este último ofrece múltiples ventajas, ya que las partes de la planta que no se destinan a la producción de leche pueden ser aprovechadas para todo tipo de usos, como telas, papel o alternativas al plástico.

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