Medio Ambiente

Cuando el impacto se vuelve ‘mainstream’

Todo el mundo habla ahora de ‘impacto’, pero lo importante no es que la palabra esté de moda sino lo que se quiere decir cuando se usa. Y ahí la clave está en que se piense en ello como una transformación, si se quiere caminar hacia un mundo más sostenible.

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07
marzo
2023

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Por todos es conocido cómo a raíz de la firma de la Agenda 2030 en 2015, por los 193 estados miembro de la ONU, se dibujó una hoja de ruta muy concreta para la resolución de 17 grandísimos retos globales, representados a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Desde entonces, la palabra «impacto» ha despertado un interés en la agenda pública y empresarial sin precedentes, colocándose a la cabeza en la evolución exponencial que han ido sufriendo los términos más utilizados. Así, en los últimos años hemos visto cómo el lenguaje en las reuniones de trabajo variaba, pasando de la filantropía a la responsabilidad social corporativa. De esta RSC o RSE, al triple impacto. Del triple impacto a la sostenibilidad. Y ahora, de la sostenibilidad al impacto.

Estamos experimentando un momento tremendamente relevante para el mundo empresarial. Hemos abierto los ojos. Nuestras actividades económicas provocan efectos directos e indirectos sobre las personas y el planeta. Efectos intencionados o no, deseados o indeseados, pero que durante mucho tiempo han pasado desapercibidos.

A nadie les importaba. Total, ¡teníamos planeta para rato! Ahora, ojipláticos ante el mundo que nos rodea, nos nace desde las entrañas –y desde la necesidad–, un sentimiento de urgencia por hacer frente a las desigualdades y al deterioro de nuestro entorno. Desde este contexto, la palabra «impacto» se ha impuesto en muchas de nuestras conversaciones, planes de acción y objetivos. Pero el significado que le damos cada una de nosotras, a menudo, difiere.

«La palabra impacto se ha impuesto en muchas de nuestras conversaciones, planes de acción y objetivos»

Las personas más puristas tratamos de defender a capa y espada que el verdadero impacto es sinónimo de cambio o transformación. Es esa huella positiva a la que hemos contribuido con nuestro proyecto, iniciativa u organización, para mejorar la vida de las personas a las que iba dirigido, o contribuir a corregir esos daños indeseados sobre nuestro entorno.

Por la propia naturaleza de los términos «cambio» o «transformación», el impacto tiene un carácter de mantenimiento en el tiempo y requiere de mayores esfuerzos humanos y económicos para conseguirlo. Por ejemplo: programas de intervención de varios meses de duración, acompañamientos individualizados, seguimiento durante al menos los seis meses posteriores a nuestra intervención… En definitiva, estar presente.

Sin embargo, los más «nuevos» en estos temas, utilizan a diario el término de impacto como sinónimo de resultados. Resultados inmediatos, o producidos en un corto período de tiempo, que no necesariamente conllevan una transformación profunda. Para ilustrar esto último podemos pensar en objetivos como el alcance de un mayor número de participantes con nuestras actividades, o el aumento de nuestra financiación o beneficio.

Sin duda, estos pueden ser positivos también, pero no están dejando una huella duradera en las personas o el entorno, ya que habitualmente son acciones más puntuales o de menor recorrido y no están diseñadas bajo un enfoque de teoría del cambio o, al menos, con la aspiracionalidad de transformar una realidad que incomode. Esto por sí mismo no es malo. Al contrario, significa que estamos sumando cada vez a más y más personas al terreno de la responsabilidad, la toma de decisiones consciente, la colaboración y la solidaridad.

Pero sí es un síntoma de que comienza a ser necesario afinar la gestión de las expectativas, la escucha de necesidades a stakeholders, y el planteamiento a corto y medio plazo de nuestras intervenciones, sobre todo en los casos en que verdaderamente queremos que estas sean estratégicas y aporten positivamente a la causa por la que estemos trabajando. Para todo ello, la construcción colectiva de indicadores –o KPIs–, la identificación de fuentes de verificación y el diseño de unas adecuadas herramientas de medición, serán fundamentales para conocer y analizar, con rigurosidad y curiosidad, nuestras aportaciones sociales y medioambientales.

Este es sin lugar a duda un viaje complejo, pero también apasionante. Un proceso que nos va a obligar a aprender a navegar entre los opuestos: propósito vs. rentabilidad; ego vs. humildad; vaguedad vs. rigor… La medición del impacto social y ambiental requiere, por tanto, de compromisos a medio y largo plazo en los que estén involucrados tanto la alta dirección, como los profesionales que en el día a día tangibilizan las acciones.

Pero el fin merece la pena: comprobar si lo que estamos haciendo está dejando la huella positiva para la que fue creado, retarnos para poder ser verdaderos agentes de cambio, y descubrir la hoja de ruta para abordar, con humildad, los cambios que sean necesarios para conseguirlo.

Hacer que el impacto sea mainstream, pero de verdad.


Paula Castilla es experta en impacto positivo e igualdad 

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